LA ESKINA ISSN 1900–4168
No 23, noviembre 10 de 2020
Grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.
Jorge Mario Yepes Velásquez
De un libro de crónicas de próxima publicación, presentamos este adelanto donde se mezclan el desenfado y el humor, tan escasos en nuestra literatura y tan necesarios en este año de la pandemia.
EN UN AVIÓN DE ACES
En un vuelo a Arauca, en un avión pequeño, un niño me tenía loco.
–Señor. ¡Déjeme la ventanilla! ¡Déjeme la ventanilla!...
Y yo no quería. A mis treinta y ocho años, todavía me maravillaba, incluso ahora, mirar hacia abajo desde las alturas de un vuelo.
–¡Mamáááá! ¡Dígale a este señor que me deje la ventanilla!
El niño estaba realmente empecinado con la ventanilla… La mamá volteo a mirarme, no se acomodaba aún en su silla y traía todavía puestas esas gafas oscuras grandes que se ponen las damas para taparse también la cara en el Sol de Palonegro… Me suplicó con una sonrisa de obra de arte de la naturaleza a la vez que se quitaba las gafas, que le dejara el puesto al muchachito: “a ver si se calla“ –me indicó con su gesto.
Pues, a mí se me quitó lo niñito y ya no le puse más cuidado a la ventana. Mi atención se concentró en la señora de las cejas enmarcadas en esos ojos de respirar duro y mirar despacio. Y como ella iba sentada un puesto más adelante, me fui hipnotizado, mirando ese cabello negro profundo y su perfil delicado cuando volteaba a ver al jovencito. Reuní todo mi atrevimiento y me levanté para sentarme a su lado.
Esta mujer olía, se veía y hablaba, como se oye huele y luce, una dama que se aparece en un sueño bonito. Estaba perfectamente peleada con su esposo, quien como dice Álvarez Guedes, el cubano: "Había que quebrarle el bastón y matarle el perro, pues tiene que ser ciego quien deje una mujer así de especial"...
En la escala que hace la ruta en el Aeropuerto de Tame, ella y su hijo se bajaron a almorzar. Desfiló al restaurante como la muñeca de la película de Pocahontas, morena canela y delicadísima de rasgos, los invité a sentarse a mi mesa, más por no estar solo, y en cambio tener una compañía sociable y agradable. Le dije que estaba visitando el proyecto de Cañolimón-Coveñas y ella me contó que iba a visitar a sus hermanas; le dije que me quedaría dos días y ella me dijo que estaría toda la semana.
Le sugerí que podríamos, al otro día, ir con sus hermanas a comer pizza y a charlar; me dejó el teléfono apuntado en una hojita y la puse en mi agenda.
Al otro día en la tarde de la última luz, me
acordé de la señora y del teléfono, la llamé, le invité con sus hermanas y el
niño a la pizza. Me citó en la cafetería
del Parque de Arauca, a las 7:30 llegó sin muchacho. Con una hermana y el
novio, con diez años menos, enfundada en una blusita y una faldita, de medidas
exactas para que no se viera más ni se imaginara menos. Desde esa noche viví el
episodio que cantan Joaquín Sabina y Rocío Durcal, por siete años seguidos, de
veranos, inviernos, el bar y nos dieron las dos y las tres y no tuvimos ni
culpas ni remordimientos. Sólo abrazos, hoteles, los besos que canta Montaner
con río y desembocadura, camas destendidas, moteles, ratos, tiempos, días,
horas y miradas eternas y medidas… largos ratos de mirarnos a los ojos,
tomarnos de la mano y la promesa de algún día envejecer juntos hasta el día en
"que no hubo nadie detrás de la barra del otro verano, fue hace tiempos,
romance de novios que no tuvimos. Caricias que nos hacían falta, en el
inventario de los afectos, lágrimas que no habíamos llorado por llorar otros
asuntos, amores prohibidísimos del último tango o el erotismo de Passolini, una
canción de Arjona o una ranchera de “amanecí otra vez, entre tus brazos”... y a
estas alturas, “probablemente ya, de mi
te has olvidado”.
