LA ESKINA global , periodico cultural

lunes, 4 de diciembre de 2023

LA ESKINA global 131

  LA ESKINA global ISSN 1900 – 4168

No.131 septiembre de 2023, laeskinavirtual@gmail.com; http//bloglaeskinavirtual.blogspot.com; WWW.ELLIBROTOTAL.COM; Bucaramanga; LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M. (diagramación y diseño); Claudio Anaya Lizarazo (edición y dirección).

©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de sus autores.
Edición a cargo de Gloria Inés Ramírez Montañez

PÁGINA 1

UN DELICIOSO COCONUT TEQUILA

por Gonzalo España

Quise ponerle a este pequeño comentario nombre de coctel. Ya verán por qué.

Manhattan, Dry Martini, Dolores, Brandy Alexander, cualquiera hubiera servido. Al final opté por Coconut Tequila, porque me pareció sabroso.

42 g de tequila, 2 cucharaditas de zumo de limón, 2 cucharaditas de crema de coco, 1 cucharadita de maraschino. Agitar en el mezclador a baja velocidad durante 15 segundos con hielo picado, colar en una copa de coctel.

Durante muchos años de mi vida he conservado entre mis libros la Guía Internacional del Bar, pieza infaltable para todo ser humano, compendiada, redactada y con seguridad placenteramente degustada por su autor, el periodista inglés Michael Jackson, de quien se dice fue viajero infatigable, buen bebedor y agudo observador.

Jackson indica en ella que todo diplomático inglés está obligado a conocer en detalle las bebidas que se consumen en el país al que lo destina el Foreign Office, pues esta es la más adecuada manera de entrar en buenas relaciones con sus habitantes.

También nos dice que el permanecer fiel toda la vida a una sola clase de licor no es un acto de monogamia sino de masoquismo, pues “un paladar así tratado acaba bebiendo por rutina y no por el placer de saborear la bebida”.

Pues bien, en mi juventud conservé celosamente la Guía de Jackson, ilusionado por la idea de que poco a poco iría preparando y degustando los aproximadamente 250 cocteles de que nos habla, pero la dificultad de adquirir los licores básicos que les sirven de componentes, algunos muy escasos y bastante caros, lo mismo que otros sofisticados ingredientes usados en algunos, como las hojas de genciana, la raíz de Angélica, la piel de cedro o la quinina, me llevaron a postergar indefinidamente este placer.

Conservé el librito para el caso de que alguno de mis personajes literarios fuera un contumaz aficionado a las aventuras de la copa. Tal vez olvidé usarlo con los clientes del Salón Fischer en alguna de mis novelas policíacas, quizás porque este es un sitio imaginario al que se acude no a beber, sino a jugar ajedrez.

Después, el médico me prohibió terminantemente ingerir cualquier gota de licor, y la guía del buen Jackson quedó en mi biblioteca como una simple añoranza, como una promesa de vida no cumplida.

Hasta que llegó a mis manos Aula Máxima Bar.

Esta es una de las primeras y deliciosas sensaciones que nos invaden al entrar en este libro, que es como entrar en un bar de buen recibo. O al menos esa es la que me invadió a mí, tal vez por la nostalgia de mi renunciamiento a poner en práctica la Guía Jackson.

Claudio Anaya Lizarazo ha titulado todos los cuentos de su libro con nombres de cocteles: Caruso, Sidecar, Bloody Mery, Caipiriña, etc. En el curso de los relatos su narrador, que es un barman del que no conocemos el nombre, nos irá explicando a los lectores, y a los clientes para quienes los prepara en la barra, cuáles son los ingredientes, cuál es la historia de estas maravillosas bebidas, quién fue su inventor, cuál es el efecto que producen en el alma de sus consumidores. Esto, junto con la música que el mismo barman administra desde su lugar de trabajo y creación, a lo que suma algunas breves indicaciones de la gente que ha entrado y del ambiente que empieza a vivirse dentro del establecimiento, nos sitúa de manera acogedora entre sus páginas. Es como si también nos colocara en las manos, a nosotros los lectores, el líquido batido en la coctelera, que sirve en la respectiva copa, o vaso reglamentario.

En las películas y en las novelas del Oeste, cuando los pistoleros penetran al bar, ya se sabe que nos espera un tiroteo. Peor aún si se instala una mesa de poker, o si una moza de navaja en liga es la que hace de relacionista. En Aula Máxima Bar ocurre todo lo contrario. El coctel que nos ponen en las manos nos seda de inmediato, es una tierna acogida, quedamos listos para tendernos en el diván y confesar nuestras preocupaciones. Pero lo que escuchamos son las confesiones de los clientes del bar. Este libro es una profusa colección de “confesiones de barra”.

