LA ESKINA global , periodico cultural

martes, 25 de agosto de 2020

LA ESKINA virtual número 20

 LA ESKINA  ISSN 1900–4168

No 20, agosto 26 de 2020 

laeskinavirtual@gmail.com: https//laeskinavirtual.blogspot.com/; 
Grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.
©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de sus autores.
-O-
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ISLAS DE CALOR

Columna de Eduardo Cordero Villamizar

#3; serie 500 Semillas 

Por JE-Cordero-Vi

 ¿Qué son las islas de calor? Una ciudad cualquiera observa que el calor aumenta en su interior y que a su alrededor, como en las zonas rurales, la temperatura es inferior. Ese es el fenómeno "Isla de calor". Actualmente muchas ciudades del mundo se están convirtiendo en islas de calor y en determinadas temporadas del año los picos o golpes de calor se han incrementado, causando muertes súbitas en ancianos, surgimiento de vectores de infecciones, de virus, volviendo ineficaces sistemas de refrigeración y almacenamiento, etc. Hay datos de muchísimas ciudades, sobre todo de Estados Unidos, donde llevan un control muy técnico desde satélites por parte de la EPA (Administración para la Protección Medioambiental). Estas mediciones sirven para elaborar mapas de calor, los cuales identifican los puntos cálidos de un país o de una ciudad.

Por ejemplo, la ciudad de Missoula, en el norteño Estado de Montana, se ha despertado a esta realidad y ha buscado ayuda entre científicos, estudiantes, amas de casa, vecinos, etc., para implementar cambios en las zonas diagnosticadas en los mapas. Se intervienen los puntos de calor, por ejemplo, incrementando la capa vegetal, modificando las edificaciones, variando los materiales de los techos, cubriéndolos de jardines... De esa manera se previenen daños a la salud pública. En torno a cómo bajar las temperaturas la gente puede tener ideas maravillosas.

Se ha detectado por parte de la Administración de Salud de los Estados Unidos que el daño medioambiental afecta la psiquis colectiva. Hay estudios que señalan que los incendios de California dejan personas con trastornos del sueño, con tendencias adictivas, a la depresión, se han elevado las cifras de suicidio y de violencia intrafamiliar. Todo esto se ha cruzado con los mapas de los incendios y se puede establecer una relación directa.

Todas las ciudades en las que vivimos deben buscar la manera, con la acción ciudadana, de hacer mapas de calor. Esos mapas se pueden cruzar con los mapas de emisiones de CO2 y de salud pública para establecer relaciones. En cada escuela, en cada barrio, todo el mundo puede ayudar con el diagnóstico y con las acciones mediante fuerza comunitaria. Debemos poner a las agencias del Estado y a los estamentos políticos a girar en torno al problema. Éste, nos da pistas de lo que deben ser las agendas de las ciudadanías.

Sin satélites no es imposible convocar a la gente. Se pueden crear redes ciudadanas que reporten la temperatura según una programación diaria y de acuerdo a indicaciones técnicas muy sencillas como hora del día, ubicación de los termómetros, distancia al suelo, entre otras. Es una forma creativa, participativa y educativa para trabajar por el bienestar común mediante la organización y la generación de interés por las realidades locales. Y las islas del calor no son más que una de las oportunidades que tenemos, los defensores de la Madre Tierra, para fortalecer el trabajo colectivo, único que podrá enfrentar las amenazas que se avecinan. 6-2019

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Humo de la voz
EL MIRADOR DE LOS GRITOS
 Por Claudio Anaya Lizarazo
 “Aunque hoy traigas mascarilla 
no creas que con eso me inquietas
si no te veo la cara
te conozco por las tetas”.
(1)

Ese fin de semana fuimos en grupo a Bucaramanga, a vender parte de la cosecha y a divertirnos en algunos bares y discotecas; tuvimos harta refriega y regresábamos entonces bastante trasnochados, agotados y con poca plata. No estoy seguro de la fecha, por la resaca y las brumas de la fiesta, pero esa mañana del lunes 23 de marzo, creo, mientras viajábamos hacia la vereda en el camión de don Luis María, pensaba en muchas cosas, sobre todo en la más extraña que nos había ocurrido, y mientras tanto miraba a la gente que sosteniéndose de los listones de la carrocería entre los saltos y sacudidas ocasionados por la carrera destapada, se divertían haciendo chanzas de viejos conocidos o de buenos vecinos, sin tener creo, conciencia de lo que representaba la noticia del virus y el decreto del confinamiento que se iniciaba ese mismo día a media noche.

