LA ESKINA global ISSN 1900 – 4168
No.111, enero de 2022, laeskinavirtual@gmail.com; http//bloglaeskinavirtual.blogspot.com; WWW.ELLIBROTOTAL.COM; Bucaramanga; Grupo LA ESKINA: Gloria Inés Ramírez M.; Jaime Rojas Neira; Claudio Anaya Lizarazo (director); ©Reserva de derechos de autor. Las opiniones expresadas en los artículos de esta edición son responsabilidad de sus autores.
Gabriel Ayala Pedraza
Este libro trata del viaje como pretexto para el intercambio artístico, la diplomacia cultural propuesta como una de las principales funciones de artistas, intelectuales y gestores, ejercida en el disperso panorama de los países y las sociedades latinoamericanas, y es motivo para la construcción de esta ficción histórico-literaria, en la cual se aborda sin prejuicios, la cotidianidad del presente y la historia de Cuba, su posible conexión ancestral con la Cultura Guane, y se narran los sucesos individualmente vividos por los artistas de la delegación, en el devenir de su periplo por la isla.
En el último año de la primera década del tercer milenio, El Maestro llegó a la conclusión de que estaba muy feliz, seguramente, lo atribuía él, a que había alcanzado el akum, es decir, su mayor grado de madurez. Pasaba su tiempo ensayando en el teatro, leía muchos libros y dedicaba buena parte de su abundante energía a pensar en lo que vendría. La felicidad no es producto de la madurez, la felicidad es un efecto colateral del vivir intensamente, decía. Así que dejando todo, decide embarcarse en la Estación de los Vientos.
Me cuenta que Gauguin
estuvo en Colombia, y al percatarse del asombro que su afirmación me causa, aclara mejor las cosas.
—Le hablo del final del Siglo XIX, cuando
Panamá pertenecía a Colombia.
Mientras se da el
despegue, observo por la ventanilla la maraña de luces enclavadas en los
barrios que circundan el aeropuerto de Tocumen, y pienso, que será interesante
tenerlo como compañero de fila en el vuelo. Por lo menos no es de esos
fanáticos que no se está en movimiento, cuando comentan que llegará un día en
que no quedará un ser humano, ni Jesús, ni Sócrates, un día en que todo lo
pensado, escrito y construido por el hombre, habrá existido para nada, y así
continúan. Esta vez el asunto se ve mejor, me digo, hasta que la viscosidad de
las nubes hace que retorne la atención al interior del avión.
El Maestro acondiciona los
audífonos preparándose para la travesía de dos horas sobre el Mar Caribe, y
cuando desde la cabina anuncian la posibilidad de usar aparatos electrónicos,
descontando el teléfono móvil, me mira y continúa hablando.
—Claro que ningún historiador lo registra así,
porque nos han impuesto el olvido, y en esos años, como ahora, la permanente
intervención de la mano extranjera, que nos gobierna desde afuera, nos despojó
del Istmo de Panamá.
Lo miro, se queda callado,
sigue en su cuento de arreglarse los audífonos y de encender su pc. Cuando
ascendemos en busca de los cuarenta mil pies de altura, se produce un vocerío
al interior de la nave, y el capitán anuncia un vuelo sin contratiempos. Ojalá
que no tengamos turbulencias, pienso, y me incorporo al ambiente festivo que se
esparce en el avión.
Siguiendo una cadencia, el
Maestro mueve la cabeza y se acompaña con la mano, para disfrutar mejor la
música que escucha.
—¡Conéctese, conéctese para que oiga música de
la buena! —me habla.
Acojo la sugerencia y me
acondiciono como él, los audífonos.
—Yiri yiri bon, yiri yiri bon, yiri yiri bon,
yiri yiri bon —siento la voz del tenor,
acompañado de su gran orquesta en sonido estéreo.
—Es Benny Moré, el Bárbaro del ritmo —dice—
nosotros vamos para Cienfuegos, la tierra que lo vio nacer, agrega.
El capitán anuncia que
alcanzamos el nivel de altura y la velocidad de crucero. Un tiempo después,
aparece por la portezuela la tripulación, preparándose para repartir los
refrigerios.
—Espero que no tarden, estoy que me tomo un
whisky —me cuenta, al tiempo que
mantiene el bamboleo de su cabeza, siguiendo el ritmo de la música.
Más pronto de lo que
esperábamos, los auxiliares de vuelo están entregándonos sendas copas de licor
y con inesperada generosidad, lo harán en el transcurso del vuelo. Así que
mitigada la necesidad del momento, aprovecho para contarle que en días anteriores
estuve consultando sobre los Tainos y Siboneyes, aborígenes de la tierra
cubana. Entonces me mira con sus ojos despiertos, abundantes de exultación.
