LA ESKINA global , periodico cultural

martes, 25 de agosto de 2020

LA ESKINA virtual número 20

 LA ESKINA  ISSN 1900–4168

No 20, agosto 26 de 2020 

laeskinavirtual@gmail.com: https//laeskinavirtual.blogspot.com/; 
Grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.
©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de sus autores.
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ISLAS DE CALOR

Columna de Eduardo Cordero Villamizar

#3; serie 500 Semillas 

Por JE-Cordero-Vi

 ¿Qué son las islas de calor? Una ciudad cualquiera observa que el calor aumenta en su interior y que a su alrededor, como en las zonas rurales, la temperatura es inferior. Ese es el fenómeno "Isla de calor". Actualmente muchas ciudades del mundo se están convirtiendo en islas de calor y en determinadas temporadas del año los picos o golpes de calor se han incrementado, causando muertes súbitas en ancianos, surgimiento de vectores de infecciones, de virus, volviendo ineficaces sistemas de refrigeración y almacenamiento, etc. Hay datos de muchísimas ciudades, sobre todo de Estados Unidos, donde llevan un control muy técnico desde satélites por parte de la EPA (Administración para la Protección Medioambiental). Estas mediciones sirven para elaborar mapas de calor, los cuales identifican los puntos cálidos de un país o de una ciudad.

Por ejemplo, la ciudad de Missoula, en el norteño Estado de Montana, se ha despertado a esta realidad y ha buscado ayuda entre científicos, estudiantes, amas de casa, vecinos, etc., para implementar cambios en las zonas diagnosticadas en los mapas. Se intervienen los puntos de calor, por ejemplo, incrementando la capa vegetal, modificando las edificaciones, variando los materiales de los techos, cubriéndolos de jardines... De esa manera se previenen daños a la salud pública. En torno a cómo bajar las temperaturas la gente puede tener ideas maravillosas.

Se ha detectado por parte de la Administración de Salud de los Estados Unidos que el daño medioambiental afecta la psiquis colectiva. Hay estudios que señalan que los incendios de California dejan personas con trastornos del sueño, con tendencias adictivas, a la depresión, se han elevado las cifras de suicidio y de violencia intrafamiliar. Todo esto se ha cruzado con los mapas de los incendios y se puede establecer una relación directa.

Todas las ciudades en las que vivimos deben buscar la manera, con la acción ciudadana, de hacer mapas de calor. Esos mapas se pueden cruzar con los mapas de emisiones de CO2 y de salud pública para establecer relaciones. En cada escuela, en cada barrio, todo el mundo puede ayudar con el diagnóstico y con las acciones mediante fuerza comunitaria. Debemos poner a las agencias del Estado y a los estamentos políticos a girar en torno al problema. Éste, nos da pistas de lo que deben ser las agendas de las ciudadanías.

Sin satélites no es imposible convocar a la gente. Se pueden crear redes ciudadanas que reporten la temperatura según una programación diaria y de acuerdo a indicaciones técnicas muy sencillas como hora del día, ubicación de los termómetros, distancia al suelo, entre otras. Es una forma creativa, participativa y educativa para trabajar por el bienestar común mediante la organización y la generación de interés por las realidades locales. Y las islas del calor no son más que una de las oportunidades que tenemos, los defensores de la Madre Tierra, para fortalecer el trabajo colectivo, único que podrá enfrentar las amenazas que se avecinan. 6-2019

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Humo de la voz
EL MIRADOR DE LOS GRITOS
 Por Claudio Anaya Lizarazo
 “Aunque hoy traigas mascarilla 
no creas que con eso me inquietas
si no te veo la cara
te conozco por las tetas”.
(1)

Ese fin de semana fuimos en grupo a Bucaramanga, a vender parte de la cosecha y a divertirnos en algunos bares y discotecas; tuvimos harta refriega y regresábamos entonces bastante trasnochados, agotados y con poca plata. No estoy seguro de la fecha, por la resaca y las brumas de la fiesta, pero esa mañana del lunes 23 de marzo, creo, mientras viajábamos hacia la vereda en el camión de don Luis María, pensaba en muchas cosas, sobre todo en la más extraña que nos había ocurrido, y mientras tanto miraba a la gente que sosteniéndose de los listones de la carrocería entre los saltos y sacudidas ocasionados por la carrera destapada, se divertían haciendo chanzas de viejos conocidos o de buenos vecinos, sin tener creo, conciencia de lo que representaba la noticia del virus y el decreto del confinamiento que se iniciaba ese mismo día a media noche.

Mientras ellas y ellos charlaban y el camión comía carretera, yo desde una de las serranías por la cual pasábamos, y que quedan hacia el oeste de la ciudad, miraba el paisaje de la meseta oculta completamente por las construcciones, y pensaba también en que todo el mundo habría de quedar en cuarentena por una peste que se había irrigado por los aeropuertos del mundo; me  reconfortaba un poco con la idea de que en la finca íbamos a tener suficiente espacio como para no sentirnos prisioneros de la situación como la gente de la ciudad, pero el malestar de la resaca en mi cabeza me reafirmaba el dolor de la incertidumbre en el estómago.