Digamos entonces que el autor ha sabido capturarnos de entrada, y que sus relatos tienen el encanto de mantenernos sujetos a lo que sea que se hable, porque los cocteles se repiten una, dos y hasta tres veces, y mientras ello esté ocurriendo seguiremos escuchando la “confesión” con interés, como cuando alguien en proceso de embriaguez nos anuncia que va a soltar un gran secreto.

Quienes acuden a confesarse en la barra son personajes de distintas procedencias. En algunos percibimos el perfil de viejos y empecinados conspiradores de izquierda, uno que ha vuelto de la fuga y de la muerte, otro que conoce y tiene la supuesta prueba de la peor perfidia política de la historia reciente del país. Sus voces, ya un poco entrampadas y confusas por la mezcla alcohólica que apuran con deleite, nunca logran aclararnos el misterio. Pero no demoran en llegar los poetas y los comentadores de autores y de libros, y poco a poco la galería de los relatos de Claudio Anaya se convierte en una exploración literaria de su ciudad, y cuando aparece alguien que sabe de música y compositores nos adentramos en parajes musicales, y en cierto momento las conversaciones y los pensamientos, ya algo alterados por los exquisitos cocteles apurados en la barra, convierten los renglones de estos singulares relatos en una crítica airada del tratamiento que se ha dado a la cultura y al arte en nuestro medio.

Bucaramanga es a la fecha la ciudad más iliteraria del mundo. Una aglomeración de casi dos millones de personas donde ya no quedan ni siquiera librerías, ni espacios ciudadanos, ni lugares de encuentro donde la gente pueda airearse, pensar y discutir. Los gobernantes son ágrafos, dudosamente puede pensarse que posean el alfabeto, se ocupan en exclusividad de contratos y de contratistas, porque esto es lo que da plata, y gobernar es a la fecha el arte de enriquecerse. No puede concebirse que existan aquí poetas y escritores, pero están al alza. Por eso, de pronto en la barra del bar irrumpe el poeta a quien el barman anuncia que Bucaramanga posee ahora su Expreso de Medianoche. Para demostrárselo, lo arrastra a la calle, porque es su noche de descanso. El poeta protesta. Eso no es posible. El barman añade además que a bordo llegan Juan José Arreola y Pedro Gómez Valderrrama, dos autores de talla mundial. El poeta se resiste de nuevo.

―Pero si ellos ya murieron ―dice―. Esto es un sueño.

El barman le recrimina:

―Los sueños son parte de la realidad. Si nuestra actual realidad es precaria, ¿por qué negarnos los sueños? ¿Hasta a eso debemos renunciar?

No demoran en pisar los hilos de los rieles. El Expreso se detiene en forma aparatosa en medio del humo y el chirrido del vapor y los metales en la misma calle 36 con cra19, frente al local de la estación UIS-Bucarica. Una multitud de estudiantes de literatura se agolpan para darles la bienvenida a los famosos escritores y sonsacarles algunos secretos de sus obras.

El coctel que esa noche el barman le ha ofrecido al poeta es el Tesstarossa, una mezcla al parecer capaz de causar esta maravilla de alucinaciones. Por desgracia, es el único del que nuestro autor se olvidó de escribir la fórmula.

Aula Máxima Bar es un libro que rompe todos los parámetros. Cualquiera podría decir que sus “cocteles” no corresponden al formato clásico de lo que entendemos por cuento, que no arrastran historias con principio y fin, que la mayoría de las veces sus personajes aparecen apenas sugeridos. ¿Y qué? Se trata de una forma novedosa de explorar la condición humana, de un modelo nuevo entre nosotros, pero ya muy común en las letras universales, una forma de narrar que sin las complicaciones de un argumento dispendioso y entorchado nos descubre un mundo nuevo, ángulos que no hemos visto, reflejos inexplorados.

Pero, ante todo, es un libro ameno que se atreve a mecernos, a contarnos y a sugerirnos cosas, sin ocuparse en pruebas exhaustivas, pero compartiéndolas con nosotros en medio de las burbujas deliciosas de un coctel.

Felicitaciones, maestro Claudio.
Este Coconut Tequila está dedicado a usted.

PÁGINA 2

Una visita al Aula máxima Bar

Por Luz Helena Cordero Villamizar[1]

Los libros inauguran lugares y se integran a la cartografía urbana imaginaria. Ocurre así con cualquier representación artística que al nombrar termina por fundar. Nueva York, París, Buenos Aires, México, San Petersburgo, son ciudades frecuentemente habitadas por la ficción y puede ocurrir que al visitarlas uno se sorprenda buscando, no la ciudad de calles y luces por la que desanda, sino la ciudad narrada que lleva impresa en la imaginación. Dice el poeta Juan Manuel Roca que ciudad y libro son palabras interconectadas, pues a través de los libros se visitan ciudades y «abrir las puertas de un gran libro es como entrar a una ciudad».