Mientras ellas y ellos charlaban y el camión comía carretera, yo desde una de las serranías por la cual pasábamos, y que quedan hacia el oeste de la ciudad, miraba el paisaje de la meseta oculta completamente por las construcciones, y pensaba también en que todo el mundo habría de quedar en cuarentena por una peste que se había irrigado por los aeropuertos del mundo; me  reconfortaba un poco con la idea de que en la finca íbamos a tener suficiente espacio como para no sentirnos prisioneros de la situación como la gente de la ciudad, pero el malestar de la resaca en mi cabeza me reafirmaba el dolor de la incertidumbre en el estómago.

El camión daba tumbos por la carretera destapada, zigzagueante por la cordillera como una cinta polvorienta, arrojada al azar sobre los campos secos.  No recuerdo bien ese día por la bruma de los aguardientes, pero estoy seguro que llegamos a media mañana y aunque no recuerdo bien a todos los que viajábamos en el camión, sí recuerdo a algunos amigos, a Matilde, a José, y a ese tipo nuevo que vivía unos kilómetros más allá de la laguna, y que, en cuanto el camión llegó al terminó su viaje y los pasajeros pagaron sus pasajes y bajaron sus maletas, a través de José nos pidió que lo acompañáramos una parte del camino.

Era un hombre joven y bien parecido, y tenía miedo del paso de un inevitable paraje que era necesario sortear, para llegar a su rancho. Se quedó viéndonos por unos momentos, con esa cara de sueño que todos teníamos, esperando nuestra respuesta, pero yo sólo pensaba en llegar a dormir, mientras los pasianderos cruzaban sus últimas palabras y se despedían.

El tipo, a través de José, nuevamente nos pidió que lo acompañáramos una parte del camino, hacia su casa.  Tenía miedo de ese cruce donde dicen que han matado ya a bastantes personas, que algunas noches se han oído pasar misteriosos carros con las luces bajas, y que una vez cerca al abismo que mira a la ciudad, arrojan a las víctimas en medio de sus espantosos gritos; pero yo estaba cansado por el trasnocho y por el viaje.

El muchacho se acercó con el pretexto de brindarnos un último trago.  Oí sus palabras cuando dijo:

¡A su salud, que ya es tarde para dormir!

Vi su mano fuerte y nervuda, empuñar la botella por el cuello, ofreciéndola.  Después vi su cara, pálida y brillante bajo el Sol de la mañana. Su sonrisa insegura, impregnada de ansiedad por el próximo y peligroso tramo de su viaje.

Tomé el trago para no despreciarlo, y, en mitad del fogaje del aguardiente le dije que de día no había peligro, que ese problema no era con nosotros pues a las víctimas las traían de la ciudad, y que desde hacía algunos años no había vuelto a pasar eso, después de lo cual, hice ademán de irme y el tipo se adelantó a decirnos:

Yo sé que es un abuso, pero háganme el bien de acompañarme hasta la curva grande.

No está lejos.  Lo acompañaríamos, pero venimos cansados –dije, mientras observaba su figura ligera, como sin peso.

El lugar está maldito –volvió a decir– demasiada gente ha caído allí.

 No respondí nada.  Traté de evadirlo fingiendo que revisaba algunas cosas en mi morral.  Mientras el hombre esperaba sin saber qué hacer, con la botella semivacía.  Sus pies hacían movimientos quizá inconscientes, que recordaban la equívoca danza de un bufón arrastrado hacia el patíbulo. 

