LA ESKINA global , periodico cultural

lunes, 23 de noviembre de 2020

LA ESKINA VIRTUAL número 24

LA ESKINA ISSN 1900–4168

No 24, noviembre 23 de 2020 

laeskinavirtual@gmail.comhttps//laeskinavirtual.blogspot.com/
Grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.
©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de sus autores.
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DESPOJO VERSUS ACCIÓN COLECTIVA
500 semillas #5
Por JE-Cordero-Vi
Llevamos 30 años y algo más viendo los ataques del modelo económico neoliberal que pretende traspasar todo lo público a manos de las corporaciones privadas. En esa carrera se han arrasado logros que se tenían en diferentes países y que constituían fuentes de financiación para hacer inversiones sociales y para tener en los estados equilibrio de renta sociales para aguantar el vaivén del mercado. Hoy es poco lo que queda de eso en todos los países. Y esa fue la gesta económica que empezó con Margaret Tatcher, Reagan, Bush hasta llegar a Donald Trump. Esa gesta es la causa por la cual hoy, finales del 2019, tenemos ejemplos de países en crisis ocasionadas por el desequilibrio financiero de sus estados. Mencionemos ahí el caso de Chile, con un gobierno como el de Piñera que no aguanta el vaivén del mercado. Por ejemplo, colocó las pensiones en manos del corporativismo capitalista. Por lo tanto, se ha perdido la estabilidad laboral y hay estallidos sociales que son ahogados de manera aleve en la sangre y en el gas lacrimógeno, puesto que estos gobiernos de las corporaciones, que avanzan por Asia, África, Europa, Sudamérica y en casi todos los lugares del mundo, son agresivos, tienen de su lado todo el poder y al frente la indefensión. Porque la gente creyó, ahí está el error de los chilenos, porque desde que se crea en algo se tiene un pie en el fracaso. No se obedece al conocimiento de cuál era la intencionalidad del mercado y hoy las inmensas fortunas aparecidas en estos 30 años en Chile y en todo el mundo, son la respuesta. Es que son exorbitantes, el mundo pasó a manos de poquitas familias. Para hacerlo gráfico es como si de 1000 pasara a 2. Pero vean las estadísticas de Oxfam, fundación digna de crédito en todos los ámbitos, y podrán cerciorarse.

La lección es que el golpe de estado en Chile contra Allende inauguró la era del choque que se ha empleado en estos treinta años por todo el orbe, en grande y en pequeño. Y les ha dado frutos porque las leyes se ponen del lado del mercado acumulando riqueza con base en el miedo, miedo a lo desconocido. Y así se hizo lo de las Torres Gemelas y la invasión a Irak. Cuando hay conmoción es más fácil que la gente acepte reformas. Y eso se ha hecho en todo el globo. Por lo tanto, el shock del cambio climático va a ser aprovechado. En un principio acudían al negacionismo, hoy día se está desarrollando una red depredadora capitalista en la cual se acepta y se utiliza el shock del cambio climático, shock del calor, de la escasez de agua, de deshielo y de inundaciones. En el futuro va a ser escabrosa la forma como lo van a hacer para poner a su favor todo eso. Va a ser una embestida tal para ponerse en una posición de ventaja definitiva, como los únicos que pueden trasladar recursos ingentes para para hacer frente a la calamidad. Mientras tanto, el trabajo esclavo masivo les va ayudar en ese cometido. Ellos, las corporaciones y sus gobiernos, de esta manera lo van a hacer.

Lo anterior permite deducir que el elemento central que los pueblos deben sacar entre todo esto, es poner en la ideología y en la acción el colectivismo. Porque si la tónica general es preferir lo privado pasando a manos llenas todos los recursos públicos, una traba efectiva que se les puede poner al frente es el trabajo colectivo, la visión colectiva en la acción de las comunidades, lograr que haya sentido de comunidad. Si hay esto e ideología favorable no seremos proclives a destrozar la unidad en los sectores locales, en donde se mueven los recursos de la tierra, que es por lo que ellos vienen ahora. Impedir que se lleven los recursos y que manejen los recursos, eso solo lo pueden hacer las comunidades organizadas mediante tareas colectivas. Porque estamos hablando del lado donde no hay capital, entonces quedan los brazos para hacer unidad y defender los recursos. Esa unidad de defensa implica desde la maniobra física directa, como por ejemplo, poner un dique para que la comunidad no se ahogue en la inundación, hasta crear formas de economía locales y defenderse y bloquear el funcionamiento del sistema.