—Yo también lo hice, y entre la mitología
cienfueguera encontré la leyenda de la princesa Aycayia. ¿La encontraste
también? Era una mujer de incomparable belleza que enloquecía a los hombres con
su canto y el movimiento de sus caderas. Aunque enloquezca, me quiero encontrar
con Aycayia —afirma con euforia, pues
la tripleta de tragos que le ha pasado Gregory, el mulato auxiliar de vuelo, le
han levantado la energía.
—Bueno —continúa— también existieron los guanajatabeyes, ¿no
relaciona el nombre? Escúcheme, los Guanajatabeyes poblaron el extremo
occidental de Cuba, en el límite con la península de Yucatán, se sabe que
fueron una etnia lingüística y culturalmente diferente de las poblaciones
arahuacas de La Isla y se cree que los más antiguos llegaron procedentes del
Norte de Sur América. Unos kilómetros al Occidente de Pinar del Río, existe una
población que se llama Guane, ¿no relaciona el nombre?
Mi asociación es
incipiente en el momento, será en la visita a la población de Trinidad, unos
kilómetros al Sur de Cienfuegos, al observar el mapa de los desplazamientos de
los pueblos aborígenes por el Caribe antes de llegar Colón, cuando entienda
mejor lo que el Maestro me quiere sugerir.
—Todo lo que vamos a ver es nuevo para
nosotros, es otro sistema, otra organización social, por eso hay que poner los ojos limpios de prejuicios, ser
prudentes a la hora de observar.
—¿Habías estado antes en Cuba?
—Sí, de turismo, un viaje de consumismo, pero
es otro cuento, por eso me alegra esta oportunidad de compartir directamente
con el pueblo cubano.
El Maestro se da cuenta de
mi estado dubitativo y se apresura a aclarar mejor las ideas.
—Veo que no te cuadra bien lo que te digo,
porque un país comunista usando el capitalismo para sostener su economía,
parece una contradicción, ¿verdad?
—De cierta manera.
—No debería ser así, pero es que la
intervención extranjera, el bloqueo económico del que le hablaba antes, ha
impedido que el proyecto político, la autodeterminación de un pueblo, se
consolide aquí.
Gregory se muestra
complaciente con nuestra delegación y desliza el carrito por el pasillo hasta
donde uno de los nuestros lo requiere. Su compañera aeromoza lo ha dejado solo
y él, abandona un poco la sonrisa impostada de jovialidad por tanto vuelo,
extiende ahora sí, la comisura de sus labios y disfruta de las alusiones
festivas que alguno de nosotros le dirige, mientras con la mayor elegancia
cumple con su trabajo.
—¿Whisky con hielo? —pregunta al Maestro.
—No, puro, me sienta mejor así —responde éste y da las gracias.
—En el principio el proyecto fue una
maravilla, —continua El Maestro— muchos intelectuales de todo el mundo lo
apoyaron, se esperaba en esa época una nueva luz para la humanidad, después de
la Segunda Guerra Mundial, los sesentas eran los años de la juventud en el
mundo, cantidad de manifestaciones divergentes se daban en todas partes, con su
irreverencia the Rolling Stone hacen el primer concierto en el sesenta y dos y
se convierten en referente universal, pero el asunto tomó después otro rumbo.
El Maestro calla porque el
llamado a la tripulación para preparar el aterrizaje, atrapa toda distracción.
Atrás ha quedado el Mar Caribe y desde arriba, se observan las luces tenues que
titilantes, nos dicen que volamos sobre La Isla. Una cascada de aplausos
resuena dejando salir la euforia, cuando a las veintiuna horas sobre el mismo
meridiano, la nave frena y se desplaza, haciendo el carreteo por la pista del
aeropuerto José Martí.
Para algunos artistas de los que viajamos, cruzar la frontera hacia Cuba presenta ciertos inconvenientes, sobre todo para aquellos que planean luego viajar a USA. Tenían estos la creencia de que si en La Habana les sellaban el pasaporte, tendrían luego problemas para ingresar a aquel país, pero el Maestro, conocedor de las cosas, aclara que efectivamente hasta hace algunos años ocurría así.
—Si tu pasaporte llevaba el sello de Cuba, los
gringos te impedían la entrada, era un problema, pero el gobierno cubano
decidió burlarse de los gringos y desde un tiempo para acá, no sellan los
pasaportes a sus visitantes. Así que por eso no hay problema, comenta y ríe
irónico, los gringos jamás sabrán que estuvimos en Cuba.