Estamos ahora envejeciendo juntos, yo por acá y allá ella, en no sé dónde. Encontré su foto en la red, le mandé una sonrisa, ella me recuerda, nos dieron las diez y las doce y los sesenta años de recuerdos y sin culpas, todavía camino de la mano con ella en ciudades donde nadie nos conoce, entrando a cuartos que ya no existen…
ANTES DE QUE LE DESATORNILLARA LA MADRE
Por Jorge Mario Yepes Velásquez
Tenía mi oficina, al
frente de mi casa en un local al lado de los postres y ponqués (casa de don
Rodrigo Prada Lloreda) en la calle 48 con 27. Salía de mi primer matrimonio, cargado
de errores y con el más grave a cuestas: pensaba que hacía las cosas
bien.
Me llamaron el viernes de una empresa de palma africana, de las que hay por San Alberto, Cesar. Hay o había varias; de pronto Humberto Loza o los Gamarra, saben cuántas quedan. No me grabé los nombres, ni quién me llamó. Me recogían a las 5:30 A. M., el sábado, en un taxi en la puerta de mi negocio. Ellos me llevarían a la plantación, me recibiría el ingeniero encargado y me guiarían a un Box Culvert (paso debajo de carretera encajonado en concreto para servicios y accesos). A fijar unas tuberías de riego y línea múltiple, la persona que me llamó sabía bien mi oficio, pues me dijo qué herramienta llevar y qué tipo de anclaje requerían; con referencia exacta en el manual de ingeniería. No negoció mis honorarios. Como si fuera cronometrado, el taxi llegó a la hora y fuimos con rumbo a la plantación.
Viajé cómodo, al llegar, me recibió el ingeniero de planta; me comisionó tres operadores de mantenimiento y caminamos a pie como 20 minutos. En el sitio había colocada una planta eléctrica y habían instalado luces debajo de la carretera y todo estaba listo para hacer el trabajo lo más rápido posible. Al mejor estilo de las empresas de clase mundial. El trabajo se hizo sin contratiempo, yo estaba aterrado con la eficiencia de la logística. Terminé rápido. No podía creer tanta eficacia. De regreso a las oficinas de la plantación, le pregunté a uno de los comisionados, por qué tanta eficacia…
–La guerrilla no joodaa! Acá el que llega se va rápido y sólo se quedan los que se pueden quedar –me dijo.
–¿Y qué?... ¿Les toca pedir permiso? –pregunté. El hombre no me contestó, pero increíblemente le cambió el tono sabanero por un acento de conferencista ideólogo y se dejó venir con un fragmento del problema social colombiano, el maltrato al campesino y la distribución de la riqueza, con un vocabulario que me descolgó la mandíbula. (Donde me hubiera seguido hablando un rato más, abrazo, el marxismo leninismo como religión)... ¡Qué berraco tan adoctrinado!
Afortunadamente llegamos a la oficina. En cuestión de media hora salió mi dinero en efectivo, el taxi estaba esperando cargado con mi herramienta y a punto.
Se me acercó un
joven:
–Señor, déjeme ir a Bucaramanga con usted. Eran como las tres y media de la tarde.
–Con mucho gusto –le dije. Subió una maleta y un equipo de sonido y nos fuimos.
Por La Esperanza ya
no bajaban carros, la carretera estaba muy sola; ¿ya se imaginaron ustedes? Sí.
–La puta guerrilla atravesó un planchón de tractomula –nos dijeron los que venían a pie por entre la fila de carros donde nos encajamos.
–Están dando un discurso a tres curvas de aquí a los del pueblo y es obligatorio.
–Qué le vamos a hacer –pensé y me desgrané en madrazos
– ¡Ah vida pa' hpta! Ahora cuándo darán paso estos mlprds –tengo un vocabulario enorme gracias a que pisé muchos colegios. De pronto dice el joven a quien dejé subir al carro,
–¡Ay! ¡Yo no he visto nunca a un guerrillero! ¿Vamos a verlos? Y antes de que yo le desatornillara a su madre, el chofer dijo: –¡Sí, vamos a verlos!... –y se fueron los dos.
Yo me quedé sólo y enojado en el puesto de adelante. El Calor y el cansancio me estaban cerrando los ojos, cuando suena ese estruendo tan bravo. ¡PUUUM! Abrí los ojos y vi venir ese taco de gente corriendo despavorida y gritando:
–¡El ejercito! –en un segundo ya no había nadie. Todos debajo de los carros, en los huecos de las cunetas... qué se yo.
