LA ESKINA global , periodico cultural

miércoles, 8 de abril de 2020

LA ESKINA virtual 13


 EL HOMBRE Y SUS DELEZNABLES IMPERIOS
*Lectura incómoda para tiempos de peste*
Humo de la voz
Por Claudio Anaya Lizarazo
“… Dios perdona,
pero el tiempo a ninguno…”
(Letra de una ranchera de Juan Gabriel)

      Mi solitaria y urbana vida se entretiene con mi biblioteca, conformada por los libros que he ido acumulando a través de los años y las décadas, y que hoy en día, he ampliado soberbiamente con una gran colección de libros digitales; pero sin importar el soporte, las bibliotecas siguen siendo para los solitarios, no una ventana sino una geografía por la cual se avanza como si fuéramos a pie, se sienten las ondulaciones, las cuestas y las pendientes del camino, se disfruta así, mucho más…
      Una tarde, revisando los anaqueles, con intención de sacudir el polvo a mis libros, al tomar una vieja edición terminé releyendo algunas de sus páginas y me encontré con un texto del escritor italiano Giovanni Papini, pero atribuida  su autoría a Gog, de quien Papini dijo haber recibido el manuscrito. El texto se titula: “Cadáveres de ciudades”, y consiste en el relato del viaje de un multimillonario extravagante y excéntrico, por varias de las ciudades míticas e históricas sobre las que se han construido o han girado, los paradigmas de las más importantes civilizaciones.
      Gog es un viajero escéptico, poseedor de un criterio escatológico aunque no exento de cierto toque de lucidez, con el cual mira a la gente y lo que encuentra en el mundo, más que a las ruinas que visita durante su singular viaje. Su relato me hace pensar en los aciagos tiempos de crisis y pestes, y veo también al igual que Gog, tal vez, que el tiempo de las vanidades humanas y de la locura es permanente. No sabemos ahora las reales circunstancias que nos trabajan desde adentro, no sólo a mí o a nosotros sino al actual mundo y su civilización tecnologizada, al igual que la mayoría de las ciudades visitadas por Gog, no supieron del germen que prosperaba a su sombra y que fue la causa de su destrucción.
      Gog es el salvaje con dinero, que en determinado momento se detiene interesado en echar un vistazo al mundo de la cultura, al cual casi no puede apreciar porque la práctica de los negocios le ha esterilizado el alma, privándole de sus fibras sensibles pero dejándole un descreimiento corrosivo y a veces, extrañamente clarificador; sin haber superado además el estigma de lo novedoso y lo extravagante. Gog es el primate acaudalado, que medra oculto en el pragmatismo de quienes sólo creen en el mundo material, y marchan ciegos tras unas ciencias y unas tecnologías, liberadas al arbitrio de su celeridad.
CADÁVERES DE CIUDADES
Por Giovanni Papini (Gog)
(de: Gog y El libro negroGiovanni Papini; obras, Aguilar S.A. Ediciones, Madrid 1957, traducción de Antonio de Ben)
Nápoles, 12 de octubre.

Estoy casi al final de un viaje a través del viejo mundo, en busca de cadáveres. Itinerario de ruinas y de metrópolis. En vez de detenerme en las ciudades de  los vivientes, he ido en peregrinación a todas las ciudades muertas, pobladas de sombras. En Egipto, dejando a un lado El Cairo y Alejandría, he visitado Heliópolis y Tebas; en Asia, resarciéndome de Troya, he visitado Pérgamo, Sardi, Ancira, Jericó y, adentrándome en el desierto, la fabulosa Tadmor de las mil columnas, Ecbatana, la ciudad de los magos, y, finalmente, Nínive y Persépolis, conglomerados de escombros imperiales. Luego he vuelto a Europa: en Creta me he paseado entre los palacios desenterrados de Cnosos y de Tirioto; en Grecia he contemplado los restos de Eleusis y de Delfos; en Albania, los de Butrinto. Por fin he llegado a Italia. En Sicilia no me he detenido más que en Selinonte. Conocía Pompeya, pero he querido volver a ver Herculano; he ido al sepulcro de Cuma (encima de la Caverna de Sibila) y he llegado hasta Pestum, la antigua Posidonia. Ahora me quedan, hacia el Norte, Ostia, Norba, Vetulonia y Populonia.

No puedo decir que las haya visto todas, pero sí las más famosas. Estos esqueletos pétreos de las antiguas colmenas humanas me atraen infinitamente más que las vulgares metrópolis donde se amontonan las carroñas de mañana. Las columnas mutiladas no sostienen ya los arquitrabes: el cielo ha recuperado la bóveda del templo. El sol ha vuelto a los sótanos y a las criptas; las casas están reducidas a paredes desmanteladas; palacios y sepulcros están igualmente despoblados de habitantes; por todas partes cenizas, polvo y silencio. Sobre las piedras desunidas de las calles no pasan ya los poderosos, los amos de las casas y de las provincias, sino solamente zapadores, arqueólogos, peregrinos; servidores y amantes de la muerte. En las estancias donde se reía y se amaba, cae ahora la lluvia libremente; en los anfiteatros se calientan al sol las lagartijas y los escorpiones; en las cámaras de los reyes hacen sus nidos los búhos y las abubillas.

A otros, estas ruinas de grandeza, estas capitales de placer y de orgullo reducidas a murallas cubiertas de hierba, inspiran, quizá, tristeza. A mí, no. Mi gusto por la destrucción y la humillación se ve fastuosamente saciado en estos laberintos de escombros. A veces mi orgullo disfruta; en medio de esta destrucción, yo estoy vivo; a veces gozo la voluptuosidad de la humillación: también nuestras ciudades serán semejantes a éstas y nuestra soberbia tendrá el mismo fin. Pero siempre, de un modo u otro, el alma sale de lo corriente: Palmira me ha conmovido bastante más que Londres.

Las ciudades abandonadas o desenterradas son incomparablemente más bellas que las vivas. La imaginación reconstruye, completa y obtiene un conjunto más gigantesco y perfecto. No hay nada tan verdaderamente maravilloso, para mí, como lo que no está acabado o lo que está casi destruido. Y el olor de la muerte es un elixir poderoso para quien sabe que tiene que morir.

El día que fui al Pesto, el cielo estaba tempestuoso. Pero fue suficiente con que un poco de sol resucitase el templo de Neptuno, con sus poderosas columnas color de miel, corroídas por los siglos, pero terriblemente vivas, casi troncos de piedra surgidos de la tierra, para que volviese a ver un momento toda la luz y la vida de Grecia. Aquella gran casa muerta de un dios muerto, posada en medio de las hierbas y de los asfódelos florecidos, entre los lejanos montes oscuros y el cercano mar mugiente, me pareció más viva y esplendorosa que la misma naturaleza. Había allí cerca una muchacha morena bellísima, con un pañuelo rojo en la cabeza y dos ojos de ángel nocturno; y era ella, junto al templo, la que parecía muerta.
 
(Giovanni Papini, Obras,
Aguilar S.A. Ediciones,
Madrid 1957)



LA ESKINA 
proyecto cultural y educativo.
Dirección: Claudio Anaya Lizarazo.
Diseño: Gloria Inés Ramírez Montañez
Bucaramanga, Colombia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario