EL LENGUAJE DEL CUERPO
William Jerez Medina, nacido en Málaga, Santander, lleva más de treinta años de vida artística dedicada a teatro de pantomima, actuando en innumerables escenarios de calle y en escenarios de recinto, adelantando campañas dirigidas a promover una mejor convivencia de la comunidad, y sembrando una semilla de espiritualidad; lo cual lo convierte en un embajador de la paz en nuestra sociedad.
LA PALABRA EN LAS SOMBRAS DEL SILENCIO
Por Claudio Anaya Lizarazo
Aunque en Colombia siempre hemos tenido una
rica tradición de intelectuales, politólogos, académicos en las diferentes
manifestaciones de las humanidades, el arte y la ciencia, todos ellos de gran
nivel, se presenta la siguiente situación: primero, la labor de estos
prestantes intelectuales, no obstante haber conformado y conservado esta
tradición, no ha logrado permear o impactar a otras capas sociales, y segundo,
aunque se cuenta con ellos como faros a los que se acude, vivimos en una
sociedad descalificatoria de la opinión de los otros.
Es obvio que, sobre los intelectuales de nuestra mencionada tradición, no pesan los deberes del sistema educativo, pero los cito como referente del gran alcance en los diálogos que se dan en nuestro país, en sectores reducidos y parciales de lo que tal vez impropiamente llamamos “opinión pública”; ante lo cual, quiero aportar unos sencillos apuntes para el debate.
La argumentación, aunque no sea muy profunda o elevada, si cumple con un mínimo de responsabilidad y empalme de las partes del tema con el objetivo de la demostración, entonces no es palabrería o verborrea, como regularmente se suele descalificar a los otros criterios. Por el contrario, carreta puede ser el discurso hueco, distractor o tendencioso, que espera hacerse con el triunfo en el debate, el triunfo aparente, se sobreentiende, porque si se mira esta situación con algo de detenimiento, esta palabrería poco podrá demostrar o sustentar; su objetivo es el triunfo aparente y momentáneo, el engaño, la desinformación.
Estos opinadores de pugilato, arraigados en el triunfalismo y la competitividad, para hacerse con ese fugaz triunfo echan mano de todo cuanto los pueda ayudar a dar una imagen coherente en apariencia, aunque no conozcan los elementos que utilizan. En estas personas el objetivo no es encontrar la razón o la lógica sino un triunfo para escapar de la coyuntura, como ya dijimos, que les sirva para justificar no sus palabras o ideas sino otras situaciones de la vida, generalmente en el plano físico o material, porque tienen intereses muy marcados en este mundo, y su lógica es, la de la conveniencia individual. Caso aparte, hay quien no busca la razón o la sinrazón, pues su interés es hablar por hablar, pero inclusive a estos últimos hay que oírlos muy bien para poder asegurar que están hablando por hablar, o para poder entender su historia. Por eso se tiene la idea de que, para que alguien pueda cabalmente calificar el discurso o la opinión de alguien más como palabrería o paja, debe haber leído u oído muy bien ese otro relato y estar así en capacidad, con los elementos que le dan su cultura, no sólo técnica o científica sino también humanística o vivencial, de demostrar que esa opinión es vana palabrería, discurso hueco o falso.
Borges dijo en uno de sus últimos poemas, cito la idea más no los versos, que en una discusión no importa de cuál boca salga la verdad, que lo importante es haber participado de esa conversación de la cual salió una verdad. Me parece maravilloso esto, y me recuerda el método Mayéutico de Sócrates, que ante la sabiduría contundente y rotunda de los filósofos que se pegaban a los debates, él, Sócrates, primero los oía muy bien, con gran atención, el tiempo que fuera necesario para conocer el pensamiento o la propuesta de ellos, y después, por medio de una serie de preguntas formuladas a partir del discurso oído, en las respuestas de estos filósofos salían a relucir sus aciertos o sus deficiencias. Sócrates es un buen ejemplo a seguir, oír muy bien al otro para aprender algunos asuntos de esa persona que se expresa, y enseñarle otros, sin llegar a la innecesaria descalificación de plano.
Todas las disciplinas humanísticas buscan comprender a la sociedad y a la historia, y quienes desde el bisturí de la filosofía, la sociología, la antropología, la sicología, y otras academias, adelantan sus debates e investigaciones, tienen las ventajas de contar con herramientas como complejas estructuras teóricas y conceptuales, cuya única limitación quizá sea los límites de sus métodos y teorías, precisamente lo cual debería impedirles descalificar a otras normativas o métodos de tipo colectivo y vivencial, del ámbito cultural y popular, como otros procesos de búsqueda, otras visiones del tema. Pero es frecuente también la rigidez en algunos de estos profesionales, a veces incapaces de ver al mundo con otros ojos que no sean los de su formación disciplinaria profesional.
Como lo apuntamos al inicio, uno de los principales problemas para que no haya un sano debate público es, que es común encontrar ese debate entre quien se esfuerza en sustentar y argumentar sus ideas críticas, con quien ante los argumentos oídos opone ideas esquemáticas recibidas desde el directorio político al que está afiliado o desde la parroquia o templo al cual acude a sus oficios “religiosos”. Vemos así, un intento de debate entre quien genera opinión y quien difunde propaganda, entre quien busca hacer claridad y quien se beneficia o cree beneficiarse de la confusión, entre quien desea generar sentido y quien no puede trascender su ego y tergiversa lo que oye así lo oiga y lo entienda bien, o, entre personas con ideas de un potencial contenido y personas que al no entender los nuevos conceptos se niegan la posibilidad de evaluarlos y los rechazan como palabrería, negándose así su derecho a pensar por cuenta propia y a aportar a la creación de opinión pública, tan necesaria en nuestra sociedad.
Si trascendemos nuestros límites territoriales, veremos un panorama peor, pues debemos tener en cuenta a nivel universal el regreso del tierraplanismo, la eclosión de las religiones de garaje, la reescritura de la historia, el universo de las noticias falsas, la manipulación de las encuestas, el ascenso de los totalitarismos políticos y las concepciones arribistas y triunfalistas, la práctica de traición de los gobiernos a sus electores, además de una sociedad de consumo convertida en ideología hueca en sí misma, y todo el oscurantismo del que pueden tener capacidad estos mencionados fenómenos, que de no presentarse una reestructuración de los valores humanos y sociales que sirven como modelo a las nuevas generaciones, estos fenómenos generados en el seno de una sociedad arraigada profundamente en el egoísmo más abisal y en los pánicos más atávicos a lo diferente, seguirán destruyendo el planeta y seguiremos viendo cómo las víctimas se disuelven hasta desaparecer, en el ácido de la indiferencia. Sorprende pensar en tantos millones de personas que con todas las cosas destructivas que a diario suceden, piensan que el mundo así marcha bien.
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