LA ESKINA virtual
No 15, mayo de 2020,
página 1 laeskinavirtual@gmail.com;
http//bloglaeskinavirtual.blogspot.com; WWW.ELLIBROTOTAL.COM; Bucaramanga;
Grupo LA ESKINA virtual: Gloria Inés
Ramírez M.; Gloria Elena Carrillo; Jaime Rojas Neira;
Claudio Anaya Lizarazo. ©Reserva de derechos de autor.
Las
opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de
sus autores.
CARTA
Adorada María G:
Fue desde aquella mañana de inicios de marzo, ¿lo recuerdas María G?... que nos llegó de pronto desde un continente milenario, y sin pedir permiso a nadie, la noticia y la visita del virus homicida.
Tú habías ido a la vereda a visitar a la abuela de los hijos que tendremos algún día, como quien dice tu madre, porque era el día de su santo. Los medios empezaron a decir entonces que El Maligno se había escapado en el descuido de un equipo de científicos desde el cristal de una pipeta en un laboratorio chino, o desde una sopa de murciélago adobada con hierbas aromáticas en algún húmedo mercado de Wuhan. Lo cierto es que tú, María G bonita, desde entonces te quedaste confinada entre gallinas y sacos de café en la casa de la abuela de los hijos que tendremos algún día, y yo, desde entonces, desterrado de tu risa y de esos ojos tuyos tan grandes y negrísimos que lo abarcan todo con un leve parpadeo como si el mundo todo fuera sólo tuyo.
Cierto es también, María G de mis desvelos, que el tal virus dizque se vino cabalgando, agazapado entre las nubes, haciéndose pasar por un gigante de barbas cenicientas, caballos con crines de humo, montañas azulgrices o ballenas jorobadas, enredado en la cola, las hélices y los alerones de un Boing 747.
Cierto también es, hermosa María G, que el virus se vino navegando aguas arriba, aguas abajo a lo largo, hondo y ancho de mansos o embravecidos ríos en planchones y en canoas, o en el oleaje caprichoso de mares sin fronteras, siempre invisible, en un crucero transatlántico con un millar de turistas felizmente contagiados.
Cierto es, amor María G de mis amores, que El Maligno virus se vino traspasando imperceptible y clandestino poblados, ciudades y países, multiplicándose impune en primera, en segunda y en tercera clase y en el vagón comedor del tren Expreso del Oriente, del Norte, del Sur, del Occidente.
También es cierto, María G mis ojos grandes y tan negros, que ese virus fantasma se largó transitando inatajable en los compartimentos atestados del metro subterráneo, entre la sudorosa multitud de un autobús, en la ruta escolar, en el tranvía, en las calles, los andenes, las aceras y la vuelta de la esquina.
Hace ya tantos días con sus noches, si las cuentas no me fallan, María G madre de los hijos que tendremos algún día, el virus se vino cabalgando entre las nubes, navega navegando barco a barco, traspasa continentes y transita siempre oculto y silencioso por el mundo.
El... María G la siempre huésped de mi alma...
El virus...
Latente, irreverente, inclemente... microscópico, cuarenténico, pandémico... sonámbulo, diurnámbulo, noctámbulo... María G contagio de todos mis amores. Así llegó a casa El Maligno disfrazado de cualquier cosa y me encerró de pronto entre los cuatro puntos cardinales de mi alcoba. Confinado a esta habitación y a esta ventana que sólo tú conoces, exiliado de tu risa y de tus ojos tan grandes y tan negros, condenado a estos barrotes sin cortinas, imaginándote pasajera de un avioncito de papel, en esta habitación sin ti, en el lugar exacto, María G de mis adioses, donde ya no alcanzo a verte.
Speedy González.
Ventana de segundo piso
Pandemia de 2020. Jesús Alberto Sepúlveda Grimaldo.
Ibagué confinado. Mayo 6 de 2020.
Es autor de los libros:
-Si la muerte me la dieras tú (cuentos).
-Las niñas buenas no dicen malas
palabras (teatro).
-Antología comentada de la poesía tolimense (ensayos).
-Nunca le recibas dulces a Karen (relatos).
-El que salga último apaga la luz (poemas).
-Galardón en estados
unidos, por Editorial “El Salvaje Refinado”.
-Encuentro América
Latina, lucha y esperanza, en Panamá.
-Narrativa Alcorkón,
Siglo XXI, España.
-Bienal Internacional de
novela José Eustasio Rivera.