Así que me deshice de él, pero en el escaso tiempo que duró la conversación, Matilde, que llevaba un radio portátil, puso a sonar la canción que habla de ese nacimiento de agua y supe que la canción estaba hecha para él; supe que, como a cualquiera de nosotros, llegar a esta tierra significaba una oportunidad de vida por estar alejados del peligro del contagio, supe que había que tener fe porque no contábamos con otra alternativa diferente a la de seguir viviendo como se pudiera, de asimilar la nueva situación, de seguir practicando y haciendo las cosas como nos las enseñaron, y cuidarnos.

Todavía oí su voz, un poco más lejos, hablando con José. El miedo y cierta amargura le matizaban las palabras, pero, aun así, y a pesar de nuestra negativa, una pequeña lucecita de esperanza le hacía ofrecer la hospitalidad de su cabaña; habló de una buena pesca, de un bosque de frutales que tenía…

El campo se sentía alegre, a pesar del recio verano y las malas noticias. Paseé mi trasnochada conciencia sobre el ondulante horizonte de las lejanas montañas, y más que respirar el aire, respiré la soledad que se vivía. Miré a mi lado a Matilde, su piel blanca y rosada y su cabello largo y negro, la blusa blanca que llevaba ese día. Miré a José y la despreocupación de su destino y envidié su tranquilidad, basada en su inocencia y tal vez en su ignorancia, y observé al muchacho temeroso, vestido de ocre, que se alejaba ya por el camino, a enfrentar con la soledad de sus noches los gritos de sus fantasmas, mientras nosotros, por lo menos yo, presentía ya la carcoma de la incertidumbre generada por la peste, en un mundo dirigido por una élite de locos delirantes que nunca habían tenido en sus manos tanto poder legado por la ciencia; sin embargo miré a mi alrededor como para constatar que el mundo aún era el mismo y entonces observé nuevamente al muchacho, su cabello churco y dorado, su barba de varios días, la mochila al hombro, la canción que iba silbando se oía como a nuestro lado.   

***

(1) Adaptación de Claudio Anaya Lizarazo, de una copla de Rogelio, personaje del escritor español Daniel Gascón, en la crónica “Siempre viene uno de fuera a joder a marrana”; publicada en BABELIA, España, el 9 de agosto de 2020, cuyo texto original es el siguiente:

 “Aunque te pongas mascarilla
No te creas que me inquieta   
Si no te veo la cara
Te conozco por las tetas”.

fotos tomadas de internet: https://ocarballar.wordpress.com/2012/08/22/precipicios/

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miércoles, 12 de agosto de 2020

LA ESKINA virtual número 19

 LA ESKINA   ISSN 1900–4168

No 19, agosto de 2020

laeskinavirtual@gmail.com: https//laeskinavirtual.blogspot.com/;grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.

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: MADRE Y POESÍA

Contémplala, Poesía.

Mírala entre su jardín

evocando a sus hijos lejanos

y pidiéndole a los Dioses su protección.

Suavízale cierto rumor que deja asomar

cuando solo se concentra en el más débil:

ese iluso que erige Palabras al viento,

cosecha Soledades y alimenta Quimeras.

No permitas que abatida por sus tantos años

la Sombra que siempre merodea la cobije

en el entresueño de sus plegarias inconclusas;

vela porque hasta sus mínimas e íntimas faenas

se solacen en la dicha de los deberes cumplidos.

Mira que toda su vida, reciamente batallada,

nada más se le ha ido en ofrendar y amar.

Sé bondadosa con ella y perdónale sus aires.

Preserva en toda su ancianidad el Poder

con el que espanta pesares y adversidades

y concédele bendecir uno a uno sus hijos

antes de que clausure suavemente

las inmensas puertas de su Casa.

Ah… no la descuides ni un momento,

Poesía. Mantén atenta tu preciosa mano

para que el último de sus pasos

sea el serenísimo de sus días.

A cambio, te seguiré ofrendando mi vida

haciendo menos amargas

y más visibles tus palabras.

Protégela bien, Poesía, que es mi Madre,

Y de ella provienen tus Vendimias.

Loada sea tu Esencia.