Me tiré en el cojín del carro, iba en el puesto de adelante, me golpeé con la palanca de cambios, pero no me moví. Oía los disparos muy cerquita y pensaba que:
–Si esos guevones están tan lejos, ¿por qué los oigo tan cerca?... Y levanté la cabeza y con mucho cuidado, miré hacia atrás. Había dos soldados escudándose en el baúl del maldito carro donde yo estaba. Abrí la puerta de mi lado:
–¡Ooole no joda manito, cómo se le ocurre disparar esa joda acá, ¿no ve que yo estoy aquí entre este carro?" –le grité al que podía ver bien. El otro seguía disparando...
–¡Coma mieeeerda! Si no le gustó venga y me prueba la derecha –dijo el soldado con acento de Medellín.
–Deje de disparar mientras me bajo –le dije. Agarré mi herramienta de fijación y salí como rata de cocina. ¡Muchachos!, algo seguía sonando muy duro, como cuando se golpea un barril de 55 galones, metálico, vacío; con un palo: ¡TAN! ¡TAN! ¡TAN!... Brinqué a la primera casa que vi, agachado y cagado... ¡TAN! ¡TAN! ¡TAN!... había una ametralladora punto cincuenta emplazada a un trípode a vuelta de pared en una especie de caney. Me la encontré de frente, la operaban tres soldados. Me causó mucha curiosidad que estuvieran encantados de la risa.
Me tiré al piso sin fijarme a dónde, una señora de la casa abrió la puerta, que desde el suelo yo pateaba.
Entré reptando como una iguana, estuve acostado en el piso de esa vivienda como veinte minutos y ¡mil años!... La gente de la casa me miraba con miedo. Mi herramienta era una pistola Omark 3 IM 4 cromada, se usa para disparar clavos al concreto. Me tocó explicarles que era una herramienta. La señora me dijo:
–¡Bruto! Antes no lo mataron señor, ¡con esa joda en las manos! Y me dio un costal para envolverla.
Los disparos de respuesta se oían ya más lejos... Se fueron, a la distancia se oían más disparos... lejos... sordos... como desfile de tamboras. No me cagué, pero la ropa sí se me volvió mierda, había caído en una plasta de vaca.
Salió la gente, el ejército empezó a salir de toda parte. Alcancé a ver a un soldado bajar, teniéndose el estómago abierto, había caído en una estaca. La gente estaba reuniéndose en los carros. Volví al vehículo. El chofer y el joven pasajero llegaron blancos.
–Nos llegó el ejército, saludando con granadas –dijeron. Traían la cara sucia de tierra. Detrás del taxi recogí unos casquillos de souvenir. Fui a la casita y recogí casquillos de la punto 50. De vuelta en Bucaramanga, se los mostré a mi papá... le comenté de mi aventura. Si vieran la cara que puso... No me dijo nada. Sólo me abrazó con sus ojos.
ÉSTE ES MI AMIGO EL PUMA
Por Jorge Mario Yepes Velásquez
El Fountain blue de Miami Beach estaba engalanado. Habíamos revoloteado todo el día con mi pareja por la exuberante piscina y los sitios cercanos; por donde Silvester Stallone, junto a la actriz Sharon Stone (la que hizo el cambio de pierna sin cucos en atracción fatal) habían filmado una película el año anterior. Patricia estaba obsesionada con el recorrido y los sitios que se ven en "Miami Vice", "Cara Cortada" y los paisajes de Bay Side, donde desde un recorrido en yate por la bahía, te muestran la casa de Madonna, Gloria Stefan, Shakira, Julio Iglesias y cuanto cantante de moda logre comprar una propiedad con su primer millón, triunfando en la radio, como reza la canción. En fin, a la noche tuvimos la dicha de una cena espectacular, vestidos para la ocasión y por un precio adicional, el hotel nos ofreció el show de Julio Zabala. Un excelente imitador caribeño que hizo las delicias de todos nosotros, imitando a Celia Cruz, Lola Flórez, Joaquín Sabina, Julio y Enrique Iglesias... Pero se excusó de imitar a José Luis Rodríguez "El Puma". ¿La razón? ¡El artista estaba entre el público a tres mesas de la mía! Y... ¡taraaan! Lo alumbraron con un reflector. A Patricia se le desacomodó la tanga pues la vi emocionarse de que el galán de novela estuviera a sólo cuatro o cinco metros de distancia y... hasta uno se vuelve marica de ver al tipo ahí sentado con tremenda pinta acompañado de sus amigos.