-Su más reciente libro
es: “Esta noche no puedo amor mío porque
bailo en el Copacabana”, (Editorial Papeles sueltos-A la luz pública,
2018).
No 15, mayo de 2020,
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Grupo LA ESKINA virtual: Gloria Inés
Ramírez M.; Gloria Elena Carrillo; Carlos “Pichuco” Lizcano; Jaime Rojas Neira;
Claudio Anaya Lizarazo. ©Reserva de derechos de autor.
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(Humo
de la voz)
“SEÑORITA”
estribaciones de la violencia
Por Claudio Anaya Lizarazo
El tipo de narrador que para esta novela emplea el escritor santandereano Gonzalo España Arenas, es el primer factor de enganche a una lectura deliciosa y afectiva, que nos muestra el mundo desde nuestro terruño, y a través de la memoria de un hombre adulto que recrea la mirada de un narrador púber, el niño que fue, y resaltamos la magistral caracterización en esta novela, no sólo del narrador principal sino de todos los personajes que de ella hacen parte.
La historia relatada por este singular narrador, es el transcurrir de la vida en los paisajes de los años sesenta en los pueblos de Santander; tiempo mitificado por quienes también vimos y vivimos en esos tiempos y en esos lugares: nuestras estancias. Lo he dicho en muchas conversaciones, mi generación vio en las personas que habitaron esta región en ese tiempo, (el Santander de la montaña y una Bucaramanga en su mayor parte poblada por jóvenes campesinos que venían de las montañas de Santander) los vestigios del Siglo XIX en sus maneras, en su lenguaje, en su vida inmersa en mayor parte en una ruralidad aislacionista que los conservaba en su cultura, y en cierta forma los preservaba de los cambios de la ola tecnificadora y cuadriculante que iniciaba para esas fechas su cuarto de hora, con la promesa de un progreso y una comodidad que en realidad no eran tal.
Quienes nacimos en este país, recién pasada la violencia desatada en 1948, crecimos viendo una sociedad que quería cicatrizar las heridas y olvidar, depositando sus expectativas e ilusiones en el “progreso” prometido por los políticos y la “salvación del alma” prometida por los curas; convirtiéndose estas dos ilusiones en la quimera del pueblo colombiano. La ciudad era el sueño dorado al cual se acudía, porque las condiciones de vida del campo eran extremadamente crudas, y más, porque en el campo fue donde se vivió en esos años con mucho mayor rigor el impacto de la violencia política; estas dos circunstancias determinaron el crecimiento de las ciudades colombianas durante las décadas de los 50s, los 60s y los 70s; en las ciudades colombianas de mediados del Siglo XX, había presencia del Estado, en cambio en los campos el Estado era representado primordialmente por las autoridades eclesiásticas y por la policía militar: dos instituciones represivas, apoyadas por el ejército, en su lucha contra ese fenómeno social de insubordinación política denominado en ese entonces como bandolerismo, y originado en la rebeldía de ciertos sectores del pueblo liberal; las autoridades civiles, la mayoría de las veces, estaban en los pueblos como un decorado de legalidad o como patines burocráticos o de tramitología.
Esta sociedad provinciana de la Colombia de finales de los años cincuenta e inicios de los sesenta, que apenas estaba sanando sus heridas, estas ciudades que más que ciudades eran pueblos grandes, esa fe en el progreso, impuesta a fuerza de promesas, decretos, y medidas administrativas de unos gobiernos que se convirtieron en el mayor empleador del país, fue el mundo que vimos las personas nacidas durante las mencionadas décadas. El periodismo nacional hizo el registro noticioso e histórico, de una violencia que no fue erradicada del todo y que por las mismas causas, acompañadas de nuevos motivos afloró años más tarde en diferentes escenarios del país, y que no ha cesado hasta hoy, alimentada por nuevas circunstancias y nuevos actores. Después del trabajo periodístico de registrar las noticias de la violencia, y el posterior análisis de los estudiosos de estos fenómenos, vino la literatura en una marcha mucho más lenta y tortuosa, pues aunque trabaja con el mismo tema, sus técnicas y sus fines son de mucha mayor complejidad y ambición. Las obras literarias sobre el tema de la violencia del 48, se empezaron a escribir y publicar desde los años cincuenta en adelante, en una pausada secuencia de aparición que no se ha detenido y que ocasionalmente nos llama la atención con algunas apariciones de títulos; es así, como después de varias décadas de haber ocurrido los hechos que dieron inicio a ese violento periodo de nuestra vida nacional, Gonzalo España Arenas, nos entrega la crónica de esas violencias, transformada en literatura a través de la mirada del niño que vive en el hombre.