Despacio pasamos el rigor
del visado y cuando nos disponemos a recoger las maletas, la mía está separada.
—Tú pasas para la pared —me dice una mulata robusta, de la guardia de
inmigración.
Mientras intento
solucionar el asunto, veo que los perros se lanzan contra el asistente de
Frank, lo huelen y lo rodean. El guardia se acerca y le pide que abra las
maletas. Saca todo, no hay nada, sólo las cámaras y el equipo de grabación, el
asistente se ve pálido, hasta que lo dejan.
Para mí no hay apelación
valedera, mi maleta contiene algo que necesita verificarse. Tengo que
mantenerme en la fila pegado a la pared, siguiendo el lento avance. En la banda
se desocupan maletas y más maletas repletas de prendas que los guardias revisan
sigilosamente, y de vez en cuando ponen problemas. Luego se retiran y realizan
pequeñas charlas entre compañeros, de donde salen jocosas carcajadas. Regresan
e interrogan de nuevo, vuelven a revisar, hasta que al final todo se decide en
que hay que pagar una multa, y quien está en esa situación, debe retirar como
pueda sus pertenencias para dar campo al siguiente, y pasar después a hacer la
fila del recaudo.
He superado un poco la
situación de los nervios, la fila se hace interminable y el tiempo eterno. Me
entretengo siguiendo el caso de una doña, a la que al parecer no le será
posible pasar la aduana, hasta que me percato que mis compañeros de viaje, con
múltiples malabares tratan de llamar mi atención del otro lado.
—¡Pero qué! —siento que me gritan y hacen señas tras el vidrio, pues ellos ya
han cruzado la frontera y sospechan, que yo cargo alguna sustancia prohibida y
están preocupados.
Al fin estoy colocando mis
maletas en la banda, pero nadie se interesa por mirarlas. Espero en silencio,
los que me anteceden parecen preocupados, hasta que quien debe examinar mis
cosas llega.
—Traes libros —afirma la mujer.
—Sí libros —le respondo y permanezco en silencio. Ella se vuelve y observa
hasta donde los visitantes recogen las maletas, como indagando sobre algo,
luego se vuelve con un puñal en su mano izquierda, quizás de unas tres
pulgadas, con el que señala mis
maletas.
—No entiendo lo malo de entrar con libros a La
Isla, le digo, al tiempo que busco los cierres y trato de abrirlas.
Con su mirada despectiva
me reconviene por dármelas de ingenuo, no me presta atención y me hace entrar,
como debe ser, dice, en la fila. Adelante, después de escuchar los rumores me
entero; la cubana que llega de Madrid, llora, sus maletas repletas de ropa han
sido desocupadas completamente y su pasaporte, por obra de no se sabe quién, se
le ha extraviado.
Como era inevitable paso
por su lado, escucho ligeramente su queja y un poco más tranquilo, expongo mis
maletas para la requisa.
—¿A qué vienes a Cuba? —interroga un auxiliar, que intercambia el
puesto con la guarda, al tiempo que me pide que abra la maleta.
—A un intercambio cultural —le respondo, y extraigo los libros, los
víveres, las pinturas y las pocas prendas de vestir que llevo en la maleta.
—¿Con qué institución? —indaga de nuevo el auxiliar, examinando cada
uno de los elementos puestos en la banda.
—Con la UNEAC.
—¡Mayerlin! —grita hasta el fondo el auxiliar y la mujer se acerca.
—El señor viene a un intercambio cultural —le explica el subalterno.
Mayerlin examina los
libros y los demás objetos, luego cruza una mirada con el subordinado.
—Está bien —dice y me ayuda a empacar las cosas.
Tomo un libro del montón y
se lo obsequio, son para regalar, le
digo.
—Muy amable —me responde Mayerlin— pero
no puedo recibir nada —agrega
tajante.
Atrás queda la cubana que
regresa de Madrid con sus lágrimas, yo paso y entro a La Isla, en medio de la
celebración de mis compañeros por haber solucionado el impase.
La guagua, un bus poco
acondicionado para el transporte de pasajeros, nos recoge en el parqueadero del
aeropuerto. Después de unas cuantas empujadas, el motor diésel empieza a
funcionar y nuestro esfuerzo es compensado por los primeros tragos de ron y por
la brisa salitrosa que arquea las palmeras del parque aledaño al aeropuerto.
No hay objeción alguna
cuando el conductor de la guagua nos ofrece, antes de tomar la ruta definitiva
hacia Cienfuegos, visitar ligeramente la Plaza de la Revolución.