Hernán Vargascarreño, nació en Zapatoca, Santander, en 1960. Es poeta, traductor, docente de literatura egresado de la UIS., y editor; dirige el sello editorial Ediciones Exilio, y la Revista de poesía Exilio. De su autoría ha publicado los libros de poesía: País íntimo en 2003; Piedra a piedra en 2010; Tempus en 2014; El viaje en 2014; El niño que no sabía jugar a la paz en 2017; tradujo y publicó a Edgar Lee Masters con el título Almenas del tiempo, a Emily Dickinson con el título ¿Quién mora en estas oscuridades?, y a Fernando Pessoa con el título Antinoo. Ha obtenido las siguientes distinciones: Premio Nacional de Poesía Antonio Llanos, Cali, 2000; Segundo finalista en el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá, IDCT, en el año 2002; Premio Nacional de Poesía Poetas contra la guerra, Casa de Poesía Silva en el año 2003; Premio Nacional de poesía José Manuel Arango en 2010; en el año 2017, su libro Montuno, fue uno de los cinco libros finalistas del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia.


EL CANTO

        Un estudio revela que el serinus serenus, ave urbana pariente del canario, dedica más tiempo a cantar, lo hace con mayor intensidad y con frecuencias más altas, cuando vive en entornos urbanos. Pero su canto no expresa felicidad ni lo anima el deseo de arrullarnos.

        Si canta más que las aves que habitan bosques, selvas y montañas, es porque requiere compensar el bullicio de la ciudad, mitigar la molestia que altera su ciclo de vida. Agregan que es útil “emplear” aves para tolerar el ruido urbano. Hasta aquí el frío informe de los especialistas, que dista de ser una revelación de códigos del paraíso.

        Podemos concluir que el trino exige silencio y lo que creemos fiesta o cadencia suele ser rebeldía, resistencia, queja o pavor. Sorprende la afinidad de este canto con la voz de ciertos poetas. Aves medrosas, para luchar con tanto ruido no tienen más defensa que escribir.

Luz Helena Cordero Villamizar, estudió sicología en la Universidad Nacional de Colombia, y obtuvo una maestría en literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, y se fue por las ramas hasta consolidar un quehacer que hasta hoy ocupa sus días. Vive en Bogotá, donde ejerce su oficio literario en los géneros de cuento, poema y ensayo.

Sus libros: Canción para matar el miedo (cuentos, 1997)), y El puente está quebrado (relatos, 1998), obras publicadas por la Editorial Magisterio, narran situaciones críticas desde la mirada de los niños. 

Los libros de poemas, publicados, son: 

-Óyeme con los ojos, (Verdehalago, Ciudad de México, 1996 y Editorial Trilce, Bogotá, 1996), 

-Cielo ausente (Ediciones Sociedad de la Imaginación, Bogotá, 2001), 

-Por arte de palabras (Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2009), 

-Postal de la memoria. Antología personal (Caza de Libros, Ibagué, 2010),

-y Eco de las sombras (Uniediciones, Bogotá, 2018),

-Su libro Pliegos de cordel (Domingo atrasado, Bogotá, 2019) reúne poemas, ensayos y crónicas.

Recibió mención de honor en el Premio mundial de literatura José Martí, en San José de Costa Rica en 1997, y primera mención en el Primer concurso de poesía Fernando Mejía Mejía, en Manizales en 1992. Su obra poética ha sido incluida en diversas antologías, y algunos de sus ensayos y crónicas se han publicado en revistas académicas y literarias. Luz Helena Cordero Villamizar es conocida como poeta, pues la mayor parte de su obra en prosa está inédita.

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FRAGUA DEL SILENCIO

Si la palabra arde y quema

es porque quizás

el silencio consume

con sus brasas

cada uno de los sonidos

que provienen de la lengua

No hay poema

si la palabra no pasa

finalmente

por la lenta fragua del silencio

SERES ANÓNIMOS

Con su oscura pátina

la desidia

unge el reverso de las cosas

Cada cosa tiene dos caras

Una para resistir el paso del tiempo

otra para que el olvido talle su     

Las cosas que se olvidan

no mueren

cambian de rostro

Las cosas que cambian de rostro

cambian de lengua

El silencio

es la lengua de los seres anónimos

Julio César Corea Díaz, nació en Bucaramanga, Santander. Es Licenciado en Español y Literatura, Especialista en Docencia de las Ciencias Sociales, ha ejercido como profesor de nivel universitario.