¿Cómo es Bucaramanga en la ficción? Salvo algunos cuentos y canciones que tienen a la ciudad como escenario, salvo artículos y notas periodísticas, desconozco las representaciones y elaboraciones literarias hechas por poetas y narradores sobre esta otrora ciudad de los parques. Seguramente desde su fundación hasta hoy ha sido descifrada por la literatura. Algunos de sus hijos pródigos la hemos abandonado y tenemos esa deuda con ella. Quizá es necesario alejarse para luego descubrir que es ahora la ciudad quien habita dentro de uno.

Aula máxima Bar de Claudio Anaya Lizarazo transcurre en Bucaramanga. Visitar sus páginas ha sido como volver a una ciudad desconocida que apenas presiento, ajena en la experiencia. La estructura de este libro de relatos, a veces agitados, flambeados, batidos, aderezados, es un deleite. Es peculiar e innovadora la mezcla picante, la coctelería de ingredientes como narración, diálogo, imaginación, pintura verbal, humor, reflexión, sarcasmo, parodia e historia. Los relatos transpiran pasión, crítica, agudeza en la observación. El perfil de los personajes y sus historias conforman un álbum que retrata y cuenta un colectivo que corresponde a una generación a la que el autor rinde un homenaje. También puede decirse que Bucaramanga es el gran personaje, el gran lienzo sobre el que se pinta la atmósfera y se dan pincelazos de etnografía de este rincón del mundo.

Cada coctel preparado por el bartender — la palabra en castellano, camarero, no alcanza el mismo sentido para nosotros — que es el mismo narrador, es un pretexto y una razón para compartir una historia de vida y un modo de ver el mundo. La música no es menos importante. Con frecuencia se alterna un ritmo, una voz, una melodía, con un personaje y un tema que se trae a colación. En algunos relatos el narrador hace analepsis o elucubraciones mentales que por momentos pueden agotar a su público. Es clara la intención de cuestionar el ambiente cultural de la ciudad. Quien habla se apoya sobre la barra del bar, una especie de panóptico reflexivo, desde donde se hacen preguntas, se inquiere sobre diversos temas y no se desaprovecha la ocasión para instruir.

Debo decir que he disfrutado más los relatos en los que se da rienda suelta a la imaginación, al solaz, como ocurre en “Tesstarrosa”, esa loca ficción de un expreso de medianoche en las calles bumanguesas, combinación espirituosa, de imaginación, literatura, humor, sueño, donde es posible ver una carrillera y un tren del que descienden Juan José Arreola y Pedro Gómez Valderrama para hablar con un grupo de jóvenes escritores sobre el valor de sus ficciones, en contraste con la adusta realidad. ¿Quién no quisiera abordar esa ruta de la fantasía?

 “Caipirinha” es otro coctel que embriaga por su vuelo imaginativo al revivir a un personaje como Chucho Peña, el teatrero y poeta asesinado en nuestros peores años de terror. Escuchamos su voz dentro de una puesta en escena tragicómica y aspiramos su «olor de azucenas». El artista ha regresado para opinar sobre el presente y en este coctel divertido y trágico se alude a otro personaje innombrable del que quisiéramos prescindir en la realidad y en la ficción.

El cierre con “Cerveza” me ha dejado una sensación amarga y dulce por la peculiaridad de esa historia que conmueve, que me trae lejanos recuerdos de cielos convulsos, de combates de colores entre chiquillos. La batalla ocurre en el cielo y es la lucha de unos muchachos por derribar las cometas que elevan otros. Las descripciones, los trazos de las palabras son gráficos, vívidos y bellos. Se trata de «la cultura de la destrucción de la belleza» que es otra forma dura de describir lo que somos. Hay poesía en el vuelo de estos artefactos, hay magia en sus hilos. Son aves y naves surcando el azul. Aquí el narrador destaca su don para dibujar y es importante destacar que también es el autor de las ilustraciones que acompañan los relatos.

Si Aula Máxima Bar nunca existió, este libro lo acaba de crear como un referente bohemio en Bucaramanga. Aunque las mujeres en este libro y en este bar tienen un rol anodino, quisiera ir allí una noche para conversar con ese barman afable e informado. Imagino un local en penumbra, luces de neón, piano y armónica, una historia en cada mesa, tantas soledades compartidas en la barra, como en aquella nostálgica canción de Billy Joel. Me pregunto qué coctel me preparará el narrador, pues la lectura me ha dejado con sed.