“SEÑORITA”
capítulo I; por Gonzalo España Arenas
El joven
señor de recto bigote y andar danzarín, que en tono solemne acudió a recoger mi
maleta y a conducirme al umbral, tan ceremonioso como un paje pero tan
malicioso como la complejidad misma, era el esposo de mi tía Maruja, mi tío
político. No lo mencionaré por su nombre pues en esta historia aparece otro
fulano llamado como él, ya que aquella casa era conocida como la casa de los
dos Arturos, de modo que en adelante me limitaré a decirle mi tío, pero anotaré desde ya que se trataba del más divertido y
singular personaje, encarnación viva de El Zorro, héroe al que secretamente
gustaba semejarse.
Con él, en tropel, vinieron a husmearme, desconfiados e insolentes, todos los perros de la casa, antes de permitirme seguir y avenirse a ser mis amigos. Conde, no lo olvidaré nunca, estaba con ellos. Mi tía los espantó de un trapazo para poder agacharse, envolverme en sus brazos y besarme con efusividad maternal, como lo ha hecho durante toda su vida cada que nos encontramos. Tras lo cual, tomándome de la mano y arrastrándome como un ejemplar digno de verse, me condujo a través del zaguán hasta la penumbra de la sala, donde me presentó como su sobrino mayor a doña Clementina, la dueña de la casa. La matrona se dobló sobre mí como un búho gigante, parpadeando junto a los míos
sus ojos
esmeraldas manchados de orín, frotó contra mi cara sus oscuras meji-llas de
cuero tostado, olorosas a baúl, me pinchó con las puntas del bigote que le
atusaba la boca y estuvo a punto de ahogarme entre los almohadones de su busto
esponjoso y rechoncho.
Fue un momento terrible y lo hubiera sido aún más de no haber asomado en aquellos momentos Zenaida, una linda y morena señorita de escasos quince años, en cuyos ojos azabaches me vi. Como pude me libré de la vieja y me empiné sobre mis doce años para saludarla en tono mayor, pero la voz me traicionó con un gorjeo de mirlo, y me ruboricé como un niño.
*
A Gonzalo España, su ávida lectura y sus
acuciosas dotes de investigador, lo han
convertido en el más prolífico narrador santandereano, que ha hecho de la historia el principal eje de su oficio,
en una ya, muy amplia gama de obras en las cuales se respira el encanto del
exotismo del pasado cultural de Latinoamérica, de sus escenarios naturales y
sociales, y de innumerables pasajes de su historia. Sus relatos son
protagonizados por indios, conquistadores, piratas, bandidos,
patriotas, realistas, flora, fauna, al igual que los personajes de nuestras
leyendas y cuentos de terror sobrenatural; además ha trabajado el género de
crónicas de personajes singulares, personajes históricos, biografías, ensayo, y
novelas juveniles y de intriga policiaca.
Así son las cosas de los mayores. Realiza una buena obra cada
día, le dicen a uno, sé bueno de la mañana a la tarde, y luego ¡zas!, le muelen
el culo a varazos.
Todo debió estar relacionado con las mujeres que esa mañana
llegaron al pueblo sin saberse de dónde venían, porque se declararon perdidas.
Es muy probable que las hubieran echado del pueblo de más abajo, por aquel
tiempo La Tebaida era el último pueblo de la montaña, más allá no seguía ningún
otro. Si tomaron aquel rumbo lo hicieron empujadas por la locura, o en el
trance de una fuga desesperada, cosa que ponía en evidencia el que no llevaran
nada consigo. Sus zapatos de tacón alto les habían sacado muchas ampollas.
Estaban, por supuesto, extenuadas. Si no hubiera sido tan
fehaciente la condición del oficio que llevaban pintada en la cara, acentuada
por la clase de ropa que vestían, las señoras asomadas en las barandillas de
los jardines les hubieran ofrecido un vaso de limonada, como se hacía con todos
los forasteros que remontaban la empinada cuesta. Pero bastó con ojearles el
atelaje para que nadie se moviera de su sitio, ni respondiera a la insistente
pregunta de dónde podían refrescarse y tomar un baño. Sólo Antonio Mora, que en
lugar de estar en la escuela, o cogiendo café como los buenos hijos del pueblo,
jugaba a esa hora canicas con sus compinches, se atrevió a decirles que el baño
se tomaba en el Pozo de la Peña, a unos dos kilómetros de allí.