Ha sido ganador de premios nacionales de poesía como: Tercer Concurso Nacional de Poesía “Carlos Héctor Trejos”, en Río Sucio, Caldas, en 2004; Tercer Concurso Nacional de Poesía “Ciro Mendía”, en Caldas, Antioquia, en 1977; Tercer Concurso Nacional de Poesía “Julio Cortazar”, en Bogotá, en 2007.

Ha sido incluido en selecciones de poesía, regionales, nacionales e internacionales.

Ha publicado los libros de poesía: El altar de los oficios; Auto-retrato con girasoles; Bajo el sol de marzo; Pájaro recién pensando.

Fue tallerista y evaluador del Concurso Nacional de Cuento CNC-ASCUN, durante varios años. Actualmente vive en Manizales y orienta el blog La Pipa de Magritte (http://lapipademagritte.blogspot.com)

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Humo de la voz

EL LIBRO Y LA POESÍA, COMO EXPERIENCIA VITAL

por Claudio Anaya Lizarazo

Provengo de una tradición cultural dentro de la cual, el libro era considerado como la máxima expresión de la cultura y el más óptimo vehículo de difusión del conocimiento. Para determinados círculos de población, esto fue un hecho hasta finales de los años ochenta del siglo pasado cuando, después de una larga serie de inventos aplicados a la comunicación, la educación y la cultura, el libro y con él las revistas y los periódicos, perdieron gran parte de su espacio y su influencia con estos públicos, porque con los otros públicos no había tenido ni siquiera el acceso. Desde la fotografía, el telégrafo, el teléfono, el fonógrafo, la radio, la televisión, la computación, el sistema Windows, las redes sociales y hasta las prehistóricas maquinitas y los “ataris”, han servido a la difusión de la cultura y el conocimiento, además del entretenimiento. Es un hecho que, toda esta tecnología presta excelentes servicios a la investigación científica, a la cultura, pero también y mayormente a las manipulaciones políticas y financieras; y todo esto se disuelve sin mayores consecuencias en los agitados océanos de las redes sociales, presentando una gran ironía: nunca antes los grandes públicos habían tenido la oportunidad de una información inmediata y en cierta forma independiente, pero nunca antes la ciudadanía había estado tan expuesta al engaño y la manipulación. Es cierto lo que alguna vez oí: “Nunca antes se había tenido la oportunidad de publicar con tanta facilidad”, pero también es cierto que lo publicado en redes desaparece en el marasmo del inmediatismo y la fugacidad, edulcoradas con la baba de una mediocridad trivalizante y desmemoriada.

Estos medios electrónicos han introducido modificaciones en el concepto de libro y lectura. Recordamos a Roger Chartier y a Santiago Kovadloff, para quienes, respectivamente, la lectura actual es una navegación en un río de sucesivos islotes movibles, y el libro es algo mucho más amplio que supera la cuestión de su envase; en este punto cómo no citar a Borges para quien el libro, mientras no sea leído, sólo será un cubo de papel y cuero. A riesgo de mis detractores digo que, el eje central de todo este mundo de las comunicaciones electrónicas y redes sociales, sigue siendo el concepto libro, que hace referencia a un conjunto de datos, conceptos e información que en sí misma conforma una unidad, estética y a veces, ideológica. La idea del libro como eje cohesivo en las redes, quizá sea el factor que impide a cuantiosos individuos y sociedades, ingresar en la subcultura de la atención dispersa, de la cual están a un solo paso; esta acepción vuelve a poner en presente al libro, como al más importante medio de transmisión cultural durante todos los tiempos, porque si echamos una mirada hacia atrás, veremos que desde los jeroglíficos, las tablillas cuneiformes, los rollos de papiros y pergaminos, y en la actualidad por medio de archivos y carpetas en diferentes lenguajes informáticos, el libro apunta a consolidar (sin dictar la última palabra o sin pretender agotar el tema del que trata) la idea de ofrecer cuando menos, un mínimo de elementos de juicio o una cierta área explorada que le permita al lector, una mirada o una idea por lo menos panorámica de su tema de estudio.