La unidad, la paz en la comunidad y la acción colectiva, son estrategias coherentes con lo que se está defendiendo, en este caso el medio ambiente, la protección de los ecosistemas, porque esos ecosistemas no entienden de propiedad privada ni de fronteras. Por eso la orientación hacia el trabajo colectivo es coherente porque traspasa todas las demarcaciones catastrales y escriturales, judiciales y jurídicas, para ir a cuidar la tierra que está siendo devorada por un hongo o asaltada por un fenómeno climático, aunque esa tierra pertenezca a un potentado.

Quiere decir que el colectivismo debe ser arrollador, debe pasar por encima de las leyes que defienden el capital. De esta manera se logra unir a las comunidades en defensa de la Madre Tierra. En otras palabras, hacer frente a la catástrofe ambiental que se avecina pasa por el colectivismo, por soluciones como la minga, el trabajo cooperativo en torno a la comunidad local.

Educar a nuestros niños y bebés en el trabajo voluntario gratuito, la unidad local, el trueque y demás, son la alternativa, la escuela y la cultura de resistencia, las únicas con las que se podrá acceder a nuevas formas de lucha superiores, tecnológicas, directas y de hecho en el futuro cercano.

Noviembre 2019
PÁGINA 2

ALERTA MÁXIMA

500 semillas #4
Por JE-Cordero-Vi

La edad del pánico ha llegado y es correcto sentirlo. Esta proposición fue hecha recientemente en el periódico New York Times por el periodista y escritor sobre temas ambientales, David Wallace-Wells. Él se refiere al pánico de quienes estamos sintiendo y presenciando el adverso cambio climático. Dice que hace unos años el alarmismo ambiental de un científico era sinónimo de mala reputación, pero eso ha cambiado desde 2018 ante la ola de desastres cada vez más frecuentes, como los incendios que ahora consumen millones de hectáreas en los dos hemisferios terráqueos, por no hablar de cosas peores, incluso, con más víctimas. Wallace-Wells comenta que James Hansen, el adelantado científico de la NASA que en 1988 advirtió sobre el calentamiento global, hoy critica a sus colegas por su reticencia, manera de expresarse que ocultó información maliciosa o irresponsablemente. Es como si ahora ignoráramos intencionalmente que la ONU ubicó en 2030 la fecha límite para evitar que la temperatura sobrepase los 1.5°C por encima de la que teníamos en la era preindustrial. Y que hasta ahora la cuenta va en 1° y que ya asoman efectos que hacen insignificante cualquier previsión, mitigación o adaptación. Y (alarmismo de Wallace-Wells) que alcanzaremos el medio grado más para 2040 y así, década tras década hasta los 4° en 2100. La reticencia se está derritiendo de calor.

Aquí entro a decir: hablar sobre qué ocurrirá después de los 4°, es como preocuparse por el peinado de quien se está ahogando en el río. De ahí en adelante es posible que nada sea posible, pues nuestra ciencia no está preparada para hacer ese tipo de cálculos sin caer en el terreno de la especulación. Y también entro a recordar que el alarmismo ha sido llamado así por quienes obtienen lucro si la producción y la economía no cambian su vieja manera de hacer las cosas. Es como la reacción del borracho en pleno furor de la fiesta cuando le dicen que se acaba porque el vecino debe madrugar al día siguiente: ¡quien debe madrugar es él, no yo! El antialarmismo es una de las campañas pagas del negacionismo, facción enquistada en el poder de Estados Unidos ahora mismo y de muchos países del mundo. De vieja data son conocidas las sumas de dólares que desde esta falange fluye hacia organizaciones no gubernamentales, universidades, staff de opinadores, medios de comunicación y redes sociales, que, al enfrentarse a evidencias tan fuertes como huracán, incendio forestal, sequía o inundación, inventaron la escuela filosófica de la postverdad (duda de todo, incluso de la verdad) y la contraevidencia (le repito mil veces que esta mano mía está siendo movida por usted, créame).