Todos aplaudimos, las mujeres suspiraron, los hombres todos de vuelta al clóset y la función continuó: Michael Jackson, Frank Sinatra, Tina Turner... Hubo un intermedio final. Calculando que el “show” terminaría pronto, me puse de detallista dizque a conseguir un autógrafo para la mujer. Y preparando de antemano la ruta de acceso a la mesa del cantante con papel y lapicero en mano, me lancé por el autógrafo. El sitio obviamente estaba algo oscuro, también había un tapete oscuro... me levanté de la silla, tomé la ruta planeada, di tres pasos, hice contacto visual con el Puma, le sonreí, resuelto; di el siguiente paso... y le metí la canilla a una p..ta barda. No sé cómo hijuep..tas estaba esa barda ahí!! ¡Tac! Sentí el canillazo en el cerebro, me detuvo en seco, pero ya estaba yo a un paso del cantante y el señor me estaba mirando con esa jeta de afiche. Él ya sabía que yo iba a pedirle la firma y estiró la mano. Yo no podía torcer la cara ni hacer la mueca de dolor. Apenas apreté el asterisco y le dije con toda la adrenalina que pude sacar: "Buenas noches señor Rodríguez"...; mis ojos lloraban lágrimas hacia adentro, se me nubló la vista, la pierna me chillaba como un perrito castigado a palo... "¿Para quién es el autógrafo?, preguntó El Puma...; Pa' su p..ta madre malparío; dijo mi cerebro en piedecuestano.
"Para Patricia, caballero; muy amable", exclamé emocionado por
el dolor. Levantó su cabeza y coqueteó educadamente con mi pareja.
Apúrele m..ricón, rezaba mi mente en bumangués, el dolor venía en
oleadas desde la mitad del hueso de la canilla hasta el huevo derecho...
el que sube y baja, (de ahí viene la canción "yo tengo una bolita que me
sube y me baja ¡ay! ¡Que me sube y me baja!; qué compositor más ocioso). El
Puma firmó acelerando el lapicero pues empezó a llegar más gente por autógrafos
y me entregó la hoja, la cual agarré casi arrebatándosela y volteé rápido
dejándole el lapicero. Prácticamente le tiré ese autógrafo a la mujer y
salí en carrera para el baño y me encerré con todo el sitio para mí solo los
veinte orinales e inodoros: ¡Aaay 'juep..ta! ¡Qué canillazo tan arrecho mano no
me crean tan m..rica no joda!; le dije al espejo a todo grito.
Después maldije en hebreo, Arameo y Mandarín, lloré como Don Ramón en el Chavo.
Y me levanté el pantalón. Y el señor que atendía en el baño me miraba asustado
y confundido. La espinilla me quedó como esas esquinas cuando uno les saca un
pedazo entrando la nevera en un trasteo. Me senté un rato. Ya con el
ritmo cardíaco normalizado, alcohol en el golpe y cuatro aspirinas, volví a la
mesa. La mujer me preguntó preocupada por qué la demora y le dije que la comida
me había caído mal.
Esa noche no terminó ahí. Tuve otro percance, pero se los cuento otro día para no cansarlos. Cada vez que veo a mi amigo "El puma me duele la pierna". Patricia seguramente sueña con su amor. Yo tengo la cicatriz.
Jorge Mario Yepes Velásquez, visto por él mismo
Nací en Pereira, Risaralda, en julio 1 de 1958. Soy el tercero de cuatro hermanos. Santandereano de crianza. Malcriado rebelde. Literalmente borracho, parrandero y jugador. Lector compulsivo, no convencional. Me leía las etiquetas de todo lo que veía. Si un libro no me cautivaba en media página, lo desechaba y así dejé mucho de lo que debí haber leído. Tuve dislexia, miopía y salud muy frágil. Tuve pésimos padres, gafitas desde los tres años y todo el acoso que eso acarrea. Educación variada por lo mal estudiante y bachiller bilingüe del Colegio Panamericano. Estudié sociología en Riverside California y derecho en la UNAB de Bucaramanga. Curiosamente pionero y conferencista en sistema de fijaciones y anclajes. He viajado por norte y Suramérica. Escribo de manera empírica, mi ortografía es por memoria fotográfica y asociación fonética. Nunca estudié el idioma español más allá de la educación escolar, pero eso sí, siempre fue mi materia favorita. Fuí hiperactivo, soy hablador y de temperamento alegre. Sepulto mis demonios en la escritura. Me gustaría soltarlos todos al tiempo, pero no puedo. De hacerlo tendría que mandar a todos mis conocidos a la mismísima mierda, pero no puedo. Dependo de los que me conocen, para sobrevivir... No soy pensionado y estoy condenado a trabajar hasta que muera.