En consecuencia con lo anterior, un libro también puede ser el relato de un testimoniante de un hecho, de una vida, de una infinita gama de situaciones humanas, la suma de una experiencia vital a la cual sólo se llega con tiempo, lectura, meditación, diálogo y silencio, pero sobre todo de observación y curiosidad, que son precisamente lo que posibilita todo lo anterior. Las culturas tradicionales y vernáculas tenían en gran estima a las personas mayores, a quienes consultaban en los asuntos de importancia; acordémonos de los consejos de ancianos de los pueblos nativos en este extenso territorio; una de nuestras vertientes culturales y raciales. Luego, el concepto libro sigue englobando la suma de la experiencia vital que aspira más que a ofrecer respuestas, a generar las preguntas que el lector o el oyente tienen en estado potencial como todo ser humano, y que sólo necesitan por medio de la lectura, poner en cuestión sus asuntos con la voz que dirige el relato, para que estas preguntas surjan y el lector entre en condición de respondérselas a sí mismo.

Hoy tengo tres libros en mis manos, tres libros afortunados que hacen afortunados a sus lectores; hablo de Cuerpo laborioso, de Hernán Vargascarreño; Eco de las sombras, de Luz Helena Cordero Villamizar; y, Fragua del silencio, de Julio César Correa Díaz. Tres poetas nacidos en Santander, y que ahora, en plena madurez de su oficio, producto y resultado de toda una vida de ejercicio, nos hablan desde la voz de la experiencia.

En Cuerpo Laborioso, de Hernán Vargascarreño, la exploración del mundo es la exploración del propio cuerpo. En esta obra, cuerpo y mundo son la misma materia, luego el cuerpo es el mejor camino para llegar al alma y, en consecuencia, para tratar de entender al mundo y ubicarnos en él.  Vemos en este libro un retiro de las bregas del mundo exterior para centrarse en el mundo interior, queriendo encontrar y disfrutar con este abandono, la gratificante sensualidad de la vida. Siguiendo tal vez la saga de Emily Dickinson, se refugia en su jardín interior, con la lucidez de que sólo las cosas esenciales de la naturaleza y de las culturas y tecnologías que no ponen en peligro al planeta, son las que vale la pena vivir, sólo así, la vida adquiere sentido. Y se rinde culto al pasado, esa materia poética que nos constituye, y que a su vez, no es más que las palabras bajo nuestra manera de mirar y de recordar; se exploran los asuntos esenciales, el oficio de escribir y su denodada lucha con las palabras, el contacto con los elementos naturales y su erotismo lúdico, el entrañable afecto a los seres queridos y a su vez la gran duda sobre la condición humana; toda una vocación de retiro construida con una sólida individualidad, mientras afuera, otras realidades colectivas se erosionan ineluctablemente.

Eco de las sombras, de Luz Helena Cordero Villamizar, nace quizá de un regreso, como puede advertirse por las historias implícitas tras la musicalidad de estos poemas y en el sereno fulgor de sus imágenes. La muerte, que para este caso adquiere el ropaje de la meditación, es ausencia y sorpresa, aunque dé muestras y haga sus anuncios, pues se manifiesta en inusitadas circunstancias; es el reencuentro con los cotidianos y pequeños hallazgos que nos indicaron esa lenta y paciente conformación del mundo, situaciones que volvemos a ver no ya en sus acaecimientos sino en el rastro que esas vivencias han dejado en las personas, en las estancias y en los objetos, que contribuyeron a poblar el mundo de la niñez, cada ser, cada rincón o cada objeto de la casa, nos cuentan nuevamente nuestra historia con rumores y susurros, universo que un día abandonamos para continuar nuestro camino, y quedó oculto, en espera de una segunda oportunidad para brindarnos sus ingenuas alegrías y curiosidades. Nos enfrentamos entonces a lo inexorable, a lo irrecuperable, o, a lo recuperable sólo a través del lenguaje y la mirada. Entonces, con estas evanescencias y con estas fragancias, nos damos a la tarea de cultivar un jardín en el seco suelo del escepticismo.

