LA ESKINA global N° 156
LA ESKINA global ISSN 1900 – 4168
No.156, octubre de 2025, laeskinavirtual@gmail.com;
http//bloglaeskinavirtual.blogspot.com; WWW.ELLIBROTOTAL.COM;
Bucaramanga; LA ESKINA:: Gloria Inés
Ramírez M. (diagramación y diseño); Claudio Anaya Lizarazo (edición y
dirección).
©Reserva de
derechos de autor. Las
opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de
sus autores.
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Por: Antonio Campillo Prada
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| Fotografía: Antonio Campillo Prada |
A Nicolás Rodríguez lo conocí hace más
de 15 años, cuando el noticiero en el cual trabajaba aceptó cubrir la historia
de unas guacas. El mismo Nico contactó a los habitantes de la finca donde
ingresaron los guaqueros en una vereda lejana de Rionegro, su tierra. Desde entonces
compartimos el mismo apego por el universo rural de Santander. Recuerdo que ese
día fueron varios medios de comunicación a registrar cerámicas antiquísimas,
descubiertas por un arbitrario registro arqueológico. En fin, su periodismo
enfocado en el campo siempre me ha conmovido, sobre todo, después de saber que
cubrió en la década sangrienta, la crudeza de la guerra en su municipio. Una
crueldad que ningún ser vivo tiene que repetir; ni en la lejana Palestina, ni
en lo profundo de Santander.
A 30 minutos de Bucaramanga se encuentra
Matanza, lugar que lucha por preservar la historia de sus nobles, locales y
extranjeros. Para ir a su laguna misteriosa me dirigí por la carretera que
lleva a Rionegro, es decir, llegué a este cuerpo de agua por el Occidente. Salí
a las 6 y 15 de la mañana del terminal de la Quebrada Seca. Después del Barrio
Colorados la vía empieza a serpentear entre montañas, hasta descender al
costado del estadio La Libertad. Cuatrocientos metros más adelante pedí una
parada en la estación de servicio, que marca el giro oficial al Parque de los
ríonegranos.
En ese punto me recogieron en una
motocicleta. Transitamos por la carretera principal hasta la virgen que saludan
a bocinazos los transportadores que pasan y vienen del Playón. Doblamos al
oriente abandonando el asfalto y de ahí en adelante el color verde se convirtió
en el protagonista de la expedición. Un río de tonos marinos surgió de repente.
Atrae a los bañistas nativos con chubascos espumosos, y a pajarillos que trinan
entre bambúes arqueados. A medida que subíamos nos adentramos en lo profundo de
la montaña; en el trayecto atravesamos un túnel de guaduas que daba sombra al
curso de un nacimiento. Sobre el rumor de la motocicleta, una trenza de colinas
se superpuso a la distancia. Durante el recorrido aparecieron en primer plano
matas de plátano como molinos inmóviles, también pinos solitarios, robustos
árboles de mango, largas cercas y de vez en cuando una vivienda al borde del
camino.
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| Fotografía: Antonio Campillo Prada |
Israel,
Macarena y yo, nos adentramos por un estrecho surco en medio de la espesura de
la montaña. La luz cambió de la claridad del valle, al ensombrecimiento de
selva inexpugnable. Del suelo subía el ruido de hierba pisada, cortada por la
cuadrilla que iba bien adelante. Un frío gradual fui sintiendo en las manos y
en las rodillas. A lo lejos se escuchaba el zumbido de las guadañas. Todo era
sombra cuando encendí la cámara. Giré el iris al tope; entonces, a contra luz,
noté el contorno de las figuras. Así me la pasé en ese tramo, regulando la luz
a punta de iris; porque unas veces hacía sombra, y un poco después había
demasiada luz. Hubo un punto donde llegamos a unas piedras resbalosas, ahí el
caballo se detuvo en seco y reculó un par de zancadas; seguidamente Israel para
evitar contratiempos optó por llevarme del cabresto. Ascendiendo a paso de
arriero iba grabando con dificultad el recorrido.
Un
kilómetro más allá nos encontramos con Nicolás quien acompañaba la cuadrilla.
Él hizo el registro con su celular desde que comenzaron abrir camino. La meta
ese día era llegar hasta el borde de la laguna. Me bajé de Macarena, nos
saludamos todos, conocí a los campesinos que formaban la cuadrilla, estaban bañados
en sudor; silenciaron las máquinas de poda y enfundaron sus machetes. Me
brindaron guarapo que traían en una pimpina roja. Tomé dos vasos, la bebida me
ayudó a asimilar la experiencia que estaba viviendo. Fue en ese punto que grabé
la primera entrevista, también ahí me enteré que Israel Higuera es un concejal
del Municipio de Matanza. Frente a la cámara el concejal expresó que ya antes
había pedido al gobierno una intervención, para arreglar el camino de los
Animes, debido a su importancia. Argumentó que todavía presta la utilidad de
comunicar a Santa Cruz de la Colina con el Municipio de Matanza y viceversa,
como se hacía antiguamente. Camino que además conduce a la Laguna de los
Animes, aguas calmas que, según los que viven por aquí, al parecer, están
encantadas.
Terminada la entrevista del concejal Israel, retomamos cada quien a lo suyo: los campesinos encendieron las guadañas, un par despejó la maleza por un lado y otro par, por el otro, los que tenían machete eliminaban las ramas que quedaban erguidas, yo me quedé rezagado a propósito, para hacer tomas largas de todo el proceso, al cabo de unos minutos el camino delgado por el cual veníamos se ensanchó. En fila india seguimos un surco que a veces se hacía un callejón de paredes altas. Recuerdo que hubo tramos rectos, otros zigzagueantes y empinados, y otros con unos charcos bíblicos que por fortuna los pasé a caballo.
En lo alto de una peña vi a Nicolás saludar a un campesino. Los movimientos de esta persona transmitían calma y respeto; se dirigió a nuestro encuentro con su machete y escoltado por dos perros: un pastor alemán hembra, y un Beagle juguetón, este hombre lideraba el otro comité conformado por las mujeres de los esposos, que se unieron a la travesía de recuperar el viejo camino de los Animes. Se trataba de don Timoleón Mendoza que, desde el caballo, lo grabé decir lo siguiente: "He subido solo a las 10 de la noche por este camino". Luego de decir estas palabras don Timo, nos adentramos en una suerte de túnel formado por el ramaje de los árboles.
Al fin
llegamos a un claro donde se improvisó una cocina, aunque estábamos en el
corazón de una montaña, aquellas personas nos hicieron sentir como si
hubiésemos llegado a la finca de un amigo, o de un familiar. En un plano
equilibraron, sobre un par de horquetas, una olla grande, ennegrecida por la
leña encendida. La sopa hervía a borbotones, como boca de volcán activo,
verduras picadas subían aleatoriamente a la superficie con generosos trozos de
carne de res.
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