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PRÓLOGO A UN DESENTERRADOR
Por: Jaime Rojas Neira
Acostumbro
caminar en horas de la mañana los días de descanso, un domingo le leí el tercer
texto, el de la Sala de cirugía, antes había leído el de El Panamericano, (nostálgico), y el de Las babillas del
Campestre (pícaro), que me pareció genial y de un humor finísimo, y por el
teléfono (whatsApp) le expresé mi admiración diciéndole que podía escribir
crónica que no lo hacía mal (sic) inmediatamente Olguita P, manifestó lo mismo,
después fue Gabriel L, y los demás del grupo: Hernando L, Rosa U, Julio C, Alberto
M, Pablo C, Maritza G, Alfonso R, Julio P, Martica O, Ligia C, ¿olvidé alguno?,
y la “bola de nieve” obligó a Jorge Mario y se comprometió a publicar; hoy esa
“encerrona” es realidad para el disfrute de quienes aprecian un género
literario tan sutil y pasionario como es el oficio de desenterrar recuerdos y
Jorge Mario resultó un maestro; sigue cultivando ese don, mi hermano, un abrazo
de todos a quienes la casualidad nos puso en esos salones en aquellos años de
juventud; y esperamos seguir disfrutando por mucho tiempo, de esa habilidad
para mezclar humor recuerdos situaciones ironía y el toque particular que
guarda su memoria; para resucitar esos sucesos que pasaron y él congeló, y
ahora, tres o cuatro décadas después, los regala con toda su originalidad.
APUNTES SOBRE CRONISTAS Y CHAMANES
Por Claudio Anaya Lizarazo
Actualmente, las sociedades tienen la tendencia a vivir sólo en su presente, grandes muchedumbres por intermedio de los artefactos de la cultura electrónica, se arrojan al sideral pozo del alma colectiva; no faltará alguno de sus gurús, quien diga, despectivamente, que esto de escribir es un ejercicio de la nostalgia, y con seguridad, lo es, pero también es una práctica de la sensibilidad humana con sus profundas conexiones con la memoria personal y ancestral, un encuentro con la tradición cultural e histórica, y en última instancia, es una declaratoria de identidad, además, mirándolo bien desde una contextualización de esta época, es una actitud de rebeldía. Porque ¿qué más rebeldía puede haber en el hecho de que precisamente en esta desmemoriada e insensible época de redes sociales (no se critica a la tecnología sino a algunos de sus usos) se escriban las crónicas que ayudan a recuperar la memoria de hechos ya pasados, pero que subyacen ocultos como factores constitutivos de las personas y los pueblos?
Desde mi punto de vista, uno entre tantos, Jorge Mario se ha dado a la tarea de nadar a contracorriente de los fantasmas del presente, los dictados de la geopolítica y los artilugios de la sociedad de consumo que nos ofrecen, ahora más que nunca, el becerro de oro de la tecnología no precisamente en sus juguetes sino en los modos de vida y de concepción de vida que, se desprenden de ella. Pero uno de los pilares de la literatura es el de reflexionar sobre nuestra existencia y la de los demás; la literatura se constituye por el golpe de la mirada del autor, quien, como un chamán, por medio de las palabras retoma esos hechos vividos por los que fueron y los insufla en lo que ellos son ahora. El oficio literario conserva aún hoy la esencia de su principio, pues en un mundo con manifestaciones de fuerzas ciclópeas y descomunales, antes como ahora, y ante la conciencia de la fragilidad de los individuos de nuestra especie, como medida de defensa o protección tenía que darse tarde o temprano el animismo y el pensamiento mágico, con sus rituales de palabras y fórmulas mágicas, naciendo así el relato y la literatura como la madre de todo. La literatura, ese viaje hacia el interior de las personas, hacia la médula de las sociedades, y que es la principal forma de defensa que tiene el ser humano: el supremo oficio de recordar, para no perderse ante sí mismo.
LA ESKINA global proyecto cultural y educativo.
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