Fragua del silencio, de Julio César Correa Díaz, es una espléndida reflexión poética sobre las experiencias de toda una vida, reflexión llevada a feliz término, de la mano de un disciplinado ejercicio del oficio de escribir, en combinación con un rigor intelectual que hace acopio de la historia personal y la mira a través del poder fundador de la palabra, que nombra y calla, que expresa e indica, en una pulsación entre ser o no ser, o, entre voz y silencio; No hay poema/ si la palabra no pasa/ finalmente/ por la lenta fragua del silencio/; nos dice Julio César, para indicarnos la lenta y prolongada gestación de este poemario fecundo en experiencias, cincuenta y dos poemas, cincuenta y dos episodios como cincuenta y dos puntas de icebergs, cada uno sostenido por una gran masa de silencios flotantes en las penumbras de la memoria, en los ignotos mares del pasado, en esa región donde sueños, realidad, recuerdos, pensamientos, palabras, integran el barro elemental del que estamos hechos.

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domingo, 2 de agosto de 2020

Voces en LA ESKINA, presenta a WILLIAM JEREZ y el editorial por: Claudio Anaya Lizarazo

EL LENGUAJE DEL CUERPO

William Jerez Medina, nacido en Málaga, Santander, lleva más de treinta años de vida artística dedicada a teatro de pantomima, actuando en innumerables escenarios de calle y en escenarios de recinto, adelantando campañas dirigidas a promover una mejor convivencia de la comunidad, y sembrando una semilla de espiritualidad; lo cual lo convierte en un embajador de la paz en nuestra sociedad.

 LA PALABRA EN LAS SOMBRAS DEL SILENCIO

Humo de la voz
APUNTES PARA EL DEBATE

Por Claudio Anaya Lizarazo

Aunque en Colombia siempre hemos tenido una rica tradición de intelectuales, politólogos, académicos en las diferentes manifestaciones de las humanidades, el arte y la ciencia, todos ellos de gran nivel, se presenta la siguiente situación: primero, la labor de estos prestantes intelectuales, no obstante haber conformado y conservado esta tradición, no ha logrado permear o impactar a otras capas sociales, y segundo, aunque se cuenta con ellos como faros a los que se acude, vivimos en una sociedad descalificatoria de la opinión de los otros. 

Es obvio que, sobre los intelectuales de nuestra mencionada tradición, no pesan los deberes del sistema educativo, pero los cito como referente del gran alcance en los diálogos que se dan en nuestro país, en sectores reducidos y parciales de lo que tal vez impropiamente llamamos “opinión pública”; ante lo cual, quiero aportar unos sencillos apuntes para el debate.

La argumentación, aunque no sea muy profunda o elevada, si cumple con un mínimo de responsabilidad y empalme de las partes del tema con el objetivo de la demostración, entonces no es palabrería o verborrea, como regularmente se suele descalificar a los otros criterios. Por el contrario, carreta puede ser el discurso hueco, distractor o tendencioso, que espera hacerse con el triunfo en el debate, el triunfo aparente, se sobreentiende, porque si se mira esta situación con algo de detenimiento, esta palabrería poco podrá demostrar o sustentar; su objetivo es el triunfo aparente y momentáneo, el engaño, la desinformación.

Estos opinadores de pugilato, arraigados en el triunfalismo y la competitividad, para hacerse con ese fugaz triunfo echan mano de todo cuanto los pueda ayudar a dar una imagen coherente en apariencia, aunque no conozcan los elementos que utilizan. En estas personas el objetivo no es encontrar la razón o la lógica sino un triunfo para escapar de la coyuntura, como ya dijimos, que les sirva para justificar no sus palabras o ideas sino otras situaciones de la vida, generalmente en el plano físico o material, porque tienen intereses muy marcados en este mundo, y su lógica es, la de la conveniencia individual. Caso aparte, hay quien no busca la razón o la sinrazón, pues su interés es hablar por hablar, pero inclusive a estos últimos hay que oírlos muy bien para poder asegurar que están hablando por hablar, o para poder entender su historia. Por eso se tiene la idea de que, para que alguien pueda cabalmente calificar el discurso o la opinión de alguien más como palabrería o paja, debe haber leído u oído muy bien ese otro relato y estar así en capacidad, con los elementos que le dan su cultura, no sólo técnica o científica sino también humanística o vivencial, de demostrar que esa opinión es vana palabrería, discurso hueco o falso.