Agosto de 2023

 [1] Poeta, narradora y cronista bumanguesa

En este escenario de lo posible
(contexto) 

Por Silvestre Lixaus
Este libro habla de un bar, pero hablar de un bar es casi hablar de todos los bares y cafés tan populares en el mundo, y en Colombia, en la primera mitad del Siglo XX. En mi larga vida y en mis numerosos viajes, siendo marino mercante, por décadas, conocí en muchas ciudades portuarias una amplia gama de bares y tabernas, desde los de malecón a los de mala muerte, desde los prostibularios a los familiares, o los light o ejecutivos, y los culturales, que son la materia de este libro. Pero todas las clases de bares a la vieja usanza, los que sobreviven, se insertan dentro de lo que yo llamo el gran espectro de la cultura oral, y están en extinción desde cuando la subcultura electrónica instaló en sus paredes gigantescas pantallas en las que se pueden apreciar innumerables vídeos de orquestas e infinidad de programas de entretenimiento y evasión, además de una publicidad vertiginosa y abrumadora, y ya muy pocos clientes hablan en los bares y no piensan ni siquiera en sus problemas, que era uno de los motivos por los que se iba a los bares y tabernas, o estos usuarios no atienden cabalmente sus vicios o su ego, que es generalmente otro de los motivos por los cuales se va a un bar; se entretienen mirando la pantalla mientras en silencio toman mecánicamente, o por el alto volumen de la música se hablan a los gritos para no entenderse bien. Es extraño verlos así.

A todo esto, hoy en día, ya tomando distancia y tiempo sobre la pandemia del Coronavirus y su Covid 19, que tanta inquietud y trastornos generó en el mundo entero, debemos sumarle las consecuencias económicas y sociales derivadas de la administración política de la emergencia, como el encierro o cuarentenas renovables que tuvimos que soportar, y que impactaron negativamente en la economía mundial, pero cuyo sector más golpeado, casi destruido, fue el hotelero y turístico, principalmente en el sector de los bares y cafés. A la expectativa de lo que pasara, tuvimos que cerrar por más de un año, sosteniendo las obligaciones contractuales, pues aunque hubo laxitud por ejemplo en el pago de servicios públicos, no la hubo con el sector inmobiliario que al no tener una auditoría efectiva no acató con seriedad las recomendaciones del gobierno central, y nunca implicaron estas medidas oficiales la exoneración o por lo menos la negociación de una deuda acumulada y ocasionada por circunstancias extracontractuales y mundiales, y se esperó inútilmente un apoyo económico del gobierno. Finalmente, terminando el segundo año de aguante, tuvimos que hacer un cierre definitivo del bar, y digo “tuvimos”, porque aunque yo no poseí acciones ni tenía compromisos laborales en el Aula Máxima-Bar, sí asistía con bastante regularidad pues era como mi segundo hogar, y porque en muchas oportunidades servía de apoyo a mi amigo el barman, mientras libábamos y hablábamos de literatura y de política, de cine y de hembras, e intercambiábamos tema con algunos clientes cultos, o por lo menos con algunas lecturas.

Los bares han sido una de las tantas zonas de exclusión o zonas francas, llamadas antiguamente “de tolerancia”, y en la actualidad se les agrupa y nombra como zonas rosas. Los bares fueron históricamente adoptados por las diferentes sociedades como espacios de catarsis, sitios en donde se puede discurrir o practicar algunos asuntos que están prohibidos en otros lugares de la ciudad. Algo parecido a las culturas con tradición carnavalesca, en las cuales, estas actividades de fiesta cumplían y cumplen su papel de válvulas de escape social, un cierto juego de aparente desorden y caos, al final del cual la fatiga, la embriaguez y el hartazgo carnestolengo o etílico, marcaban el final de una juerga de varios días, con su consecuente entrada al sueño y al descanso, para asumir al otro día el horario laboral, los compromisos sociales y económicos, y darse cuenta que la vida funciona con estas concesiones y que gracias a ellas se puede esperar o soportar un año más.