Comparto la afirmación del escritor mencionado acerca de ir al rescate del mal llamado alarmismo, pues no estamos borrachos: nuestra descendencia no disfrutará una fiesta que ya terminó. Y comparto mi reflexión sin orlas antialarmistas: somos río próximo a lanzarse perdido en un abismo de profundidad tal, que el agua toda se evaporará antes de llegar al fondo. Hubo posibilidades de cambiar el curso. Ya no hay. Todo tendrá que hacerse bajo el más grave riesgo, como disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% en el 2030 (sobre la medida de 2010). Riesgo: alcanzar esa meta implica 11 años de reducciones continuas, pero lo que hay en 2019 son planes de extraer todo el petróleo posible y de lugares imposibles que multiplican los daños ambientales, planes de prolongar el uso del carbón, planes de intensificar la minería de muchos compuestos útiles para aumentar el poder financiero y militar de la industria fósil, para arrasar con los bosques más vitales que quedan (Suramérica, África, Oceanía) y extender sobre ellos la mancha urbanizadora, fabril, vial. Y planes para que la población aumente: mano de obra barata y miles de millones de bocas consumiendo mercancías de marca global de un solo dueño. Ante panorama tan alarmante, debemos pensar muy bien qué hacer. Para eso ayuda el llamado de David Attenborough, voz conocida en los programas “Planeta Tierra” de la BBC y ahora una conciencia ambiental: “Si no lo hacemos, actúa. El colapso de nuestras civilizaciones y la extinción de gran parte del mundo natural está en el horizonte.”
(marzo 2019)

LA ESKINA global es un proyecto cultural de distribución gratuita.

LA ESKINA global proyecto cultural y educativo.

Edición y dirección: Claudio Anaya Lizarazo.
Diseño y diagramación: Gloria Inés Ramírez Montañez
Bucaramanga, Colombia.

martes, 10 de noviembre de 2020

LA ESKINA virtual número 23

 LA ESKINA ISSN 1900–4168

No 23, noviembre 10 de 2020 

laeskinavirtual@gmail.com: https//laeskinavirtual.blogspot.com/
Grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M., Gloria Elena Carrillo, Jaime Rojas Neira, Claudio Anaya Lizarazo.
©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de sus autores.
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Jorge Mario Yepes Velásquez

De un libro de crónicas de próxima publicación, presentamos este adelanto donde se mezclan el desenfado y el humor, tan escasos en nuestra literatura y tan necesarios en este año de la pandemia.

EN UN AVIÓN DE ACES

En un vuelo a Arauca, en un avión pequeño, un niño me tenía loco.

–Señor. ¡Déjeme la ventanilla! ¡Déjeme la ventanilla!...

Y yo no quería. A mis treinta y ocho años, todavía me maravillaba, incluso ahora, mirar hacia abajo desde las alturas de un vuelo.

–¡Mamáááá! ¡Dígale a este señor que me deje la ventanilla!

El niño estaba realmente empecinado con la ventanilla… La mamá volteo a mirarme, no se acomodaba aún en su silla y traía todavía puestas esas gafas oscuras grandes que se ponen las damas para taparse también la cara en el Sol de Palonegro…  Me suplicó con una sonrisa de obra de arte de la naturaleza a la vez que se quitaba las gafas, que le dejara el puesto al muchachito: “a ver si se calla“ –me indicó con su gesto.

Pues, a mí se me quitó lo niñito y ya no le puse más cuidado a la ventana. Mi atención se concentró en la señora de las cejas enmarcadas en esos ojos de respirar duro y mirar despacio. Y como ella iba sentada un puesto más adelante, me fui hipnotizado, mirando ese cabello negro profundo y su perfil delicado cuando volteaba a ver al jovencito. Reuní todo mi atrevimiento y me levanté para sentarme a su lado. 

Esta mujer olía, se veía y hablaba, como se oye huele y luce, una dama que se aparece en un sueño bonito. Estaba perfectamente peleada con su esposo, quien como dice Álvarez Guedes, el cubano: "Había que quebrarle el bastón y matarle el perro, pues tiene que ser ciego quien deje una mujer así de especial"...

En la escala que hace la ruta en el Aeropuerto de Tame, ella y su hijo se bajaron a almorzar. Desfiló al restaurante como la muñeca de la película de Pocahontas, morena canela y delicadísima de rasgos, los invité a sentarse a mi mesa, más por no estar solo, y en cambio tener una compañía sociable y agradable. Le dije que estaba visitando el proyecto de Cañolimón-Coveñas y ella me contó que iba a visitar a sus hermanas; le dije que me quedaría dos días y ella me dijo que estaría toda la semana.

Le sugerí que podríamos, al otro día, ir con sus hermanas a comer pizza y a charlar; me dejó el teléfono apuntado en una hojita y la puse en mi agenda.

Al otro día en la tarde de la última luz, me acordé de la señora y del teléfono, la llamé, le invité con sus hermanas y el niño a la pizza.  Me citó en la cafetería del Parque de Arauca, a las 7:30 llegó sin muchacho. Con una hermana y el novio, con diez años menos, enfundada en una blusita y una faldita, de medidas exactas para que no se viera más ni se imaginara menos. Desde esa noche viví el episodio que cantan Joaquín Sabina y Rocío Durcal, por siete años seguidos, de veranos, inviernos, el bar y nos dieron las dos y las tres y no tuvimos ni culpas ni remordimientos. Sólo abrazos, hoteles, los besos que canta Montaner con río y desembocadura, camas destendidas, moteles, ratos, tiempos, días, horas y miradas eternas y medidas… largos ratos de mirarnos a los ojos, tomarnos de la mano y la promesa de algún día envejecer juntos hasta el día en "que no hubo nadie detrás de la barra del otro verano, fue hace tiempos, romance de novios que no tuvimos. Caricias que nos hacían falta, en el inventario de los afectos, lágrimas que no habíamos llorado por llorar otros asuntos, amores prohibidísimos del último tango o el erotismo de Passolini, una canción de Arjona o una ranchera de “amanecí otra vez, entre tus brazos”... y a estas alturas, “probablemente ya,  de mi te has olvidado”.

Estamos ahora envejeciendo juntos, yo por acá y allá ella, en no sé dónde. Encontré su foto en la red, le mandé una sonrisa, ella me recuerda, nos dieron las diez y las doce y los sesenta años de recuerdos y sin culpas, todavía camino de la mano con ella en ciudades donde nadie nos conoce, entrando a cuartos que ya no existen…



ANTES DE QUE LE DESATORNILLARA LA MADRE

Por Jorge Mario Yepes Velásquez

Tenía mi oficina, al frente de mi casa en un local al lado de los postres y ponqués (casa de don Rodrigo Prada Lloreda) en la calle 48 con 27. Salía de mi primer matrimonio, cargado de errores y con el más grave a cuestas: pensaba que hacía las cosas bien. 

Me llamaron el viernes de una empresa de palma africana, de las que hay por San Alberto, Cesar. Hay o había varias; de pronto Humberto Loza o los Gamarra, saben cuántas quedan. No me grabé los nombres, ni quién me llamó. Me recogían a las 5:30 A. M., el sábado, en un taxi en la puerta de mi negocio. Ellos me llevarían a la plantación, me recibiría el ingeniero encargado y me guiarían a un Box Culvert (paso debajo de carretera encajonado en concreto para servicios y accesos). A fijar unas tuberías de riego y línea múltiple, la persona que me llamó sabía bien mi oficio, pues me dijo qué herramienta llevar y qué tipo de anclaje requerían; con referencia exacta en el manual de ingeniería.  No negoció mis honorarios. Como si fuera cronometrado, el taxi llegó a la hora y fuimos con rumbo a la plantación.

Viajé cómodo, al llegar, me recibió el ingeniero de planta; me comisionó tres operadores de mantenimiento y caminamos a pie como 20 minutos. En el sitio había colocada una planta eléctrica y habían instalado luces debajo de la carretera y todo estaba listo para hacer el trabajo lo más rápido posible. Al mejor estilo de las empresas de clase mundial. El trabajo se hizo sin contratiempo, yo estaba aterrado con la eficiencia de la logística. Terminé rápido. No podía creer tanta eficacia. De regreso a las oficinas de la plantación, le pregunté a uno de los comisionados, por qué tanta eficacia…  

La guerrilla no joodaa! Acá el que llega se va rápido y sólo se quedan los que se pueden quedar –me dijo.

–¿Y qué?... ¿Les toca pedir permiso? pregunté. El hombre no me contestó, pero increíblemente le cambió el tono sabanero por un acento de conferencista ideólogo y se dejó venir con un fragmento del problema social colombiano, el maltrato al campesino y la distribución de la riqueza, con un vocabulario que me descolgó la mandíbula. (Donde me hubiera seguido hablando un rato más, abrazo, el marxismo leninismo como religión)...  ¡Qué berraco tan adoctrinado!