Borges dijo en uno de sus últimos poemas, cito la idea más no los versos, que en una discusión no importa de cuál boca salga la verdad, que lo importante es haber participado de esa conversación de la cual salió una verdad. Me parece maravilloso esto, y me recuerda el método Mayéutico de Sócrates, que ante la sabiduría contundente y rotunda de los filósofos que se pegaban a los debates, él, Sócrates, primero los oía muy bien, con gran atención, el tiempo que fuera necesario para conocer el pensamiento o la propuesta de ellos, y después, por medio de una serie de preguntas formuladas a partir del discurso oído, en las respuestas de estos filósofos salían a relucir sus aciertos o sus deficiencias. Sócrates es un buen ejemplo a seguir, oír muy bien al otro para aprender algunos asuntos de esa persona que se expresa, y enseñarle otros, sin llegar a la innecesaria descalificación de plano.

Todas las disciplinas humanísticas buscan comprender a la sociedad y a la historia, y quienes desde el bisturí de la filosofía, la sociología, la antropología, la sicología, y otras academias, adelantan sus debates e investigaciones, tienen las ventajas de contar con herramientas como complejas estructuras teóricas y conceptuales, cuya única limitación quizá sea los límites de sus métodos y teorías, precisamente lo cual debería impedirles descalificar a otras normativas o métodos de tipo colectivo y vivencial, del ámbito cultural y popular, como otros procesos de búsqueda, otras visiones del tema. Pero es frecuente también la rigidez en algunos de estos profesionales, a veces incapaces de ver al mundo con otros ojos que no sean los de su formación disciplinaria profesional.

Como lo apuntamos al inicio, uno de los principales problemas para que no haya un sano debate público es, que es común encontrar ese debate entre quien se esfuerza en sustentar y argumentar sus ideas críticas, con quien ante los argumentos oídos opone ideas esquemáticas recibidas desde el directorio político al que está afiliado o desde la parroquia o templo al cual acude a sus oficios “religiosos”. Vemos así, un intento de debate entre quien genera opinión y quien difunde propaganda, entre quien busca hacer claridad y quien se beneficia o cree beneficiarse de la confusión, entre quien desea generar sentido y quien no puede trascender su ego y tergiversa lo que oye así lo oiga y lo entienda bien, o, entre personas con ideas de un potencial contenido y personas que al no entender los nuevos conceptos se niegan la posibilidad de evaluarlos y los rechazan como palabrería, negándose así su derecho a pensar por cuenta propia y a aportar a la creación de opinión pública, tan necesaria en nuestra sociedad.

Si trascendemos nuestros límites territoriales, veremos un panorama peor, pues debemos tener en cuenta a nivel universal el regreso del tierraplanismo, la eclosión de las religiones de garaje, la reescritura de la historia, el universo de las noticias falsas, la manipulación de las encuestas, el ascenso de los totalitarismos políticos y las concepciones arribistas y triunfalistas, la práctica de traición de los gobiernos a sus electores, además de una sociedad de consumo convertida en ideología hueca en sí misma, y todo el oscurantismo del que pueden tener capacidad estos mencionados fenómenos, que de no presentarse una reestructuración de los valores humanos y sociales que sirven como modelo a las nuevas generaciones, estos fenómenos generados en el seno de una sociedad arraigada profundamente en el egoísmo más abisal y en los pánicos más atávicos a lo diferente, seguirán destruyendo el planeta y seguiremos viendo cómo las víctimas se disuelven hasta desaparecer, en el ácido de la indiferencia. Sorprende pensar en tantos millones de personas que con todas las cosas destructivas que a diario suceden, piensan que el mundo así marcha bien. 

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