Lo que a mis ojos parece curioso es la doble naturaleza del bar cultural, ambivalente entre el logos y el eros. Entre el discurso de la experiencia que es sabiduría, y la fiesta de los placeres; tiene algo de academia por el discurso testimonial de la experiencia vital en algunos de sus clientes y algo de carnaval por la fiesta de los sentidos en la mayoría de sus visitantes. A contrapelo de los cambios que la tecnología imprime en los bares, en los cafés y en las costumbres de la gente, el bar continúa siendo el escenario al cual se acude para distraerse, para evadirse, para meditar, para satisfacerse, para embriagarse, o por necesidad de proyectar una imagen en los acompañantes y contertulios, y en él se puede fácilmente encontrar el territorio de la fantasía, narrada por las voces de lo que fue y lo que no fue en los caminos y en las calles, pero que, en este escenario de lo posible, ocurre por medio de las palabras que bajo el ritual del vino nombran, bautizan y relatan el trasegar del hombre por el mundo.

Así que, ante el inminente cierre del Aula Máxima -Bar, tuve la idea de decirle a mi amigo, que él, que siempre ha soñado con ser un escritor, aprovechara la coyuntura para escribir sobre los amigos o personajes curiosos que pasaron por el bar durante todos estos años; propuesta que él aceptó, y después del encierro y ahora en su nueva condición de desempleado, tan pronto estuvo escrito este libro de relatos, me honró con la petición de que yo escribiera estas palabras que ustedes acaban de leer. Un abrazo etílico para todas, todos, todes y todis.

Tesstarrosa

(Expreso de medianoche) (1)

 …esa   noctámbula   locomotora  a vapor, que un par de  veces  he  visto con su penacho de humo, se ve como la única sobreviviente de una época antediluviana,  cada viernes en la noche, demostrando su increíble fuerza, haciendo su trabajo casi con la envidiable  eficiencia  de  la  más  alta  tecnología  de  las locomotoras  modernas.  Nadie  sabe  quién  o  quiénes, o qué orden clandestina de románticos la protegen en el ministerio; no obstante da temor pensar en los presupuestos para mantener sus aditamentos en las estaciones a lo largo i ancho del país, los depósitos con carbón i agua, los pequeños paradores con su improbable carga o su irreal correo, donde sólo esta locomotora se detiene, i los fantasmas guardianes de esos parajes que sólo se animan cuando llega, pujante, gobernada por el centenario maquinista la reluciente dama de acero, ella, sólo ella, con la maldición de su ignorada condena…

Vino a visitarme al bar, un querido amigo al que nos referimos como a nuestro Kipling boyacense. No precisamente por su obra literaria, ya que hasta donde  yo  conozco,  Rudyard Kipling fue un narrador i nuestro Kipling boyacense es un poeta, convencido de su dolor por no haber podido contribuir a la transformación social del mundo, al menos eso es lo que deja traslucir. Lo menciono porque es su más frecuente postura i su más promocionada óptica ante la vida.

El apodo no es cuestión de género literario sino de un asombroso parecido físico con el escritor inglés; vino a visitarme porque se sentía solo esa noche, síntoma que se le ha agudizado, desde que salió jubilado del magisterio i desde cuando en Bucaramanga se disgregaron los pequeños círculos literarios i quedaron gravitando como él mismo lo dice: como solitarios lobos esteparios lamiéndose las heridas, a la entrada de su gruta.

Además, me comentó en esa oportunidad, que se sentía más solo en las noches, al saber de la inauguración del “Aula Máxima-Bar”, pues en un sitio como este se pueden encontrar personas interesantes con quienes hablar i eso lo estuvo motivando a acercarse.

—!Saludos poeta! —lo recibí con tono festivo.

 —Amenito, compañero —me respondió afectando una rural formalidad— Quería ver cómo está el salón, se habla mucho de este sitio.

Después de una intermitente conversación, acosada por los meteóricos pedidos de los meseros, me propuso hacer una caminata nocturna por la ciudad, como en los viejos tiempos; me habló de su necesidad de repetir algunas de las cosas de su juventud i también me dijo que en esos intentos había notado que las aprendía como la primera vez, a lo cual le comenté que era viernes, i que este viernes yo salía temprano por haberme encargado del establecimiento durante todas las anteriores noches i con tiempo extra por ausencia de un mesero; entonces me acordé de Rosa Kreysler, ella me había visitado hacía dos o tres semanas con algunas expectativas parecidas, este detalle originó mi idea de invitarlo a pasear por el centro para darle a conocer nuestro Expreso de medianoche; me dijo un par de cosas más, devoradas por el bullicio de ese momento se perdieron sin entenderlas, i para salir del paso le pregunté qué deseaba tomar. A lo cual me respondió, halagando la fama del bar, por las mezclas,  i  esperando mi recomendación al respecto.

Le preparé un Tesstarrosa, guiado por el parecido de este encuentro con el de Rosa Kreysler. Le dejé en sus manos un coctel fuerte i refrescante, pero casi sin historia.