Afortunadamente llegamos a la oficina. En cuestión de media hora salió mi dinero en efectivo, el taxi estaba esperando cargado con mi herramienta y a punto.

Se me acercó un joven:

Señor, déjeme ir a Bucaramanga con usted. Eran como las tres y media de la tarde.

Con mucho gusto le dije. Subió una maleta y un equipo de sonido y nos fuimos.

Por La Esperanza ya no bajaban carros, la carretera estaba muy sola; ¿ya se imaginaron ustedes? Sí.

La puta guerrilla atravesó un planchón de tractomula  –nos dijeron los que venían a pie por entre la fila de carros donde nos encajamos.

–Están dando un discurso a tres curvas de aquí a los del pueblo y es obligatorio.

Qué le vamos a hacer pensé y me desgrané en madrazos

– ¡Ah vida pa' hpta!  Ahora cuándo darán paso estos mlprds  –tengo un vocabulario enorme gracias a que pisé muchos colegios. De pronto dice el joven a quien dejé subir al carro,

¡Ay! ¡Yo no he visto nunca a un guerrillero! ¿Vamos a verlos? Y antes de que yo le desatornillara a su madre, el chofer dijo: –¡Sí, vamos a verlos!... y se fueron los dos.

Yo me quedé sólo y enojado en el puesto de adelante. El Calor y el cansancio me estaban cerrando los ojos, cuando suena ese estruendo tan bravo. ¡PUUUM! Abrí los ojos y vi venir ese taco de gente corriendo despavorida y gritando:

–¡El ejercito! –en un segundo ya no había nadie. Todos debajo de los carros, en los huecos de las cunetas... qué se yo.

Me tiré en el cojín del carro, iba en el puesto de adelante, me golpeé con la palanca de cambios, pero no me moví. Oía los disparos muy cerquita y pensaba que:

–Si esos guevones están tan lejos, ¿por qué los oigo tan cerca?...  Y levanté la cabeza y con mucho cuidado, miré hacia atrás. Había dos soldados escudándose en el baúl del maldito carro donde yo estaba. Abrí la puerta de mi lado:

–¡Ooole no joda manito, cómo se le ocurre disparar esa joda acá, ¿no ve que yo estoy aquí entre este carro?" –le grité al que podía ver bien. El otro seguía disparando...

–¡Coma mieeeerda! Si no le gustó venga y me prueba la derecha dijo el soldado con acento de Medellín.  

Deje de disparar mientras me bajo  le dije. Agarré mi herramienta de fijación y salí como rata de cocina. ¡Muchachos!, algo seguía sonando muy duro, como cuando se golpea un barril de 55 galones, metálico, vacío; con un palo: ¡TAN! ¡TAN! ¡TAN!... Brinqué a la primera casa que vi, agachado y cagado... ¡TAN! ¡TAN! ¡TAN!... había una ametralladora punto cincuenta emplazada a un trípode a vuelta de pared en una especie de caney. Me la encontré de frente, la operaban tres soldados. Me causó mucha curiosidad que estuvieran encantados de la risa.

Me tiré al piso sin fijarme a dónde, una señora de la casa abrió la puerta, que desde el suelo yo pateaba.

Entré reptando como una iguana, estuve acostado en el piso de esa vivienda como veinte minutos y ¡mil años!... La gente de la casa me miraba con miedo. Mi herramienta era una pistola Omark 3 IM 4 cromada, se usa para disparar clavos al concreto. Me tocó explicarles que era una herramienta. La señora me dijo:

–¡Bruto! Antes no lo mataron señor, ¡con esa joda en las manos! Y me dio un costal para envolverla.

Los disparos de respuesta se oían ya más lejos... Se fueron, a la distancia se oían más disparos... lejos... sordos... como desfile de tamboras. No me cagué, pero la ropa sí se me volvió mierda, había caído en una plasta de vaca.

Salió la gente, el ejército empezó a salir de toda parte. Alcancé a ver a un soldado bajar, teniéndose el estómago abierto, había caído en una estaca. La gente estaba reuniéndose en los carros. Volví al vehículo. El chofer y el joven pasajero llegaron blancos.

Nos llegó el ejército, saludando con granadas dijeron. Traían la cara sucia de tierra.  Detrás del taxi recogí unos casquillos de souvenir. Fui a la casita y recogí casquillos de la punto 50. De vuelta en Bucaramanga, se los mostré a mi papá... le comenté de mi aventura. Si vieran la cara que puso... No me dijo nada. Sólo me abrazó con sus ojos.

ÉSTE ES MI AMIGO EL PUMA

 Por Jorge Mario Yepes Velásquez

El Fountain blue de Miami Beach estaba engalanado. Habíamos revoloteado todo el día con mi pareja por la exuberante piscina y los sitios cercanos; por donde Silvester Stallone, junto a la actriz Sharon Stone (la que hizo el cambio de pierna sin cucos en atracción fatal) habían filmado una película el año anterior. Patricia estaba obsesionada con el recorrido y los sitios que se ven en "Miami Vice", "Cara Cortada" y los paisajes de Bay Side, donde desde un recorrido en yate por la bahía, te muestran la casa de Madonna, Gloria Stefan, Shakira, Julio Iglesias y cuanto cantante de moda logre comprar una propiedad con su primer millón, triunfando en la radio, como reza la canción. En fin, a la noche tuvimos la dicha de una cena espectacular, vestidos para la ocasión y por un precio adicional, el hotel nos ofreció el show de Julio Zabala. Un excelente imitador caribeño que hizo las delicias de todos nosotros, imitando a Celia Cruz, Lola Flórez, Joaquín Sabina, Julio y Enrique Iglesias... Pero se excusó de imitar a José Luis Rodríguez "El Puma". ¿La razón? ¡El artista estaba entre el público a tres mesas de la mía! Y... ¡taraaan! Lo alumbraron con un reflector. A Patricia se le desacomodó la tanga pues la vi emocionarse de que el galán de novela estuviera a sólo cuatro o cinco metros de distancia y... hasta uno se vuelve marica de ver al tipo ahí sentado con tremenda pinta acompañado de sus amigos. 

Todos aplaudimos, las mujeres suspiraron, los hombres todos de vuelta al clóset y la función continuó: Michael Jackson, Frank Sinatra, Tina Turner... Hubo un intermedio final. Calculando que el “show” terminaría pronto, me puse de detallista dizque a conseguir un autógrafo para la mujer.  Y preparando de antemano la ruta de acceso a la mesa del cantante con papel y lapicero en mano, me lancé por el autógrafo. El sitio obviamente estaba algo oscuro, también había un tapete oscuro... me levanté de la silla, tomé la ruta planeada, di tres pasos, hice contacto visual con el Puma, le sonreí, resuelto; di el siguiente paso... y le metí la canilla a una p..ta barda.   No sé cómo hijuep..tas estaba esa barda ahí!! ¡Tac! Sentí el canillazo en el cerebro, me detuvo en seco, pero ya estaba yo a un paso del cantante y el señor me estaba mirando con esa jeta de afiche. Él ya sabía que yo iba a pedirle la firma y estiró la mano. Yo no podía torcer la cara ni hacer la mueca de dolor.  Apenas apreté el asterisco y le dije con toda la adrenalina que pude sacar: "Buenas noches señor Rodríguez"...; mis ojos lloraban lágrimas hacia adentro, se me nubló la vista, la pierna me chillaba como un perrito castigado a palo... "¿Para quién es el autógrafo?, preguntó El Puma...; Pa' su p..ta madre malparío; dijo mi cerebro en piedecuestano.

"Para Patricia, caballero; muy amable", exclamé emocionado por el dolor. Levantó su cabeza y coqueteó educadamente con mi pareja.  Apúrele m..ricón, rezaba mi mente en bumangués, el dolor venía en oleadas  desde la mitad del hueso de la canilla hasta el huevo derecho... el que sube y baja, (de ahí viene la canción "yo tengo una bolita que me sube y me baja ¡ay! ¡Que me sube y me baja!; qué compositor más ocioso). El Puma firmó acelerando el lapicero pues empezó a llegar más gente por autógrafos y me entregó la hoja, la cual agarré casi arrebatándosela y volteé rápido dejándole el lapicero. Prácticamente le tiré ese autógrafo a la mujer y salí en carrera para el baño y me encerré con todo el sitio para mí solo los veinte orinales e inodoros: ¡Aaay 'juep..ta! ¡Qué canillazo tan arrecho mano no me crean tan m..rica  no joda!; le dije al espejo a todo grito.  Después maldije en hebreo, Arameo y Mandarín, lloré como Don Ramón en el Chavo. Y me levanté el pantalón. Y el señor que atendía en el baño me miraba asustado y confundido. La espinilla me quedó como esas esquinas cuando uno les saca un pedazo entrando la nevera en un trasteo.  Me senté un rato. Ya con el ritmo cardíaco normalizado, alcohol en el golpe y cuatro aspirinas, volví a la mesa. La mujer me preguntó preocupada por qué la demora y le dije que la comida me había caído mal. 

