LA ESKINA global , periodico cultural

viernes, 23 de octubre de 2020

LA ESKINA virtual 22

LA ESKINA ISSN 1900–4168

No 22, octubre 24 de 2020 

laeskinavirtual@gmail.com: https//laeskinavirtual.blogspot.com/; 
Grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.
©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de sus autores.
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PÁGINA 1
Carlos Arturo Vargascarreño

 

Rompiendo mitos

 Hay que ser informal

para ser coherente

1

“El ser humano es el único ser vivo que tropieza dos veces co la misma piedra”. Falso. No sabe hacer otra cosa.

2

“La ardua investigación científica ha desarrollado gigantescos avances en todas las áreas del conocimiento humano”. Falso. Querrán decir que el azar y la casualidad le han rendido frutos a la curiosidad innata que poseemos.

5

“Conócete a ti mismo”. ¡Será para salir corriendo!

6

“El espejo no miente”. ¡Claro que sí! Cuando se empaña.

7

“Hagas lo que hagas el destino siempre te alcanzará”. No es verdad. El destino fue haber llegado.

 Letras que regresan

A mi gran amigo Joselillo

11

Un ave correteando por el monte es un instante emplumado.

 12

Tomemos con calma la incertidumbre, total, con certezas de segunda hemos logrado armar el parapeto que somos.

 Objeciones y cosmogonías

10

¿Cuánta ceniza hecha de carne, de huesos, de palabras y de sentimientos, hay en el lecho y la desembocadura d los ríos?

 11

Hay peces en el agua que viven de cenizas humeantes. Hay peces en la mesa que la perpetúan.

Carlos Arturo Vargascarreño nació en Zapatoca, Santander, el 19 de junio de 1952. Estudio la primaria en su pueblo natal y complementó el bachillerato en Bucaramanga, en la nocturna del Colegio Santander, donde inició sus disertaciones en las clases de literatura, historia y filosofía, y donde se hizo partícipe de cuanta actividad cultural se hiciera manifiesta. Hace 35 años emigró a Valencia, Venezuela.

Pero fue en Zapatoca, en la casa que hace esquina con la catedral, hacia el lado oriental, donde se “graduó” de historiador leyendo una enciclopedia de Historia Universal, de 18 tomos, entre los 8 y los 9 años. La casa-academia pertenecía a matrimonio de Carlos Serrano y Margarita Acevedo. En el ágora que es la ciudad de Zapatoca, y en el extraordinario entorno que la rodea, el oficio de pensar no puede ser indiferente. Y no lo fue. Aquí está la prueba.

Elogio de la facultad de pensar

Por Omar Ardila, Bogotá 2020

Pocas veces se encuentra en el camino ardoroso de la lectura un libro que no responde a las lógicas estructurales: con raíces y ramajes vinculados estrictamente por una idea que ha entronizado la organicidad. Pocas veces sucede, pero de pronto, en una vuelta de tuerca, nos cruzamos con ciertos textos que siguen otras dinámicas que han roto esquemas canónicos y han dedicado su oficio creativo a pensar desde la trinchera, al peligroso acto de volver a observar el mundo con herramientas propias y acompañado solo por la subversiva soledad.

Fue imposible no pensar en la idea del libro-rizoma (que exaltaran Deleuze y Gauttari) cuando releí, ahora desde cualquier ángulo, el libro de Carlos Arturo Vargascarreño. Ese equidistante y complejo concepto de aquellos filósofos franceses, elaborado tras analizar el particular funcionamiento biológico del rizoma, nos habla de un libro que se ha desprendido de la unidad superior que lo fija a una raíz, es decir, un libro acentrado, no jerárquico y no lineal, tal como se me ha revelado Inútil no pensar. Esta asociación se vio reforzada por la segunda y posteriores lecturas, pues empecé a bucear en la obra tomando al azar cualquiera de sus apartes y me encontré con una unidad pero de lo múltiple, conectada a partir del flujo de intensidades y preocupada, antes que por significar, por trazar mapas abiertos que nos llevan a crear nuevas geografías, donde el pensar de otro modo es la máxima aspiración. 

