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LA
ABUELA BONIFACIA HABLA CON SUS MUÑECAS
A Javier Calle
Por Marisol
Pérez Melgarejo
(escritora venezolana)
A
la abuela Boni, así le decíamos, le gustaba hablar con las muñecas. Ella vive
en un pequeño apartamento del edificio San Miguel, en el centro de la ciudad.
El apartamento parece una casa de muñecas, y sobre la puerta principal, en una
pequeña placa con letras doradas, puede leerse: Bonifacia Calle Vda. de
Ramírez. Traductora de sueños.
Al
abrir la puerta uno se encuentra con la pequeña sala repleta de muebles, y
sobre ellos las muñecas. A los pocos pasos de la puerta se halla el comedor,
con la alacena repleta de vajillas de porcelana traídas de lugares muy remotos
y creo que hasta inexistentes. Ella coloca la vajilla de acuerdo al orden en
que le fueron obsequiadas. En un papel escribe el año, la procedencia y la
cantidad de piezas de cada una (la memoria le falla frecuentemente); así, al
menos, tendrá anotados los datos más importantes y no pasará por la vergüenza
de estar dando datos falsos. A mano derecha está la habitación, y en la cama
una muñeca tan grande como ella. (Bueno, así me pareció). Más allá un costurero
y algunos retazos de tela, regados por el piso. En el rincón la mecedora de
mimbre continúa balanceándose, y en la mesa de noche la lámpara de querosene
vacila al mismo compás de la mecedora.
—Se
aproxima el cumpleaños de María González. La nena ha crecido y engordado, la
ropa no le queda buena. Y con lo difícil que es conseguir hoy en día tela de
calidad, me dijo. Miró a María y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Tantos
años acompañándola, sufriendo sus desvelos, caminando junto a ella por las
calles en la madrugada, cuando le daban los ataques de insomnio. Caminaban
agarradas de las manos, viendo las vidrieras y copiando los modelos de los
vestidos. Así podría renovarle el ropero como regalo de cumpleaños. Eran tantos
años escuchando las mismas quejas, repitiendo los mismos nombres y contando las
mismas historias, que bien vale la pena hacerle un hermoso vestido.
—Javier,
enhébreme la aguja, no sé dónde dejé los lentes.
Busqué
el hilo, enhebré la aguja y se la di.
—Abuela,
cuándo se casa María González, le pregunté.
—No
lo sé, pero creo que anda saliendo con Félix Bovary, ¿lo recuerda? Su tío
Antonio me lo trajo una vez que viajó a Francia. Yo no sé si se entienden.
Porque Félix habla un idioma muy raro. Me es imposible comunicarme con él, por
más que lo he intentado no logro entenderlo y eso que utilizo un diccionario
francés-español, pero nada. ¿Por qué no le habla a ver si se entienden?
Salí
de la habitación y me escondí detrás de la puerta del baño. Parecían dos
pericas hablando, aunque sólo escuché una voz.
—No
te preocupes María, el vestido estará listo, te verás hermosa. Ya repartí las
tarjetas de invitación, hay que hacerlo con tiempo, así nadie tiene excusa para
faltar a la fiesta o no traerte regalo.
La
abuela fue a la cocina y preparó café, lo colocó sobre la mesa del recibo y me
llamó.
—Javier,
es hora de merendar.
Como
puedo me siento en la punta del mueble.
—Cuidado
con las niñas, me dijo.
Sirvió
el café y se sentó frente a mí.
A
mi lado María Antonia, inmóvil, mira el televisor. La abuela gritó de tal
manera que la hizo estremecer.
—Siéntate
bien. Después no te gusta que la gente hable de ti, que digan a la niña de Doña
Bonifacia el mundo entero le vio las pantaletas.
—Bájate
la falda.
—Pero
abuela, no la regañe, déjala tranquila, nadie la va a ver, el televisor está
apagado.
—No
importa, me interrumpió, ella tiene que aprender a comportarse como una
señorita, y tú no te metas María de los Ángeles, vete a la cocina, termina de
lavar los platos y deja de rezongar. Pareces un bubute en pleno vuelo.
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—A
la Carmen se le picaron los dientes, tengo que llevarla al dentista, —seguía
hablando— y el pobre José Manuel estuvo anoche con fiebre.
Yo
parecía un muñeco entre tantos muñecos, como si no estuviera ahí, sentado
frente a la abuela.
—Anoche
tuve una discusión con Leticia, la muy cabezadura me porfiaba que el gato con
botas no tiene bigotes. Entonces me levanté a media noche, busqué el libro y se
lo mostré. Siguió insistiendo en que yo se los había pintado. Fue tanta mi
indignación que la saqué del cuarto y la dejé durmiendo en la sala. Y como la
muy boba no puede dormir sola, empezó a soñar con fantasmas. Pobrecita, pero
tenía que castigarla de cualquier manera.