El camión daba tumbos por la carretera destapada, zigzagueante por la cordillera como una cinta polvorienta, arrojada al azar sobre los campos secos.  No recuerdo bien ese día por la bruma de los aguardientes, pero estoy seguro que llegamos a media mañana y aunque no recuerdo bien a todos los que viajábamos en el camión, sí recuerdo a algunos amigos, a Matilde, a José, y a ese tipo nuevo que vivía unos kilómetros más allá de la laguna, y que, en cuanto el camión llegó al terminó su viaje y los pasajeros pagaron sus pasajes y bajaron sus maletas, a través de José nos pidió que lo acompañáramos una parte del camino.

Era un hombre joven y bien parecido, y tenía miedo del paso de un inevitable paraje que era necesario sortear, para llegar a su rancho. Se quedó viéndonos por unos momentos, con esa cara de sueño que todos teníamos, esperando nuestra respuesta, pero yo sólo pensaba en llegar a dormir, mientras los pasianderos cruzaban sus últimas palabras y se despedían.

El tipo, a través de José, nuevamente nos pidió que lo acompañáramos una parte del camino, hacia su casa.  Tenía miedo de ese cruce donde dicen que han matado ya a bastantes personas, que algunas noches se han oído pasar misteriosos carros con las luces bajas, y que una vez cerca al abismo que mira a la ciudad, arrojan a las víctimas en medio de sus espantosos gritos; pero yo estaba cansado por el trasnocho y por el viaje.

El muchacho se acercó con el pretexto de brindarnos un último trago.  Oí sus palabras cuando dijo:

¡A su salud, que ya es tarde para dormir!

Vi su mano fuerte y nervuda, empuñar la botella por el cuello, ofreciéndola.  Después vi su cara, pálida y brillante bajo el Sol de la mañana. Su sonrisa insegura, impregnada de ansiedad por el próximo y peligroso tramo de su viaje.

Tomé el trago para no despreciarlo, y, en mitad del fogaje del aguardiente le dije que de día no había peligro, que ese problema no era con nosotros pues a las víctimas las traían de la ciudad, y que desde hacía algunos años no había vuelto a pasar eso, después de lo cual, hice ademán de irme y el tipo se adelantó a decirnos:

Yo sé que es un abuso, pero háganme el bien de acompañarme hasta la curva grande.

No está lejos.  Lo acompañaríamos, pero venimos cansados –dije, mientras observaba su figura ligera, como sin peso.

El lugar está maldito –volvió a decir– demasiada gente ha caído allí.

 No respondí nada.  Traté de evadirlo fingiendo que revisaba algunas cosas en mi morral.  Mientras el hombre esperaba sin saber qué hacer, con la botella semivacía.  Sus pies hacían movimientos quizá inconscientes, que recordaban la equívoca danza de un bufón arrastrado hacia el patíbulo. 

Así que me deshice de él, pero en el escaso tiempo que duró la conversación, Matilde, que llevaba un radio portátil, puso a sonar la canción que habla de ese nacimiento de agua y supe que la canción estaba hecha para él; supe que, como a cualquiera de nosotros, llegar a esta tierra significaba una oportunidad de vida por estar alejados del peligro del contagio, supe que había que tener fe porque no contábamos con otra alternativa diferente a la de seguir viviendo como se pudiera, de asimilar la nueva situación, de seguir practicando y haciendo las cosas como nos las enseñaron, y cuidarnos.

Todavía oí su voz, un poco más lejos, hablando con José. El miedo y cierta amargura le matizaban las palabras, pero, aun así, y a pesar de nuestra negativa, una pequeña lucecita de esperanza le hacía ofrecer la hospitalidad de su cabaña; habló de una buena pesca, de un bosque de frutales que tenía…

El campo se sentía alegre, a pesar del recio verano y las malas noticias. Paseé mi trasnochada conciencia sobre el ondulante horizonte de las lejanas montañas, y más que respirar el aire, respiré la soledad que se vivía. Miré a mi lado a Matilde, su piel blanca y rosada y su cabello largo y negro, la blusa blanca que llevaba ese día. Miré a José y la despreocupación de su destino y envidié su tranquilidad, basada en su inocencia y tal vez en su ignorancia, y observé al muchacho temeroso, vestido de ocre, que se alejaba ya por el camino, a enfrentar con la soledad de sus noches los gritos de sus fantasmas, mientras nosotros, por lo menos yo, presentía ya la carcoma de la incertidumbre generada por la peste, en un mundo dirigido por una élite de locos delirantes que nunca habían tenido en sus manos tanto poder legado por la ciencia; sin embargo miré a mi alrededor como para constatar que el mundo aún era el mismo y entonces observé nuevamente al muchacho, su cabello churco y dorado, su barba de varios días, la mochila al hombro, la canción que iba silbando se oía como a nuestro lado.   

***

(1) Adaptación de Claudio Anaya Lizarazo, de una copla de Rogelio, personaje del escritor español Daniel Gascón, en la crónica “Siempre viene uno de fuera a joder a marrana”; publicada en BABELIA, España, el 9 de agosto de 2020, cuyo texto original es el siguiente:

 “Aunque te pongas mascarilla
No te creas que me inquieta   
Si no te veo la cara
Te conozco por las tetas”.

fotos tomadas de internet: https://ocarballar.wordpress.com/2012/08/22/precipicios/

LA ESKINA global es un proyecto cultural de distribución gratuita.

 

LA ESKINA global proyecto cultural y educativo.

Edición y dirección: Claudio Anaya Lizarazo.
Diseño y diagramación: Gloria Inés Ramírez Montañez
Bucaramanga, Colombia.

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