Esa noche no terminó ahí. Tuve otro percance, pero se los cuento otro día para no cansarlos. Cada vez que veo a mi amigo "El puma me duele la pierna". Patricia seguramente sueña con su amor. Yo tengo la cicatriz. 

Jorge Mario Yepes Velásquez, visto por él mismo

Nací en Pereira,  Risaralda, en julio 1 de 1958. Soy el tercero de cuatro hermanos. Santandereano de crianza. Malcriado rebelde. Literalmente borracho, parrandero y jugador. Lector compulsivo, no convencional. Me leía las etiquetas de todo lo que veía. Si un libro no me cautivaba en media página, lo desechaba y así dejé mucho de lo que debí haber leído. Tuve  dislexia, miopía y salud muy frágil.  Tuve pésimos padres, gafitas desde los tres años y todo el acoso que eso acarrea. Educación variada por lo mal estudiante y bachiller bilingüe del Colegio Panamericano.  Estudié sociología en Riverside California y derecho en la UNAB de Bucaramanga. Curiosamente pionero y conferencista en sistema de fijaciones y anclajes. He viajado por norte y Suramérica. Escribo de manera empírica, mi ortografía es por memoria fotográfica y asociación fonética. Nunca estudié el idioma español más allá de la educación escolar, pero eso sí, siempre fue mi materia favorita. Fuí hiperactivo, soy hablador y de temperamento alegre. Sepulto mis demonios en la escritura. Me gustaría soltarlos todos al tiempo, pero no puedo. De hacerlo tendría que mandar  a todos mis conocidos a la mismísima mierda,  pero no puedo. Dependo de los que me conocen, para sobrevivir...  No soy pensionado y estoy condenado a trabajar hasta que muera.

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PRÓLOGO A UN DESENTERRADOR

Por: Jaime Rojas Neira  

Uno de los oficios de más ingrata recordación, es el de enterrador o sepulturero; es casi que una cruz esta profesión tan necesaria, como todas; oficio nada grato, en la retina de los integrantes de las familias queda el rostro de quien la ejerce, como si fuera el del asesino o del verdugo en la hoy vernácula fotografía revelada en papel; impresa en material o en los recuerdos, perdura, se prolonga en el tiempo; y en este mundo en que cada cosa o acción posee su contrario, ejercer el contrario del oficio de enterrador, es decir, desenterrar, revivir, es un reto difícil, tratándose de recuerdos tan frágiles como la memoria, tan fácil de echarlos a perder o quitarles la vivacidad (tal como ocurrieron) con la que quedaron sepultados en alguna parte de nuestra memoria, y ese ejercicio de devolverlos con toda su lozanía, lo practica con muchísimo acierto, nuestro amigo JORGE MARIO YEPES VELÁSQUEZ., el compañero de los salones de clase, de esos momentos inolvidables que son la adolescencia, que nadie nunca nos quitará, por esa ley universal que postuló: “Nadie nos quita lo bailao”; ese es uno de los grandes mitos de la humanidad, con todas las civilizaciones que han desfilado por ella, el ideal de alterar el pasado o prever el futuro; y el viejo Jorge, apartándose de las dos orillas, resucita sin la crueldad de las resurrecciones, esos momentos congelados en su memoria y los comparte, agregando picardías que harían de la realidad un sueño y de la vida un absurdo; la harían perfecta, cosa imposible para la vida que es imperfecta en esencia; y miramos hacia atrás desde la barrera del tiempo y decimos: “¡Qué locuras tan bellas!”; y nos sorprende con la delicadeza y la generosidad con que Jorge Mario ejecuta esa complicada cirugía de sacarlas del pasado y ponerlas en presente o de lanzarnos al pasado, queda esa sensación de gratitud con Jorge Mario, el compañero, el Pana.