No me creyó que esa noche en el centro, veríamos algo fantástico, como tampoco me creyó que Rosa Kreysler todavía estuviera viva. Pensaba que yo trataba de pasarla en grande a su costa, pero finalmente salimos del bar minutos antes de las doce de la noche, caminamos hasta la calle treinta i seis con carrera diecinueve, i vimos que ya no había tránsito de vehículos, pues ahora, por toda la avenida, se veían los rieles de unas carrileras en los dos sentidos.

Nuestro Kipling, que quería demostrar mi necedad, mientras caminábamos, aseguraba que yo estaba borracho  o drogado, o que en el “menos peor de los  casos”, yo estaba intoxicado con tantas mezclas, o que me había dado por frecuentar la maracachafa, pero cuando vio los rieles sonrió diciendo que se trataba de alguna escenografía, comentando que al fin i al cabo la ciudad en las últimas  administraciones, ha estado intervenida por una serie de proyectos culturales que se afincan en la comparsa i en el circo, i que después de esto i de lo que se ha visto, cualquier cosa se puede esperar. Sin embargo, cuando se oyeron a unas cuadras el pito i la campana del tren, i a los pocos segundos éste aparecía  estrepitosamente,  exclamó:

—!Imposible! —i se quedó mirando estupefacto el vívido brillo de la realidad nocturna, la gigantesca locomotora que acababa de detenerse frente a la Estación UIS Bucarica, semioculta en una nube de vapor, chispas i chirridos de metales que parecían retorcerse, rozarse hasta el rojo vivo, llegando a producir  una  intensa  sordina—  !No puede ser!

—?Por qué no puede ser? —pregunté—  ?Qué tiene de imposible?   

—No  es  real —volvió a decir, visiblemente abrumado por la persistente alucinación que tenía ante sus ojos—  !Sólo es un maldito sueño! —dijo esto  último con un trémulo movimiento de negación de su cabeza i acto seguido, sus ojos expresaron el espanto puro cuando vio que descendían los dos pasajeros invitados de esa noche, reconociendo en sus rostros, respectivamente, a los escritores Juan José Arreola i Pedro Gómez Valderrama, que saludaban,  levantando  una  mano.  

—Pero  si  ellos  ya  murieron  —dijo  con un hilo de voz— Esto es un sueño.   

—Los  sueños son parte de la realidad —afirmé ante  su incredulidad—  Si nuestra actual realidad es precaria, ?por qué negarnos los sueños? ?Hasta a eso  debemos  renunciar?...

Claro, yo ya no era primíparo en este asunto, yo ya había  tenido mi primera noche de total incredulidad cuando Rosa Kreisler me invitó, hace algunas semanas, a recibir i conocer nuestro Expreso de medianoche. Ella había pasado por el “Aula Máxima–Bar” como a eso de las diez de la noche, i mientras esperaba mi salida, había tomado su Tesstarrosa, como era su costumbre. No sabía yo que semejante programa tiene lugar los viernes a medianoche, i que al menos cada viernes a  medianoche  nuestra ciudad queda en la ruta de la imaginación i la fantasía.

Cuando   los  escritores  descendieron por la escalerilla, un nutrido grupo de jóvenes los rodeó. Eran los nuevos escritores de un taller de literatura con   el nombre de un pueblo santandereano, que tiene  sede  en  la  más  importante institución educativa de nivel superior en el Nororiente de la ciudad, i que sólo a una oportunidad como esta consideran de la altura de su curiosidad. Sin embargo, su juventud animaba la noche i el ejercicio del oficio literario los impulsaba a este recibimiento, salvando, por decirlo de alguna manera,  a  la  ciudad  en  este  momento,  que  en  ellos  tuvo  a sus representantes.

Al principio se formó una especie de entrevista callejera, con todos los sesgos de la informalidad que le imprimía a la situación la personalidad de Juan José Arreola, sensible observador de los hechos de la vida, i evocador de los fantasmas i criaturas de una numerosa fauna de bestiario que habita entre nosotros, oculta por la lógica de la realidad, i Pedro Gómez Valderrama, chamán de corte  gerencial, a medio camino entre la invocación i la desmitificación de las criaturas malditas por el cristianismo i la política universal.

 Alguno de esos muchachos le preguntó a Juan José Arreola, que de dónde había sacado los personajes de sus relatos, que si lo había hecho de la tradición oral, a lo cual, echando su capa negra sobre la espalda i apoyándose en su reluciente bastón que tenía una inquietante talla de serpiente, el maestro respondió que si uno mira bien, con sensibilidad, que es una de las más inteligentes manifestaciones de la curiosidad, encontrará que todos estamos rodeados  de esta fauna de bestiario que no ha parado de enriquecerse en formas i apariencias, desde que el hombre vive en sociedad.