Para el autor, en efecto, resulta inútil sustraerse al ejercicio del pensar, de crear subjetividades reflexivas que, sin proponérselo, lo aproximan a terrenos de la filosofía, aunque su perspicacia le permite desconfiar de esas filosofías que se alinean con los proyectos del capital. En uno de sus aforismos dice: “Nada más peligroso que un filósofo con los ojos puestos en Wall Street”. Y en su andar, el autor tampoco fija las certezas en la fría razón, pues ha logrado percibir que “cuando la lucidez se abre paso a través de un pantano ácido, la cordura extrema las alarmas para transitar por la línea más delgada”.

Sin duda, este libro de fragmentos reflexivos nos vuelve a poner frente a la necesidad de preguntarnos, de ironizar las verdades que nos fijaron  sudor y sangre, de desnudar aquellos proyectos que siguen ofreciendo paraísos ilusorios; en fin, Carlos Arturo Vargascarreño vuelve sobre la facultad más inocente, y por ello más peligrosa, la de pensar; y lo hace con agudeza, con jocosidad, con sencillez, con la fluidez de alguien que no se arredra ante la realidad, sino que se atreve a transformarla con la palabra.

Para cerrar este breve acercamiento a Inútil no pensar transcribo una muestra de esa voz punzante, vital y plenamente contemporánea: ¿Se podrá fertilizar un óvulo en los úteros que Jack desprendió a sus víctimas? / ¿Qué somos, si no la repetición infinita de un ensayo que siempre termina con presunción inacabada? / Nos prometieron un delicioso infierno. No un mar de aceites, botellas y cianuro / A los ejes de mi carreta –que hoy asumimos con nostalgia- le hemos puesto internet y entonces yo no son nostalgias de ayer como sí serán del mañana / Los dioses también reencarnarán: de catón, de plástico, de uranio, de microchip.

PÁGINA 2

Humo de la voz

ESOS PEQUEÑOS DESTINOS  

Por Claudio Anaya Lizarazo

Frecuento esta tienda que tiene un par de mesas en la verja, y tomar mis cervezas aquí, me ha servido para conocer bien a las hembras del barrio, es como un juego de la vista que me ha llevado a disfrutar de la amistad y hasta de los cariños de algunas de ellas. En las noches casi siempre estoy aquí, solo o acompañado. Pero aquella noche tuve una experiencia distinta, vi que las vecinas los vieron llegar como a las ocho de la noche. Si no es por los golpes de mirada entre ellas y sus consecuentes comentarios, no me pellizco de nada. El señor bajó primero del taxi, con un par de bolsas plásticas, probablemente con ropa sucia de hospital. Pasó hacia la puerta trasera del vehículo y ayudó a bajar a su lejana pariente; era una anciana de noventa y cuatro años, casi incapaz de caminar y que veintitrés días atrás, según dijeron la vecinas, había sufrido un síncope, salvándose de la muerte porque del vecindario llamaron a la policía, institución que vino en su rescate y así inició la anciana su recorrido por cuatro clínicas, para al final de este periplo, ser declarada de alta prácticamente sin ninguna novedad, pero casi en el estado en que había ingresado. Yo vi al señor tratarla con suma consideración, la ayudó a desplazarse atravesando el jardín hasta la puerta de entrada de la casa, la anciana miró su extrañado refugio en el cual había vivido en una soledad casi integral sus últimos veinticinco años. El hombre, frente a la puerta de entrada, bajó los paquetes y después de bregar con las cerraduras y los candados, ayudó a la anciana convaleciente a entrar en su morada.

