JAEL MONRROY SOTO
Nació en San Rafael, corregimiento del Municipio de Rionegro, Santander. Se trasladó a Bucaramanga, en donde estudió Psicología, salud ocupacional, gestión humana, literatura, oficio que ejerce en los géneros de novela y poesía.
Amante de la literatura e inquieta por la lectura y donde encuentra un universo perdido.
Humo de la voz
COCTEL DE CRISIS;
SEÑORAS Y SEÑORES,
ESTÁ SERVIDO…
Por Claudio Anaya Lizarazo
Si la Revolución
industrial marcó un empobrecimiento del mundo con la desaparición de
innumerables tradiciones culturales y artísticas, con la pérdida de conocimientos
ancestrales, y con el desarraigo cultural y humano derivado del desarrollo de
la tecnología y el cambio en los medios productivos y las formas de vida en las
grandes ciudades en todo el planeta, la llegada de Internet y las redes
sociales han ocasionado una ruptura en el mundo de la cultura y de hecho en los
aspectos humanos, tan grande como inadvertida por el grueso de la población
mundial, y que aún no ha sido valorada en sus justas consecuencias sino por
unos pocos críticos y observadores. Tal vez éste sea un momento tan importante
como el descubrimiento de la producción y conservación del fuego, del paso del
politeísmo al monoteísmo, del llamado “descubrimiento de América”, y del
invento del motor a vapor, o de la energía atómica.
Cada generación de relevo en la historia, cumplía con relativa efectividad su papel reformador o renovador de la sociedad, cualquier mortal podía desaparecer de circulación, llevándose la consoladora o piadosa idea de que el mundo le sobrevivía y que aquí quedaban las personas de sus afectos, los paisajes de sus arraigos y en cierta forma la continuidad de sus ideales, pero ya no es así. Las sociedades hoy en día se enfrentan a la ruptura total de sus tradiciones y la cesación de sus proyectos, pues la actual generación de relevo, la de turno, los Millennials y las que le siguen que ya pasaron del metro, no demuestran ninguna conexión con el pasado, ninguna aspiración social aparte del espectro laboral ejecutivo y más bien indican un acusado desinterés por el mundo real. Esto, además del paso brutal a la denominada nueva normalidad impuesta por la necesidad de sobrevivir al Coronavirus, están teniendo y van a tener todavía implicaciones más delicadas en toda sociedad a nivel mundial.
La marcada apatía de estos singulares vástagos, es una invitación a nuevas formas de colonialismo, ya sabemos de parte de quienes. No negamos las ventajas de los avances tecnológicos, pero los grandes públicos están entretenidos al parecer insalvablemente, con la cultura electrónica y las tecnologías que el sistema económico y político por medio del mercadeo, ha puesto en sus manos. Esta tecnología es instauradora de la cultura del instante, realidad casi incircunstancial que desconecta a la persona para ubicarla en planos puramente virtuales donde priman deseos inducidos e inmediatistas, de pulsión glandular, y que tienen su complemento en la estantería de los artículos y los juguetes.
A estas dos crisis, la desconexión cultural de las nuevas generaciones y la del posCoronavirus, debemos agregar la de la automatización global y la inteligencia artificial, que dejan ver desde ya, lo obsoleta que es ahora la gente para los sistemas económicos y productivos. Esto es un importante dato histórico porque indica un límite, una ruptura, un cambio drástico. El principio de la Ley de oferta y demanda conservado hasta ahora por el sistema reinante, por medio del cual se manipulaban las condiciones para que hubiese mucha más demanda de puestos de trabajo que empleo, garantizando con esta jugada el poder de imponer niveles de salarios y precios de mercancías, ya no rige, pues la automatización y la implementación de la inteligencia artificial lo reemplazaron. Vemos un panorama social aún más crítico, ya que la fuerza de trabajo de la mayor parte de la población a nivel mundial, será en un futuro cercano, totalmente innecesaria. Y si a este panorama agregamos la cultura del miedo al otro, del temor al contagio (del Coronavirus u otro, que según algunas autoridades médicas pueden presentarse en ciclos aún más letales), de la pérdida de identidad en las relaciones humanas pues el uso prolongado y generalizado de la mascarilla hace que las personas devengan a sujetos, ¿qué nos queda por pensar?... ¿Qué se ha creado con toda esta, podríamos decir, mala utilización de la tecnología y la necesidad de sobrevivir a la peste? ¿Hasta cuándo la servidumbre incondicional que se rinde a la economía de mercado, nos va a seguir arrebatando de las manos un buen aprovechamiento de los logros de la ciencia y la tecnología, ocasionando que todos ingresemos en la ruta de la involución?
Debemos agregar a este coctel de hoy, la crisis de la censura, que viene siendo impulsada por activistas de minorías políticas y culturales en ascenso, que quieren imponer como una de sus formas de lucha, la censura llamada como lo “políticamente correcto”, o la famosa “corrección política”. Estas minorías pretenden erigirse ellas mismas en detentadoras del derecho a dictar las nuevas normas morales, aumentando la presión de la polarización reinante. Quieren implantar una revisión no sólo al lenguaje y la historia sino a todo el inventario de las obras del arte y la cultura, censurando películas y libros, intermediando editorialmente con los llamados “lectores sensibles”, que no son más que espulgadores de palabras consideradas ofensivas para ciertos sectores de población. Demuestran así con su puritanismo moral y su intrascendencia política, su incapacidad de interpretar la historia, la cambiante sociedad y la diversidad cultural. Contribuyen con esto a una sociedad menos consciente y más manipulable, pues como lo expresa Carlos Granés en El puritanismo es ahora progresismo, o la nueva evangelización del mundo, publicado en El Espectador, Bogotá, el 19 de junio de 2020: se “le exige a toda la humanidad, en todo momento de la historia, que sostenga unos parámetros morales exactamente iguales a los que se cocinan hoy en los departamentos de humanidades de las universidades estadounidenses. Porque es de ahí de donde viene toda esta hipersensibilización y esa euforia performática y acrítica”.
Y todavía hay algo más, no sólo se trata de minorías, qué me dicen amables lectores, de los intentos de reescribir la historia por parte de élites e ideologías en pleno ejercicio del poder, cito dos ejemplos, entre otros; primero, el intento por parte de los estados unidos de reescribir la historia de la Segunda Guerra Mundial, en la cual, falseando la realidad de los hechos, quita el positivo protagonismo que tuvo la Unión Soviética en esos acontecimientos, y segundo, en Colombia, el debate aún no concluido con el señor Rubén Darío Acevedo, nombrado como director del Centro Nacional de Memoria Histórica, su choque y destitución de rangos medios en esta institución, por no aceptar su reprobable proyecto de reescribir la historia de Colombia con un sesgo favorable a sector uribista.
Todo esto nos lleva a pensar en la necesidad de escapar al ámbito de las noticias falsas, rechazar la reescritura de la historia, condenar el ocultamiento de la información para su capitalización en favor de las élites, y no resignarnos ante la idea de que el mundo y la humanidad se apoyan sobra una gran mentira, pues grandes sectores de la población mundial ya han perdido su historia, su ancestralidad, su cultura, además de no haber tenido la oportunidad de desarrollar un criterio, de estar perdiendo sus lenguas, y ahora en la época posCoronavirus, sumada a este coctel de crisis (con motivos aún no esclarecidos sobre su origen y expansión), se puede perder el derecho a la libre relación, a la libre circulación, y se puede perder el derecho a un rostro. ¿Cuál será nuestra próxima pérdida o lo próximo que nos dejemos amputar?
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