—Pero ?quiénes  son  todas  esas  criaturas?  —insistió  el  muchacho,  a  lo  cual  Arreola  remachó:  

—Son la humanidad, que da para todo. Cuando podemos mirar a la realidad, desprovistos de las amarras de la lógica, encontramos una vida más variada  i  entretenida  de  lo que parece, i descubrimos también que esas innumerables especies al mezclarse i fusionarse, van creando a su vez nuevas especies, con su comportamiento i su verdadera apariencia ocultas bajo el rostro de la normalidad, que no pasa de ser el formato del discurso oficial en el que, al decir de Estanislao Zuleta,  estábamos  insertos  desde  antes  de  nacer.

Me di cuenta que, el muchacho quedó pensativo pues los devaneos de su cerebro se reflejaban en los indecisos movimientos de sus manos, hasta que al parecer encontró el empalme e iba a preguntar nuevamente, pero otro muchacho se le adelantó:

—Maestro Arreola, teniendo en cuenta que una buena parte de la literatura deriva de obras anteriores, ?el Guardagujas es un personaje de su plena invención?

—De mi varia invención —respondió Arreola con notoria deferencia— Por analogía se podrían citar algunos antecedentes, dentro de los cuales el más célebre pertenece a la literatura anglosajona, pero en realidad no es así. Mi Guardagujas es el talante del mundo, es la ironía de la vida i nació o se creó de la observación de las circunstancias materiales i la sicología  de  nuestros  pueblos,  es, en otras palabras, la fusión de nuestra tragedia i nuestro sentido  del  humor.  Se  lo  digo yo, que duermo con un volcán bajo la almohada.

Otro muchacho, dirigiéndose a Pedro Gómez Valderrama,  preguntó:

—Maestro, ?por qué algunos críticos i colegas suyos lo  llamaron  “el  gran  brujo”?

—Nunca lo supe  —respondió Gómez Valderrama— pero si lo hicieron, debió ser por los temas que abordo en algunos de mis libros de cuentos i ensayos.  Al  fin i al cabo, sí supe que hubo opiniones muy variadas que  iban desde los que creían que mi trabajo era sólo una investigación histórica, antropológica, política, del trasfondo social de las manifestaciones del mundo de la hechicería i lo considerado  diabólico,  i de otras formas de rebeldía i de resistencia que incluyen a las religiones de la tierra, llamadas paganas, hasta los que opinaban que por medio de estas investigaciones lo que yo pretendía era dar nueva vigencia a todas esas disciplinas i gentes engañosas de la brujería i el mundo abisal.  

Pero  no  bien  había acabado su respuesta el maestro Valderrama, cuando se oyó la voz de una muchacha, preguntándole:

—Señor Valderrama, para usted ?cuál es el rasgo más importante de la brujería, que tenga incidencia directa en las sociedades actuales? I ?qué es la brujería? 

Pedro Gómez Valderrama sonrió con una expresión distante, que no le había visto desde meses antes de su muerte, mientras, pensativo, sacaba su pañuelo i limpiaba sus gruesas gafas de carey. Cuando hubo terminado  guardó  el  pañuelo,  miró  a  la  muchacha  i  a  los  demás  muchachos,  i  dijo:

—La principal implicación de la brujería es el origen de la libertad, de la libertad de conciencia, i tiene implicaciones directas en las sociedades contemporáneas  porque  a  ella  debemos  buena  parte de  nuestra  libertad,  como  también  se  la  debemos a la lectura íntima o individual que remplazó a la lectura colectiva i en voz alta, a la libertad religiosa con la Reforma i los cismas que ocasionó, a las traducciones de Aldo Manucio, a la imprenta de Gutenberg, a la ilustración, al Romanticismo. La libertad de conciencia también puede  hallarse en el origen de la brujería; i la brujería es el conjunto de rituales en que una parte de la humanidad insistió, como reacción de resistencia a la tendencia suicida de otra parte de la humanidad  empeñada  en  negar i destruir lo que la dignifica.

Las palabras de Gómez Valderrama generaron en el auditorio un desconcierto de impacto, sobre todo en la mayoría de los jóvenes escritores que lo agasajaban  pero que no lo habían leído; porque aquí es común asistir a la convocatoria por la celebridad  del  personaje  i  con el desconocimiento de su obra, con frecuencia se les oye decir a varios de los muchachos de ese taller de literatura de esa institución educativa de nivel superior ubicada en el Nororiente de la meseta, que prefieren leer autores  extranjeros,  adoptando  con  ello un aire de  suficiencia  i  de  mundo.