A
Lucy le da por comerse los huevos de las arañas, es su plato favorito. Y a la
nena, mi nena querida, se come las flores del jardín.
—¿No
se dio cuenta cómo está ese pedazo de tierra?
Es
sólo una peladura, una mano seca y resquebrajada. Allí, donde una vez crecieron
las mejores flores de la ciudad, donde los pájaros hicieron sus nidos y las
mariposas depositaron sus capullos. Allí, donde el sol tuvo una excusa para
entrar a mi casa, sentarse en el sofá y todas las mañanas tomar juntos el café.
Allí, en ese lugar, donde el silencio no tuvo cabida y donde el tiempo nunca
pasó. Ahora es una mirada triste y ajena.
La
abuela hablaba y hablaba sin parar.
—La
Juana se enamoró del soldado de madera que me trajo su papá. ¡Cuidado y te
caes, Alicia, es mejor que te bajes de ahí! No intentes ser lo que no eres
porque después sufres y tengo que consolarte. Un día quiso ser bailarina, sabe,
entonces le hice un lindo vestido rosado, con retazos de tafetán y tul, y las
zapatillas del mismo color. Entre las niñas y yo buscamos libros y discos. Eso
fue todo un acontecimiento, y era que Alicia lo hacía soñar a uno. La
imaginábamos en un escenario bailando Leda y la muerte del cisne y nosotras
aplaudiendo hasta que nos dolieran las manos. Pero en su primer intento
fracasó, cayó al piso y se rompió un pie. Ahora quiere ser equilibrista y se la
pasa caminando sobre esa cuerda floja. Alicia, bájate de ahí, hoy no estoy dispuesta
a recogerte.
—Ah,
no. ¿Otra vez llorando, Virginia? Cuando la tristeza le llega al corazón no hay
quien la aguante. A veces logro quitársela de encima y cuando veo que la está
acechando, la corro a zapatazos. Empieza a subírsele por los pies, las piernas,
el estómago, el corazón, hasta que le llega a los ojos; y la tristeza es tan
grande, que uno se queda en los ojos de Virginia. Entonces, no es solamente
ella la que llora, todos lloramos. El día se convierte en noche y la noche en
día. Tratamos que Virginia duerma en las primeras horas de la mañana, porque
cuando el cielo se pone oscuro también se le oscurecen los ojos y no deja de
llorar sino hasta el otro día. Cuando le dan los ataques de tristeza, al reloj
de la casa se le invierten las horas.
En
un rincón hay una cesta y en ella Sofía. Lleva una semana durmiendo.
Eso
le sucede cuando se acerca a la ventana y se come alguna estrella.
—La
digestión es lenta, me dijo. Hay que darle a beber agua de rocío y colocarle en
cada ojo una flor.
—Abuela,
la cesta está sucia y Sofía puede molestarse.
—Ya
no sé qué hacer, es que los pájaros vienen y la cubren con hojas secas y las
arañas la protegen de las picaduras de los zancudos, fabrica su red sobre la
cesta y ahí no entra ningún mosquito.
Mira
al otro extremo del salón y señala unos muñecos que están escondidos entre los
almohadones.
—A
la Felicia le da por cazar ratones y el Tonny no hace sino dormir durante el
día, como si hubiera nacido con los ojos pegados. No tiene curiosidad por ver
el color del cielo y ni siquiera se asoma por la ventana cuando se oculta el
sol.
La
abuela terminó el café y se levantó.
—Mañana
iremos todos a misa, así que cada uno debe buscar su mejor vestido y limpiar
los zapatos. Después los llevaré al parque y nos sentaremos en la grama.
Daba
saltos entre la cocina y el comedor, buscando la cesta que el tío Guillermo le
había regalado el día de su cumpleaños y que empleábamos para llevar la comida
cada vez que salíamos con papá, mamá, la abuela y mis hermanos a hacer un picnic.
Realmente
me sentí como un muñeco más, no podía pensar. Salí, bajé las escaleras —sin
despedirme de la abuela— y me fui caminando hasta la casa.
La
abuela, con seguridad, irá mañana a misa. Se colocará el vestido a cuadros, el
sombrero de alas anchas —traído de Italia—, según dice y los zapatos de charol.