Acostumbro caminar en horas de la mañana los días de descanso, un domingo le leí el tercer texto, el de la Sala de cirugía, antes había leído el de El Panamericano,  (nostálgico), y el de Las babillas del Campestre (pícaro), que me pareció genial y de un humor finísimo, y por el teléfono (whatsApp) le expresé mi admiración diciéndole que podía escribir crónica que no lo hacía mal (sic) inmediatamente Olguita P, manifestó lo mismo, después fue Gabriel L, y los demás del grupo: Hernando L, Rosa U, Julio C, Alberto M, Pablo C, Maritza G, Alfonso R, Julio P, Martica O, Ligia C, ¿olvidé alguno?, y la “bola de nieve” obligó a Jorge Mario y se comprometió a publicar; hoy esa “encerrona” es realidad para el disfrute de quienes aprecian un género literario tan sutil y pasionario como es el oficio de desenterrar recuerdos y Jorge Mario resultó un maestro; sigue cultivando ese don, mi hermano, un abrazo de todos a quienes la casualidad nos puso en esos salones en aquellos años de juventud; y esperamos seguir disfrutando por mucho tiempo, de esa habilidad para mezclar humor recuerdos situaciones ironía y el toque particular que guarda su memoria; para resucitar esos sucesos que pasaron y él congeló, y ahora, tres o cuatro décadas después, los regala con toda su originalidad.

Humo de la voz

APUNTES SOBRE CRONISTAS Y CHAMANES

Por Claudio Anaya Lizarazo

Un asunto espléndido de la madurez es la mirada serena e irónica, decantada por el tiempo, la paciencia y el aguante; lo que nos permite una revisión a nuestras experiencias pasadas, y, asimismo, la oportunidad de saldar un posible desbalance, con los néctares agridulces del humor. Es lo que, por medio de sus memoriosas crónicas, nos regala Jorge Mario Yepes Velásquez, viajero de la vida y del mundo, que ahora, levitando en la plenitud de su retiro, como un brujo dirige su ritual, y a los integrantes de la generación nacida durante los años cincuentas y sesentas del siglo pasado, nos inserta en un tiempo circular que nos proyecta a los escenarios de la memoria.

Actualmente, las sociedades tienen la tendencia a vivir sólo en su presente, grandes muchedumbres por intermedio de los artefactos de la cultura electrónica, se arrojan al sideral pozo del alma colectiva; no faltará alguno de sus gurús, quien diga, despectivamente, que esto de escribir es un ejercicio de la nostalgia, y con seguridad, lo es, pero también es una práctica de la sensibilidad humana con sus profundas conexiones con la memoria personal y ancestral, un encuentro con la tradición cultural e histórica, y en última instancia, es una declaratoria de identidad, además, mirándolo bien desde una contextualización de esta época, es una actitud de rebeldía. Porque ¿qué más rebeldía puede haber en el hecho de que precisamente en esta desmemoriada e insensible época de redes sociales (no se critica a la tecnología sino a algunos de sus usos) se escriban las crónicas que ayudan a recuperar la memoria de hechos ya pasados, pero que subyacen ocultos como factores constitutivos de las personas y los pueblos?

Desde mi punto de vista, uno entre tantos, Jorge Mario se ha dado a la tarea de nadar a contracorriente de los fantasmas del presente, los dictados de la geopolítica y los artilugios de la sociedad de consumo que nos ofrecen, ahora más que nunca, el becerro de oro de la tecnología no precisamente en sus juguetes sino en los modos de vida y de concepción de vida que, se desprenden de ella. Pero uno de los pilares de la literatura es el de reflexionar sobre nuestra existencia y la de los demás; la literatura se constituye por el golpe de la mirada del autor, quien, como un chamán, por medio de las palabras retoma esos hechos vividos por los que fueron y los insufla en lo que ellos son ahora. El oficio literario conserva aún hoy la esencia de su principio, pues en un mundo con manifestaciones de fuerzas ciclópeas y descomunales, antes como ahora, y ante la conciencia de la fragilidad de los individuos de nuestra especie, como medida de defensa o protección tenía que darse tarde o temprano el animismo y el pensamiento mágico, con sus rituales de palabras y fórmulas mágicas, naciendo así el relato y la literatura como la madre de todo. La literatura, ese viaje hacia el interior de las personas, hacia la médula de las sociedades, y que es la principal forma de defensa que tiene el ser humano: el supremo oficio de recordar, para no perderse ante sí mismo.

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