LA ESKINA global , periodico cultural

viernes, 3 de julio de 2020

LA ESKINA virtual No 18

LA ESKINA   ISSN 1900–4168

No 18, julio 3 de 2020

httpslaeskinavirtual@gmail.com://laeskinavirtual.blogspot.com/; grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Carlos Lizcano Pimiento, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.

©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los presentes artículos son responsabilidad de sus autores

!Ojo con el planeta!

Presentamos el segundo texto, de una serie de ocho artículos de temática ecológica, escrito por Eduardo Cordero Villamizar.

LAS POLIFLUOROALQUÍLICAS: DEPORTE EXTREMO RECARGADO

500 semillas #2

Por JE-Cordero-Vi

 Diferentes estados de Estados Unidos están preocupados porque la Agencia de Protección Ambiental ha tardado demasiados años en elaborar un plan de regulación de las polifluoralquílicas, sustancias sintéticas (no naturales) utilizadas en productos que incluyen espumas contra incendios, prendas impermeables, muebles resistentes a las manchas, envases de alimentos y hasta seda dental.  ¿Qué pasa con esos químicos? Que después de varias décadas dispersándose por tierra y agua se descubrió que están relacionados con enfermedades de la tiroides, con diferentes tipos de cáncer, bajo peso al nacer, depresión del sistema inmunológico, que pueden afectar el efecto de las vacunas en niños y alterar el desarrollo de la glándula mamaria (predisposición temprana al cáncer de mama). En 20 años, la EPA es la primera vez que intenta moverse a decir cuál es el máximo de PFAS y PFOS (siglas en inglés de esas sustancias) que no causan problemas y cuáles las acciones para removerlas. Desde 2016 muchos estados implementaron sus propias regulaciones y limpiezas ante la inmovilidad del ente Federal, que ha empeorado desde la era Trump, cuando quedó en manos de gente insensible al deterioro del medio ambiente y del cambio climático. Son innumerables las políticas y hechos que sustentan esta observación. El mapa nacional que muestra la presencia de estas sustancias en las fuentes y redes de agua potable es sencillamente abrumador, como para desconsolarse y pensar que ya no hay nada qué hacer. ¿A qué tanta impaciencia?

Es que a pesar de haberse eliminado el uso de estos químicos (parte en el 2000, parte en el 2006), todavía hay 4.700 tipos de ellos en uso (los que ya estaban circulando en productos) y los que se liberaron antes siguen presentes en las corrientes de agua, en los acueductos y continúan siendo ingeridos por al menos 110 millones de estadounidenses. Los expertos los llaman "productos químicos para siempre" porque no se descomponen naturalmente, son persistentes, para eliminarlos hay que colectarlos y destruirlos mediante procesos costosos (¿más que las enfermedades en los seres vivos?). Varios estados no pueden hacer nada porque son pobres y una inversión local ante daño tan gigante, no es posible. La EPA dice que sacará un plan, dentro de unos años sabremos si lo hizo y qué efectivo fue.

Desde fuera de Estados Unidos observamos esta amenaza sobre la salud de la población estadounidense y creemos (primera creencia) que es allá. Pero nada más equivocado. Nos dicen que un foco principal de contaminación lo constituyen los centros de entrenamiento militar, donde todo el tiempo se simulan incendios y se sofocan con espumas que contaminan el suelo, el subsuelo, las corrientes subterráneas que luego vuelven a la superficie... y así. En nuestros países hay de eso y de todos los demás productos, en nuestros países los gobiernos han desmontado y privatizado muchos poderes estatales. O sea que debemos alertar sobre el golpe silencioso que quizá estamos sufriendo. Otra creencia (segunda) es lamentar la incidencia patológica solo en humanos. ¿Acaso la enfermedad de anfibios, peces, mamíferos, aves y plantas es menos importante? Como sabemos que la respuesta es afirmativa (la vida de ellos no vale nada) entonces amenacemos con una afirmación: siendo los humanos un eslabón de la cadena trófica, están inevitablemente expuestos a la contaminación.