Meterá algunas muñecas en la cesta y otras en el bolso de mano, de piel de
caimán. Bajará las escaleras (tal vez deje la puerta principal abierta para que
entre la luna, porque a ella le da lástima verla sola). Llegará a la calle,
caminará dos cuadras, doblará a la derecha y entrará a la iglesia. Algunas
muñecas, tal vez, mirarán por los tejidos de la cesta: otras, en cambio,
obedeciendo ciegamente permanecerán inmóviles.
Seguramente
irán al parque, como dijo, y al regresar al apartamento se sentarán tras la
ventana, a ver la noche, planificarán el cumpleaños de María González.
Publicado en: PÉREZ MELGAREJO, Marisol (2005): Juicio al Capitán
de Capitanes y otros cuentos. San Cristóbal, Venezuela, Dirección de
Cultura y Bellas Artes del Estado Táchira. Con este libro, la autora, además,
obtiene el Premio Único en el Segundo Concurso de Publicación auspiciado por la
Dirección de Cultura y Bellas Artes y también califica para el premio “Cada día
un Libro”, promovido por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC).
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Una ventana al
mundo de la infancia
Marisol Pérez Melgarejo
UNA GRAN AUTORA DE LITERATURA
INFANTIL
EN MI COMARCA
Por Gonzalo España (escritor colombiano)
Causa
mucha alegría saber que uno vive en la comarca con una gran autora de
literatura infantil.
Digo
“comarca” porque aunque Marisol Pérez Melgarejo reside en la Ciudad de San
Cristóbal, Estado del Táchira, Venezuela, y yo habito en la ciudad de Bucaramanga,
Departamento de Santander, Colombia, lugares separados por una buena distancia,
las gentes que los habitan son bastante parecidas y comparten muchos rasgos y
afinidades culturales, ya que pertenecen a la misma estribación andina, que se prolonga de un país a otro.
Tanto así que por allá en la segunda mitad del siglo XIX tomó fuerza la idea de
crear la República del Táchira juntando nuestros territorios y separándolos de
sus respectivos países, hasta que el asunto se dejó de lado y cayó en el olvido.
Un
autor de literatura infantil es alguien muy importante porque sabe tocar la
música que encanta a los niños. La mejor manera para que un niño se familiarice
con las primeras letras es poner a su alcance un libro con historias e
ilustraciones que lo llenen de asombro, cosas sintonizadas con el mundo que él
lleva adentro. El niño lleva adentro un imaginario que reemplaza la realidad,
es tal vez la manera de protegerse en esa indefensa etapa de la dureza del
mundo exterior. Un imaginario repleto de fantasía, muy ligado con el juego, con
el lenguaje lúdico, con la sonoridad de las palabras, con el ritmo, con el
disparate, con la comicidad. Cosas que los adultos hemos perdido y ya no
poseemos.
Escritores
y escritoras que todavía recuerdan su niñez, o que todavía viven en ella, como
el famoso Peter Pan, elaboran la literatura infantil. Marisol Pérez Melgarejo
es una de ellas, y de las mejores.
En
sus cuentos encontramos personas insólitas pero encantadoras, como la abuela
Bonifacia, que convive, habla y riñe a diario con las innumerables muñecas que
adornan todos los muebles y rincones de su apartamento. El relato lo narra un
nieto suyo, que como testigo presencia el batiburrillo. La abuela sostiene un
interminable litigio con Leticia, la muñeca que le asegura que el gato con
botas no tiene bigotes. También riñe con María Antonia, porque se sienta mal
frente al televisor, y le da de beber agua de rocío a Sofía, una muñeca que
duerme en una cesta, y le coloca flores sobre los ojos, para ayudarle a hacer
la lenta digestión que le sobreviene cada que se asoma a la ventana por las
noches y se come una estrella. Discute con todas ellas por asuntos
matrimoniales, por vestidos y paseos. El nieto, que visita a la atareada
abuela, acaba por sentirse un muñeco más y se marcha sin despedirse.
Esvy, la bella durmiente, es una mujer que
conoce todos los secretos de las personas del pueblo, porque puede ver sus
sueños. Desde niña lo único que no la aburría era dormir y se quedaba dormida
en cualquier parte. A veces en la mitad de la calle, interrumpiendo el tráfico,
siempre rodeada por todos los perros callejeros, que no dejaban que nadie se
acercara, como si supieran que la niña estaba soñando. A algunas personas les
causaba trauma saber que Esvy podía verles los sueños y se negaban a dormir,
pero no aguantaban más de cinco días antes de rendirse y caer como ramas secas
en sus camas. Pero los niños se dejaron invadir por la tierna mirada de la niña
y bajo su embrujo compartieron la delicia del encanto. Una noche todos estuvieron
en el sueño de Esvy, donde moraban hermosos animales, palacios transparentes y
muchas otras maravillas.