Sé buen samaritano, da la mano al caído, le repiten a uno desde
que se levanta hasta que anochece, haz siempre buenas obras, y luego ¡zas!, lo
azotan para que nunca vuelva a cometerlas. ¿Quién entenderá a los mayores?
El Pozo de la Peña, a dos kilómetros de allí, una de las recién
llegadas soltó un taco pavoroso antes de declarar que por nada en el mundo
daría un paso más. Otra derramó un mar de lágrimas de desesperación y procedió
a aplastarse sobre el andén, desparramada en sus pollerines. Mientras esta
escena ocurría, los demás chicos se retiraron de uno en uno, llamados por los
mayores que acudían a buscarlos desde todas partes, preocupados por la
condición de las visitantes. Sólo por Antonio no acudió nadie.
Lo dejan a uno solo, lo abandonan, no lo auxilian ni lo
aconsejan a tiempo, y luego ¡zas!, le azotan el rabo a güaudazos.
El jovencito permaneció allí y empezó a tomarle gusto a la
compañía de aquellas mozas coloradas y lengüisueltas, que dejaban ver hasta el
ombligo cada que se agachaban. Por eso mismo no le costó gran trabajo soltarles
la confidencia de que en la pila del acueducto, situada apenas a las afueras,
podían bañarse, cosa que él y sus compinches sabían a la perfección porque la
perpetraban de vez en cuando, pese a estar terminantemente prohibido. Ellas se
le echaron encima implorándole que las llevara a ese lugar, y eran tan dulces
sus caras, y tan agradables sus solicitudes, y tan suplicantes los labios con que
las hacían, que el pequeño truhán presidió en persona la comitiva, con pasos
ágiles y desenvueltos.
No le pidieron que se apartara, ni que mirara a otro lado,
sencillamente se fueron empelotando y echando al agua como sirenas, y el muy
bandido pudo darse el gustazo de ser el primer chico del pueblo que contemplaba
no una, sino media docena de mujeres en legítimos cueros. Era un espectáculo
generoso. Una de ellas lo invitó a que se desvistiera y viniera al agua con
ellas, y Antonio no encontró inconveniente.
No le advierten a uno los peligros, no le advierten, no le abren
los ojos a tiempo, y luego se las cobran todas juntas, a punta de vara.
Una hora completa se la pasó feliz entre los almohadones rosados
y morenos de una profusión de tetas y nalgas como no se había visto nunca,
mientras abajo el agua de beber y lavar los platos había empezado a enturbiarse
con un color que todas las señoras encontraban ominoso. Un muchacho fue enviado
a averiguar la causa y trajo la noticia de lo que estaba ocurriendo. Sin mediar
juicio ni sentencia, Antonio Mora acabó convertido en el primer villano del
pueblo.
Esta triste reputación se consolidó un poco más tarde, mientras
secaban sus cuerpos al sol generoso de La Tebaida, cuando tuvo la segunda
ocurrencia feliz y acertó a indicarles que en el pueblo existía una casa
desocupada donde podían descansar, la casa de Emilio Torres, muy conocida entre
los chiquillos por ser lugar predilecto de guerras y escondidijos. Ellas no
podían creerlo, pero él se encargó de convencerlas enseñándoles el camino y la
manera de colarse por el solar, a través de una tabla floja.
Se instalaron en un principio con algo de temor, porque
imaginaban que pronto vendría a lanzarlas el dueño del predio, pero Antonio les
aclaró una y otra vez que Emilio Torres llevaba mucho tiempo ausente de La
Tebaida, al punto que nadie conocía su paradero. Entonces asumieron aires de
propietarias, se distribuyeron los cuartos y salieron en busca del carpintero,
para encargar unas buenas camas, unas sillas de sala y una mesa de comedor. El
cura y el alcalde acudieron al poco tiempo alarmados por la noticia, pero ya no
pudieron sacarlas de allí, y no hubo quien lo pudiera, porque ellas alegaron
que don Emilio Torres en persona les había alquilado la casa, y el paradero de
don Emilio Torres nadie lo sabía.
Se rancharon, pues, en lo suyo. El sábado, advertidos de que en
el pueblo se había establecido una casa de aquellas, bajaron en tropel los
arrieros y los leñadores, y el desorden se instauró para siempre.
Antonio volvió a casa muy en la tarde del día de su pilatuna.
Doña Aminta lo dejó entrar, cerró la puerta a sus espaldas y le azotó el culo a
varazos de guadua joven.
Vaya a saberse por qué.
LA ESKINA global proyecto cultural y educativo.
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