La parsimonia interesada que aqueja a la EPA es característica de la acción de los gobiernos del mundo y de la ONU para enfrentar hoy este tipo de problemas. Igual actúan contra el gran reto a la sobrevivencia: el cambio climático. Defender el paso seguro de la admirada tortuga que venció a la liebre, en este caso no es útil porque, no hay tiempo: la dispersión en el agua de las polifluoroalquílicas es tan rápida como los famosos "rápidos" del río en el que nos gusta generar adrenalina, sin saber que sin salir de casa, con solo beber, podríamos estar jugando el deporte extremo más extremo de todos.

 Mayo 2019

Consulten:https://theconversation.com/epas-plan-to-regulate-chemical-contaminants-in-drinking-water-is-a-drop-in-the-bucket-111243

VERÓNICA SE QUEDA EN CASA.

 Por Jesús Alberto Sepúlveda Grimaldo

Cuarentena de mayo de 2020. Ibagué.

        Acababa de enterarme de la noticia que llevábamos una larga semana esperando: decretaban la cuarentena por cuenta de un tal virus que dizque terminaría matando a medio mundo. Catorce días de encierro obligado. Y yo que siempre pensé que una cuarentena duraba cuarenta días.

       Pero en fin, las cosas sucedieron con rapidez.

       Cuando llego a casa me encuentro a Verónica apoyada contra la puerta. Algo así como las cinco de la tarde. Un par de maletas, una a cada lado de sus piernas, ligeramente separadas, como desafiante, pero sin ser desafiante.

        Aunque llevaba puesto un tapabocas de un azul celestial, se le notaba en los ojos que había dormido mal las últimas noches, pero igual fue sincera y no dio ningún rodeo. Me dijo que estaba pasando por un mal momento: que no se trataba de llegar con tos, ni fiebres altas, ni escalofríos, ni respiración asfixiada, No te preocupes que de salud como una quinceañera: se trataba tan sólo que se había quedado de pronto sola y sin trabajo, Esta no tiene contagio del tal virus, me tranquilice para mis adentros.

       En ese inesperado encuentro también tuvo mucha importancia nuestra particular relación: Verónica es la madre del novio de mi hija. Y un día, con suerte, Verónica será la abuela de mis nietos.

       Yo entonces estaba viviendo sola, pero un especial sentido de la solidaridad en los momentos aciagos que empezábamos a vivir, o a sobrevivir, hizo que le ofreciera a mi consuegra un lugar en casa, ya que si había algo que me sobraba era el espacio, desee que había quedado viuda hace ya más de un par de años, Que Dios lo tenga donde lo tenga a mi difunto marido.

       Le aclaré desde el principio que nuestra mutua convivencia tenía que ser moderada, independiente, liviana; que quería seguir sintiéndome tan libre como hasta ese momento, que no usaríamos tapabocas azul celestial ni guantes látex de cirugía, porque visto estaba que no teníamos, ninguna de las dos, contagio alguno, pero que al primer estornudo suyo, tendría que marcharse de mi casa, y ella a todo me respondió que sí, que sí, que no habrían problemas. Y dejé que Verónica se instalara en mi casa, en el cuarto de costuras, que también hacía las veces de habitación de huéspedes.

       Y empezaron a suceder las cosas.

    Detesto que me despierten. Lo hago todos los días a la misma hora y por si las dudas, tengo puesto el reloj despertador sobre mi mesa de noche, se lo aclaré, todo entendido. Pero al tercer o cuarto día golpeó mi puerta y llamó con cierto acento musical: " Merci”... (es como me dicen los de confianza en vez de llamarme Mercedes ), Ya voy, le respondí medio enfadada, pero igual, abrió y entró con el desayuno. ¿Qué podría yo hacer...? Lo tomé amablemente y luego le aclaré que no me gusta tomar el desayuno en la cama, Parece que entendió.

      

Al día siguiente me llevó café negro, jugo de naranja y tostadas con mantequilla en una bandeja, ah, y un par de huevos revueltos con jamón, mientras me contaba que en la tele decían del aumento de los muertos por la pandemia. Empecé entonces a levantarme cada vez más temprano para evitarla, pero a ella también le dio por madrugar. Al cabo de una semana ya casi no dormíamos.