La
prosa de Marisol toma a menudo tonos poéticos, ella es poeta y ha publicado
varios libros de poesía. María, la de las alas largas, tal vez el más bello de
sus cuentos, empieza refiriéndonos que “a mi hermana María le salieron alas,
semejantes a las de las chicharras: transparentes y tornasoladas. A veces me
dan ganas de tocarlas, pero siento miedo, creo que las voy a romper”. Este
cuento nos narra las transformaciones vitales de una niña que tiene el poder de
lograr que sus deseos se cumplan. Cuando fue al colegio y sintió sueño en el
aula de clases, la maestra comenzó a roncar y todos sus compañeros se durmieron
doblados sobre los pupitres. “Solo falta la presencia de María para que todo lo
que ella quiera se haga realidad. No sé si los niños duermen su propio sueño o
era el sueño de María el que los adormecía”.
Los
cuentos de Marisol Pérez poseen una gran dinámica y en ocasiones abarcan
universos amplios y complejos, como en Huelga, huelga, donde todos los animales
de una granja entran en rebelión contra la vaca engreída y chismosa a quien
mima y protege doña Josefa, la dueña del lugar. Enamorada de ella, le ha
comprado zapatos y sombrero, le permite pasearse por todas partes y le concede
privilegios que no tiene ninguno de los demás animales. Gracias a estas
libertades la engreída señora vaca está convertida en una personaje
insoportable, se cree artista de cine y anda repartiendo autógrafos, y fuera de
eso se ha postulado como candidata a la alcaldía del pueblo. La lucha toma tal
encono que la cuestionada vaca cambia de bando y se separa de su dueña, pero
esta no acepta la derrota y prefiere vender la granja y la casa antes de que
los animales le impongan su voluntad.
En
los cuentos de Marisol desfilan muchos gatos de todos los colores y pelambres,
como en El gato enamorado que nos narra las tórridas pretensiones del Gatazo
por la gata Angora, ratones que luchan por sus vidas a bordo de un barco de
papel que se hunde pese a los desesperados esfuerzos de su capitán, cuento
homónimo que le da el título al libro Juicio al capitán de capitanes. Un gran
amor entre niños y animales traspasa sus páginas, pero tal vez en ninguno la
ternura alcanza dimensiones como las que se palpan en Roberta, mi bella
Roberta, donde un niño admira, aplaude, abraza y llora sobre el lomo de la
vaquita que su padre ha llevado a la feria, y que tras lucirse en los desfiles
y en las exposiciones, gana el primer premio del concurso bovino.
No
fueron únicamente los científicos y la ciencia, ni los siquiatras y los
neurocientíficos quienes radiografiaron la mente infantil. Los escritores y las
escritoras de literatura infantil tuvieron mucho que ver en ello. Los niños
eligieron sus libros porque les gustaron, y al preferirlos entre muchas otras
cosas le dijeron al mundo: ¡Nosotros somos así! ¡Respeten nuestra manera de
ser!
En
la década de los años cincuenta existía un gran déficit de lectura en los
Estados Unidos. Enorme país de obreros y de fábricas, los cansados operarios
preferían consumir cerveza a comprar libros y llevarlos a su casa. Un
funcionario avizor propuso que se montaran pequeñas bibliotecas en las fábricas
y talleres, ojalá con buena cantidad de libros infantiles y de interés juvenil,
y que se permitiera a los obreros llevarlos al hogar con la única condición de
devolverlos. Al cabo del tiempo se observó que los libros regresaban ajados y
en ocasiones subrayados o rayados por lápices de colores. ¡Los niños los
estaban leyendo! Los obreros recogían otros y con estos ocurría lo mismo,
regresaban ajados y maltratados, señal de que estaban siendo leídos. En la
década siguiente los niveles de lectura del país aumentaron varios puntos.
Con
los libros de mi comarcana Marisol Pérez Melgarejo debía hacerse lo mismo.
Editarlos y entregarlos a los padres de familia para que se diviertan
leyéndolos y compartiéndolos con sus niños, ojalá acompañados de ilustraciones
que se puedan colorear. Algunos de sus cuentos pueden ser convertidos en obras
de teatro en los colegios e interpretadas por niños. Los veo incluso en el
cine.
Ojalá
ella no desmaye y no le dé por jubilar su pluma. Todavía nos debe muchos poemas
y muchos cuentos.
LA ESKINA global es un proyecto cultural de distribución gratuita.
LA ESKINA global proyecto cultural y educativo.
Edición y dirección: Claudio Anaya Lizarazo.
Diseño y diagramación: Gloria Inés Ramírez Montañez
Bucaramanga, Colombia.