Siempre me han llamado la atención esos pequeños destinos, como decía mi recordado padre; “Hay cosas que me causan cuidado”. Y recuerdo con esta expresión tan suya, otras expresiones de hombres también mayores que me han revelado la riqueza de matices que puede tener un día o un momento, sí… la mirada es el mejor paño para limpiar la pátina del polvo o del tiempo y desentrañar así algunos tesoros, esos otros tesoros que nos llevan a la plenitud, tal vez a un estado de gracia donde encontramos el origen de nuestro deseo de contar. En la génesis del cuento está la necesidad de espantar la soledad, por eso vengo a esta tienda en las noches, buscando la amistad, cuando ellas tienen más tiempo libre, y he aprendido que en la vida los motivos no son como comúnmente se cree, que hay temas importantes o simples; lo que se juega en la vida y en lo que queremos contar, que al final son la misma cosa, es la manera como se cuente esa historia que se tiene entre  las manos, un tema por pobre que parezca se reivindica con genio narrativo. Como estos singulares personajes sobre los que algún día tendré llamativas historias, y me acuerdo de ese domingo en la tarde cuando cayó una tormenta tan caudalosa que por su gruesa cortina de agua, casi no distinguíamos al vendedor de helados que avanzaba en arribada forzosa por mitad de la autopista; el tipo que finge ante su esposa, y con el pretexto de ser solidario con una amiga caída en desgracia económica, lleva a su amante a vivir en su  casa, y termina siendo desplazado por un romance surgido entre las dos mujeres, para finalmente ser arrojado de su vivienda; la loca, que a la salida de una feria gastronómica, en una hoguera trataba de asar una rata; el mendigo que tendía la mano y al pasar y dar la espalda, se podía leer en su camiseta la publicidad de una lotería anunciando su premio mayor; el hombre de la silla de ruedas, que en la soledad de la noche desde un perdido callejón, al verme a lo lejos cruzar la calle, me llamaba a gritos invitándome a que lo acompañara a un trago de una garrafa de aguardiente que tenía; la muchacha que sufre un acceso de risa al ver que después de una discusión entre recicladores, uno de ellos sacó de su bolsillo una pistola de juguete e imitando con su boca el sonido de los disparos, acribillaba sin piedad a su contrincante; el hombre de los zapatos rotos que tuvo una fuerte discusión por política con un activista de izquierda, y que decía que ante los comunistas él defendía a su país; el vecino que fue jipi disoluto y fumador de marihuana en los años setentas y ochentas, y hace unos años cuando los juristas discutían sobre el matrimonio igualitario y la adopción de niños para las comunidades LGTBI y similares, tal vez arrepentido de su liberalidad juvenil salió por impulso propio a hacer campaña para convencer a la gente de que firmara una planilla en contra; o esta anciana moribunda que estoy viendo al otro lado de la calle, en su sala, que con casi cien años espera vivir muchos más; o mi caso, por ejemplo, cronista de estas particularidades y mendicante del amor… Bueno, de esos hombres mayores que mencioné, recuerdo al escritor santandereano Jesús Zárate Moreno, mi paisano, cuando dijo, más bien cuando escribió, palabras más, palabras menos, que “estamos llenos de historias”, que sólo hay que saber mirar las situaciones vividas durante un día, para darnos cuenta de la gran carga de ironía, sorpresa o tragedia que en primera instancia, pasa inadvertida a las habituales miradas. Si a esto agregamos lo que nos dijo el escritor inglés William Somerset Maghaum, que uno de los instintos más presentes en la gente es la tendencia a contar historias, ese primitivo impulso que conservamos desde los tiempos de las cavernas, o después, en las llanuras bajo el peso de la noche negra, las historias contadas alrededor de las fogatas para alejar a las fieras y al miedo.

Como les dije, yo estaba en la tienda del frente, al otro lado de la calle de la casa de la anciana. Yo vi todo hasta que el señor se fue, y me fui prácticamente detrás de él, aunque por otro camino; porque entendí los motivos de su preocupación, no quise mirar más. Lo deduje por el esmero que puso en acomodar a la anciana en el mejor sillón, porque salió a buscar provisiones, desde acá, a la distancia, tras la cortina, desde esa mesa de la tienda mientras tomaba mi cerveza, vi el trajinar de ese señor en la cocina preparando la comida de la enferma, que luego le sirvió y con paciencia esperó a que ella terminara; lo vi asear los enseres, suministrarle las medicinas y al final eso fue lo que me mató: hablaba comprensivamente con ella, desde acá no se oye por la distancia, por el ruido de los carros que a esa hora todavía circulan, pero por su gesticulación lo entendí, lo entendía a cada paso, finalmente lo vi disponer de todas las sillas y butacas que había en esa casa, estableciendo ciertas rutas necesarias o vitales para la anciana; las sillas con distancia de un metro aproximado le servirían de apoyo para ir de la cama al baño, del baño a la cocina, o de la cama a la cocina; esa era la máxima preocupación del señor: la invalidez de la anciana en la soledad de la noche; la noche eterna y misteriosa que a pesar de esta época iluminada y ligera, no nos abandona nunca jamás, y nos acecha con su hocico de lobo, detrás de cada estepa iniciada en el azar de los rincones en penumbra.


LA ESKINA global es un proyecto cultural de distribución gratuita.

LA ESKINA global proyecto cultural y educativo.

Edición y dirección: Claudio Anaya Lizarazo.
Diseño y diagramación: Gloria Inés Ramírez Montañez
Bucaramanga, Colombia.

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