       Verónica de pronto consiguió trabajo, o mejor dicho lo que empezó a llamarse teletrabajo, y durante todas las mañanas se ocupaba ahora frente a la pantalla de mi portátil, hace turnos rotativos, dicho sea que sin moverse de casa, y cuando queda ligeramente vacante al mediodía, prepara suculentos almuerzos. Yo odio almorzar porque me parte en dos el día, me inflama el estómago, me llena de gases, me da sueño. Ella no le da mucha importancia a mis caras de disgusto, supone que es un resto de rebeldía adolescente y me obliga a comer, partiéndome los días y las noches, preparando abundantes cenas y reportándome el número de muertos que sigue aumentando en las redes, en la tele, Y que ya se vino de la China y de Europa y se está metiendo en la América nuestra, palabras de ella.

       Suelo encerrarme en mi habitación ahora para no toparme con ella ni sus noticias siniestras del virus, pero cuando en algún momento, salgo a hurtadillas, la encuentro esperándome con la mesa puesta, la comida tibia, a veces fría ya, y una sonrisa de oreja a oreja, literalmente de oreja a oreja, y tengo obligatoriamente que cenar. Me duermo entonces tarde, llena, pesada, molesta. Y me cuesta mucho dormir en la noche y levantarme a la mañana siguiente. Y con tantos platillos, tanto almuerzo y tantas cenas, ni hablar de la ropa, que ahora me queda más chica. Ella es delgadita, y por mucho que traga no engorda como yo, y se las sabe arreglar para usar la ropa que ya no me entra. Y encima de todo le queda muy linda.

      No importa donde se encuentre cuando suena el teléfono, da saltitos acrobáticos y siempre lo atiende. Con sospechosa frecuencia responde: " número equivocado ". Y mensajes ni llamados, hace mucho tiempo que no recibo de nadie.

       Cambió de lugar las plantas y el antaño ritmo inalterable de su riego; clasificó y ordenó por orden alfabético mis libros en la biblioteca; mudó de paredes los cuadros de la sala al estudio y viceversa; mira el aumento de los muertos por la pandemia y otras noticias siniestras en la tele y nunca me deja ver las películas que me interesan. Y además ocupa siempre el computador para su eventual teletrabajo y para hablar con los muchachos (nuestros hijos).

      Le dije, le insinué, y más tarde le rogué que no me invada. Me explicó que me cuida por cariño, que no cree en mi gusto por la soledad, y que, en última instancia, seré la abuela de sus nietos. Hasta las mismas palabras mías usa.

      Cada mes, subo al techo para limpiar las canaletas y las tejas, que se llenan de hojas secas y mangos maduros del árbol de los vecinos, y este periodo de cuarentena no sería la excepción. Y el día que estaba en la limpieza, el día catorce del encierro, para ser exactos, Verónica quiso subir a ver cómo se veía el barrio desde arriba, No, no y no, le dije primero, pero ella insistió. El impulso fue incontenible, el empujón, brutal, pero el árbol de los vecinos frenó su caída y sólo se quebró las dos piernas.

       Ahora me esperan unos meses para pasearla en silla de ruedas y cuidarla con devoción.

       Verónica sonríe, de oreja a oreja, y piensa en sus nietos que un día serán mis nietos.

 

Es autor de los libros: Si la muerte me la dieras tú (cuentos); Las niñas buenas no dicen malas palabras (teatro); Antología comentada de la poesía tolimense (ensayos); Nunca le recibas dulces a Karen (relatos); El que salga último apaga la luz (poemas); Páginas de Ahora y en la Hora de… (crónicas).

 Ha recibido premios y reconocimientos en Colombia e internacionalmente: Galardón en estados unidos, por Editorial “El Salvaje Refinado”; Encuentro América Latina, lucha y esperanza, en Panamá; Narrativa Alcorkón, Siglo XXI, España; Bienal Internacional de novela José Eustasio Rivera.

Su más reciente libro es: “Esta noche no puedo amor mío porque bailo en el Copacabana”, (Editorial Papeles sueltos-A la luz pública, 2018).


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