Al filo de la media noche
de este diez de diciembre, La Habana ofrece una tranquilidad sobrecogedora. No
hay vendedores ambulantes, escasos vehículos circulan por las avenidas, nadie
camina por la ciudad a esta hora. Sólo nuestro bullicio rompe a su paso el
silencio nocturno de la urbe, excitado cada vez más por el efecto del whisky y
ahora del ron, hasta que llegamos a la anhelada plaza, que al igual que todo
cuanto dejamos atrás, está también desierta.
Así empezamos a comprender
lo que es vivir en un Estado diferente al nuestro, con una economía interna sin
oferta, sin demandantes ávidos de consumo, con otros modos de pensar y por lo
tanto de vivir.
—Es imposible que no haya a esta hora un bar
abierto para comprar ron —reclaman
algunos.
Desde sendas fachadas
vigilan impertérritos los dos héroes emblemáticos de la revolución. Hasta la victoria siempre, se recuerda
bajo su figura el lema memorable del Che. Y como el mejor timonel, vas bien Fidel, marca el rumbo la frase avizora de Camilo Cienfuegos. En la
base de la torre de las telecomunicaciones, desde su pedestal marmóreo de
dieciocho metros, José Martí, arquitecto de la identidad de Cuba y de
Latinoamérica, otea imponente, como si cantara sus mejores versos.
—Qué tranquilidad estamos viviendo —dice El Maestro, luego se tiende supino en el
piso de asfalto y mira al universo. El Poeta Caballero, nuestro anfitrión, lo
observa sonriente. La escasa luminosidad permite que se aprecien en la bóveda
celeste algunos conglomerados de estrellas.
—¡Las pléyades, allá están las pléyades!, ciento cincuenta millones de años de existencia —señala exaltado los puntos titilantes.
Mientras observamos caemos
en suave fantasía, al tiempo que los demás, disparan impetuosos los “flashes”
de sus cámaras, hasta que Ceferino, el conductor condescendiente, nos recuerda
que estamos a doscientos cincuenta kilómetros de nuestro destino, y que por lo
tanto, debemos regresar a la guagua para continuar el viaje.
La poca bebida que
logramos conseguir es suficiente para acompañar el trayecto. Dejamos La Habana
embalsamada en su salitre, mientras la ruta amplia de la carretera nacional
despliega sus carriles, para ponernos ad portas de la Perla del Sur, donde
realizaremos el intercambio cultural Estación de los Vientos. Sabemos que en
pocos días estaremos de regreso, para disfrutar La Habana Vieja, y para visitar
aquellos lugares, que constituyeron el entorno de la vida y la narración de
Cabrera Infante en La Habana, del mismo modo que los turistas en Dublín,
realizan el periplo de Leopold Bloom y Stephen Dedalus en el Ulises de Joyce.
Reseña de Gabriel Ayala Pedraza
(Los Santos, Santander, 1961), escritor,
gestor cultural, docente, cuentista, novelista, poeta, profesor; dirige el
Taller Arte de Géquica que organiza el Concurso de cuento ecológico para
estudiantes de la Mesa de Los Santos (que ya lleva más de 20 años
ininterrumpidos). Director de Higuerilla Ediciones.
Ha publicado, los libros: Escritos,
libro de cuentos, en 1996; Violeta y otros relatos, Bucaramanga
2003, Higuerilla Ediciones (su sello editorial personal); En un país verde
(novela), Fondo Bibliográfico Municipal, Bucaramanga, 2005; Poética
de la ciudad, Higuerilla Ediciones 2006; Fuera de escena,
(novela), Bucaramanga en 2010, Higuerilla Ediciones; El cuartelazo de Pasto en
Bucaramanga, crónica del Siglo XX en Santander, (SIC) Editorial en
2011.
Ganador de becas de creación, en novela,
del Instituto Municipal de Cultura y Turismo de Bucaramanga en el año 2010 con
la novela Fuera de escena; ganador en crónica en el año 2021 con su
crónica Estación de los vientos, becas departamentales de estímulo en
2021, Higuerilla Ediciones.
Editor de autores cubanos, con Higuerilla
Ediciones, a cuyo respecto ha publicado los libros: El baúl de los duendes y los
chicherekues, poesía infantil, de Madelein Pedroza Lombana, poeta
cubana, 2013; Diálogo nocturno, cuento, de Julio Feliciano Fernández,
escritor cubano, 2013Antología de escritores cienfuegueros de
la ciudad nuclear, 2014; y Catarsis
y conjuros de Taimí Blanco Ruiz, 2016, Higuerilla Ediciones.