Sin embargo, los muchachos tenían bastante entusiasmo i la improvisada tertulia prometía continuar, pero se había venido dando una acumulación  de  personas  alrededor de los escritores  que  demostraban  tener  más  vida  que  todos nosotros  juntos.  En  esa  acumulación de personas  se  contaban  las doce o quince que manejan los cuatro medios culturales que hay en la ciudad,  i  a  partir  de  ese  momento,  todo  cambió. Nuestro  Kipling  boyacense al fin llegó a su punto i quería cruzar algunas palabras con los escritores, pero como los artistas de la ciudad i quienes manejan los cuatro medios culturales fueron llegando paulatinamente, desplazaron a los muchachos  i al público que se había congregado allí, rodearon a Valderrama i a Arreola, de manera tal que fue imposible acercarnos a menos de cinco pasos, pues ocurrió con ellos lo que ocurría en Bucaramanga cada vez que estas entidades culturales  traían a un escritor de cierta importancia nacional; pues los rodeaban de tal forma que más que un séquito o comité de bienvenida, parecían un  cerco o un secuestro de relativa i corta duración; las escritoras los besaban i los abrazaban para la sección de fotos que casi siempre era interminable, i algunos escritores regionales i sobre todo los gestores culturales, haciéndose pasar ante el público por viejos  conocidos de los escritores invitados, trato de tú a tú, espantaban a los demás, negando con esto la posibilidad de acercar al escritor con sus lectores; los invitaban a comer, a tomar cerveza, para  terminar  en  los  bares.

Siempre pasa lo mismo acá en Bucaramanga, cuando una entidad cultural o un gestor, invitan a alguien importante, actúan como si durante el tiempo de estadía en la ciudad el personaje fuera de  su  propiedad,  i  lo muestran  en  el  evento,  pero  lo  aíslan  después  de  terminada  la  programación.

Cuando los diez o doce artistas, escritores i gestores importantes que manejan los cuatro medios culturales que hay en la ciudad, se llevaban a los maestros,  lisonjeándolos con invitaciones por diestra i siniestra, Juan José Arreola a modo de  despedida hacia los jóvenes escritores de Bucaramanga i hacia el público general que había, hizo  unos  pases mágicos  sacando una blanca paloma del puño de su camisa i la paloma echó a volar con aleteo sonoro, pero cuando se alejaban i sacaba una segunda paloma i una tercera, con notables  características  de  diferencias  en cada una, Pedro Gómez Valderrama empezó a tomar notas  de esto en una pequeña libreta que extrajo del bolsillo de su chaqueta, i así, los perdimos de vista

Después estuvimos paseando por esta ciudad semidesierta, cuya vida nocturna sólo la hacen los bares,  las discotecas abiertas, los desayunaderos, algunos poetas i artistas universitarios que toman vino   barato   en  el Parque de Las Palmas, el desenfado de  otros ebrios que vagan sin rumbo, la lubricidad de las parejas, la acechanza de la delincuencia, las luminarias públicas de sodio que junto  a  los vapores  del  alcohol,  destilan  el  esmalte  de irrealidad i fantasía de la noche, pequeño carnaval donde se toca levemente la idea de la libertad por  la celebración de la alegría, la impudicia i hasta el oprobio. 

 Horas después nos encontrábamos en un bar tomando una cerveza, cuando oímos el lejano pito del tren que se alejaba, dejándonos un recuerdo fantástico i maravilloso, internándose por entre los bloques de edificios hacia la profundidad de la nutricia oscuridad, huyendo de la luz del día, esparciendo entre la humareda, las semillas del misterio  que  hacen  ver  el  germinar  de  las  miserias de  la  realidad  diurna,  como  malezas invisibles que impiden nuestros movimientos i que impiden que  otra planta germine. Se alejaba el fantasma del tren con sus múltiples significados i sensaciones, pues nos mostró la maravilla de lo imposible, la boca del abismo, la leve gravedad de las  gentes  de tiempos pasados, el óxido de la política, el egoísmo que lo pudrirá todo, i la incertidumbre de la luz, que ya clarea…

(1)Tesstarrossa pertenece al libro
Aula Máxima-Bar
©Claudio Edgar Anaya Lizarazo
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Ilustraciones: Claudio Anaya Lizarazo
Primera edición: El libro Total
Bucaramanga, mayo de 2023
LA ESKINA global es un proyecto cultural de distribución gratuita.

 

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Edición y dirección: Claudio Anaya Lizarazo.
Diseño y diagramación: Gloria Inés Ramírez Montañez
Bucaramanga, Colombia.

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